Han sido dadas a conocer las primeras cifras del último censo en Chile y cada uno busca aquellas que más le interesan. En nuestro caso los datos sobre la religiosidad. Lo primero que se observa es que los datos se refieren personas mayores de 15 años. O sea, los menores de 15 años no cuentan en la estadística y es a ellos a quienes dedicamos el mayor tiempo de formación y son los futuros católicos. También en el evangelismo protestante hay muchos jóvenes. El dato es importante y deforma un poco la realidad.
Resultados esenciales del censo 2024
De la población mayor de 15 años, el 74,2 % declara profesar alguna religión o credo. El 25,8 % no tiene religión o credo, lo que es un notable incremento desde 8,3 % en 2002. Los católicos son el 54 % de la población, con una caída desde 76,9 % en 1992. Los Evangélicos o protestantes son el 16,3 % en 2024, aumentando 13,2 % en que eran en 1992 y 15,1 % en 2002. En 1930, casi el 98 % de la población se identificaba como católica; esta proporción ha ido decreciendo paulatinamente a lo largo de las décadas El protestantismo, por su parte, pasó de niveles mínimos (1,5 % en 1930) a un 16 % y se mantiene en las últimas décadas en esas cifras. Las creencias en un Dios personal han disminuido de 93 % en 2007 a cerca de 70 % en 2022.
El censo 2024 confirma que aproximadamente tres de cada cuatro chilenos mayores de 15 años tiene una religión, descartando la idea de una «irreligiosidad» generalizada. Lo que se observa es una preferencia creciente por nuevas espiritualidades, una diversificación de credos y una mayor desconfianza hacia las formas tradicionales de institucionalidad religiosa. Hay una notable brecha de género: entre quienes afirman tener religión, el 54,5 % son mujeres y el 45,5 % hombres. Las regiones con mayor religiosidad son Maule (81,7 %), Ñuble (80,1 %) y O’Higgins (79,4 %), todas cifras que superan el promedio nacional.
Algunas conclusiones generales
Salta a la vista un hecho conocido. La fe católica sigue siendo la mayoritaria, aunque en disminución. La Evangélica o protestante se mantiene en los márgenes conocidos. Las otras religiones (judíos, musulmanes, mormones, Testigos de Jehová, etc), son porcentajes muy menores. Pero hay que observar que es muy grande el aumento de los que no tiene ninguna religión. Es posible que las cifras no sean siempre muy precisas, porque sabemos que un censo es una tarea muy difícil y no llega a toda la población. Pero, en general, es un indicio verdadero el que arrojan sus cifras. Y desde ellas se pueden sacar algunas primeras conclusiones. Un censo es siempre un desafío en sus cifras y un impulso hacia nuevas metas.
Es evidente que nuestra población se ha secularizado. Benedicto XVI la describió como un proceso en el que Dios es «cada vez más expulsado de nuestra sociedad«, y la historia de la relación del hombre con Dios queda «encerrada en un pasado cada vez más remoto«. También afirmó que «con demasiada frecuencia ha borrado el vínculo entre las realidades temporales y su Creador», llegando incluso a descuidar la salvaguarda de la dignidad trascendente del ser humano y el respeto por la vida misma. Un signo de ello es la infinidad de leyes que atropellan la dignidad de las personas, especialmente las que se refieren al respeto a la vida. En nuestro caso el aborto en tres causales y luego el intento del aborto libre y la eutanasia son pruebas evidentes de ello y los intentos, aun en ciernes de la maternidad subrogada.
Las posibles causas, entre muchas.
Podría intentarse descubrir causas que expliquen este proceso. Una de ellas es la sustitución de Dios por los bienes terrenos, hoy abundantes y fáciles. Otra el reemplazo de la salvación que viene de Jesucristo, por la autoreferencialidad, del hombre, como decía Francisco, que se constituye en centro de si mismo. En su última escalada ello se representa en todo el pensamiento de género, que pretende borrar la naturaleza y recrearla a su antojo. Quizá hasta en la IA haya algo que explica las cifras. Pero se impone también un autoexamen de cómo las confesiones religiosas y en especial la Iglesia Católica, ha enfocado este proceso, sus errores y aciertos.
Debe aquilatarse en toda su realidad el efecto de los abusos sexuales del clero, que en Chile ha tenido una muy fuerte repercusión en la adhesión a la fe católica y han creado un grado muy alto de desconfianza. No puede dejar de mencionarse también que la politización de la vida de la Iglesia – especialmente en las décadas del 60 al 90 – distrajo o redujo el proceso de evangelización, provocándose un quiebre en la transmisión de la fe en la familia y en la escuela. También la caída abrupta y sistemática de la vocaciones sacerdotales y religiosas y de los matrimonios tiene su efecto sobre las cifras censales.
Un empeño de sacar a Dios de la vida ordinaria
No puede obviarse que también existe el «secularismo radical», que impone – con medios y perseverancia – una visión del mundo y de la humanidad sin referencia a la trascendencia, invadiendo todos los aspectos de la vida diaria y desarrollando una mentalidad en la que Dios está efectivamente ausente, total o parcialmente, de la vida y la conciencia humana. Todo el proceso de laicización de las leyes sobre el matrimonio, empezando por el desconocimiento del matrimonio religioso, hasta en la última etapa, cambiar la misma definición y llegar al “matrimonio” entre personas del mismo sexo, ha distorsiona el concepto esencial de familia y la transmisión de los valores humanos y evangélicos en ella.
