Entre la sospecha y la transparencia: la Iglesia ante las acusaciones de sectarismo

Las investigaciones canónicas deben ser transparentes, justas y con garantías para todas las partes, evitando decisiones rápidas e injustas. La Iglesia debe corregir los abusos y evitar la influencia de los juicios mediáticos.

20 de agosto de 2025·Tiempo de lectura: 3 minutos
sectarismo

©Dan Burton

En los últimos años hemos visto acusaciones de comportamientos sectarios en el seno de las instituciones de la Iglesia. Sin entrar a valorar si los hechos relatados son ciertos o no, mi preocupación va en otra dirección: la necesidad de que las investigaciones canónicas sean serias, transparentes y respetuosas con los derechos de todos los implicados. En otras palabras, si la Iglesia quiere dar una respuesta creíble a la sociedad y, sobre todo, a los propios fieles, debe garantizar procesos en los que no solo se escuche a los acusadores, sino también a quienes ofrecen un relato diferente de los hechos.

Las acusaciones son siempre alarmantes. Pero cabe preguntarse: ¿responden realmente a un patrón institucional o más bien a casos puntuales? ¿Hasta qué punto algunas de estas prácticas, hoy cuestionadas, forman parte de tradiciones espirituales que no siempre son fáciles de comprender desde fuera de la Iglesia? Basta recordar lo ocurrido con los retiros más exitosos en España, acusados de manipulación emocional, cuando en realidad son ampliamente conocidos por sus frutos espirituales y, hasta la fecha, no han recibido censura por parte de los obispos españoles. ¿Podemos concluir entonces que la jerarquía eclesial está haciendo dejación de funciones, o más bien que el juicio apresurado de algunos observadores no es del todo equilibrado? 

Es posible que ciertos ejercicios espirituales o instituciones eclesiales necesiten ajustes, no lo niego, pero eso no debería impedir que se corrijan los abusos y se fortalezcan las estructuras sin llegar a suprimirlas por completo. Si uno piensa en las instituciones para laicos con más seguidores desde hace décadas, descubrirá que también ha habido este tipo de denuncias y, en gran medida, van adaptando sus prácticas a un mayor fomento de la libertad interior. Lo fácil es suprimirlas y así se acaba con el problema de raíz, pero cabe preguntarse si parte del problema haya sido que la Iglesia no haya emitido documentos y declaraciones episcopales claras y concretas para explicar a los fieles qué es preocupante y qué no. 

Además, el problema no se limita a la sospecha de prácticas abusivas. Más grave aún es la manera en que se están instruyendo ciertos procesos canónicos. En los últimos años hemos visto resoluciones preocupantes tanto en España como en el Vaticano: instrucciones e investigaciones que no concluyen en un juicio público, sin derecho de defensa, sin abogados que puedan contradecir las acusaciones o aportar testimonios en sentido contrario. Y, en no pocos casos, con la consecuencia más drástica de todas: la supresión de instituciones que han dado abundantes frutos espirituales.

En cualquier caso, si una institución ha de suprimirse, que así sea, pero tras un proceso justo y transparente, entre otras cosas para que ayude a los fieles y a los prelados de todo el mundo a ver cómo y por qué se debe actuar así. 

La tentación de recurrir a la vía rápida —cerrar una institución, disolver una asociación, apartar a una figura incómoda— puede parecer una solución inmediata, pero es profundamente injusta si no se ha seguido un proceso garantista. Porque si aplicáramos la misma lógica a la vida de la Iglesia en general, ¿qué quedaría en pie? El voto de obediencia ha facilitado muchas veces los abusos de poder y de conciencia en múltiples contextos: ¿habría que abolirlo y cerrar las instituciones en las que se dieron abusos? 

En ocasiones también hay seminaristas que reportan abusos de poder y de conciencia en el ámbito del seminario, pero no por eso se cierra el seminario o se cambia a los obispos. Las cosas tratan de reconducirse sin apagar todo lo bueno que hay. Hay experiencias muy positivas en muchas diócesis y en importantes instituciones de la Iglesia.

La Iglesia debe encontrar un equilibrio entre reconocer y reparar los daños reales que se hayan podido producir, pero también salvaguardar instituciones que han demostrado dar vida y fe a miles de personas. Lo contrario sería caer en la dinámica del escándalo mediático, donde la presión de los titulares dicta sentencias más rápido que la justicia, y donde, al final, todos —fieles y pastores— salimos perdiendo.

El autorJavier García Herrería

Redactor de Omnes. Anteriormente ha sido colaborador en diversos medios y profesor de Filosofía de Bachillerato durante 18 años.

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