Esta secularización no es solo una amenaza externa para los creyentes, sino que se ha manifestado «desde hace tiempo en el corazón de la Iglesia misma», dice Benedicto, distorsionando profundamente la fe cristiana desde dentro y, consecuentemente, el estilo de vida y el comportamiento diario de los creyentes.
Se podría concluir que el secularismo en América ha reducido la creencia religiosa a un «mínimo común denominador», donde la fe se convierte en una aceptación pasiva de que ciertas cosas son verdaderas, pero que no requiere una adhesión y son para otros. La fe pierde relevancia práctica para la vida cotidiana. Esto lleva a una creciente separación entre fe y vida, viviendo como si Dios no existiera. Esta situación se agrava por un enfoque individualista y relativista de la fe, donde cada persona cree tener derecho a elegir y seleccionar, manteniendo lazos sociales externos, pero sin una conversión integral e interior a la ley de Cristo.
El contraste con otras realidades
Es interesante comprobar que frente a nuestro proceso de secularización contrasta, por ejemplo,
el rápido crecimiento del número de católicos africanos que en dos siglos constituye un logro excepcional desde cualquier punto de vista. A nivel global se proyecta que las poblaciones católicas aumenten significativamente entre 2004 y 2050: un 146% en África, un 63% en Asia y un 42% en América Latina y el Caribe. En contraste, se espera que la población católica disminuya en Europa y América del Norte. América del Norte y del Sur registraron más de 666.2 millones de católicos en 2022, con un aumento de más de 5.9 millones de católicos. De aquí se puede deducir que nuestro país representa un cuadro de regresión de las creencias religiosas que es preocupante. Lo hemos comprobado una y otra vez con las poblaciones inmigrantes que vienen de Venezuela y Colombia y otros países de América del Sur, cuya religiosidad y adhesión a una fe religiosa en muy superior a la nuestra y en ese sentido son un gran aporte para la evangelización del país.
Un llamado a la purificación y a la fidelidad
Pero también surgen de esa secularización elementos positivos. A pesar de los desafíos, Benedicto XVI también vió en la secularización una posible «profunda liberación de la Iglesia de las formas de mundanidad», que también denuncio con fuerza Francisco, y que conduce a su «purificación y reforma interior». En estos procesos, la Iglesia «deja de lado su riqueza mundana y abraza de nuevo completamente su pobreza mundana», lo que le permite compartir el destino de la tribu de Leví en el Antiguo Testamento, que no tenía tierra propia y tomaba a Dios mismo como su porción. De esta manera, la actividad misionera de la Iglesia recupera credibilidad.
Tierra de misión
Chile se ha convertido en una tierra de misión; es un territorio o contexto sociocultural donde Cristo y su Evangelio son poco conocidos, o donde las comunidades cristianas no son lo suficientemente maduras como para encarnar la fe en su propio entorno y proclamarla a otros grupos. Esto no puede convertirse, como lo advirtió Francisco, en un pesimismo que nos lleve a dejar de confiar en los medios espirituales para llevar el Evangelio a quienes buscan a Dios, pero si en un acicate para hacerlo con mayor profundidad y confianza en que la adhesión a la fe cristiana es una obra del Espíritu Santo, no de nuestras estrategias, muchas veces tomadas de los procesos mundanos, pero que no incluyen siempre la gracia divina. Una expresión de esta realidad es el numero de sacerdotes extranjeros que llegan en misión a nuestro país, para suplir el déficit de vocaciones religiosas y sacerdotales propias. Los seminarios de Chile están reducidos en la práctica a tres y en ellos hay menos de 100 seminaristas, muchos de ellos extranjeros. De la vida religiosa, tanto masculina como femenina se puede decir lo mismo, pero mucho más agravado.
¿Qué caminos debemos seguir?
La secularización de la sociedad chilena nos debería llevar a reafirmar la verdad de la revelación cristiana, promoviendo, la armonía entre fe y razón, y una sana comprensión de la libertad como liberación del pecado para una vida auténtica y plena, en coherencia con el Evangelio. A predicar el Evangelio de un modo integral como una respuesta atractiva y verdadera, tanto intelectual como prácticamente, a los problemas humanos reales. A seguir buscando el diálogo con la sociedad y la cultura y con los movimientos culturales de la época, especialmente en temas importantes como los relacionados con la vida y en ámbito más propio continuar – sin prisa, pero sin pausas – la evangelización y una catequesis, que hable a los corazones de los jóvenes, quienes, a pesar de la exposición a mensajes contrarios al Evangelio, continúan sedientos de autenticidad, bondad y verdad, reafirmando la autonomía justa del orden secular que no puede divorciarse de Dios Creador y su plan de salvación para todas las personas.
En las Orientaciones pastorales en vigor, la Conferencia Episcopal ha sintetizado estos caminos con cuatro grandes líneas de acción pastoral: 1) Animar y fortalecer procesos evangelizadores desde la centralidad de Jesucristo. 2) Fomentar relaciones más evangélicas y estructuras más sinodales en nuestra manera de ser Iglesia. 3) Vivir nuestra misión profética en medio del mundo en diálogo con la cultura y saliendo al encuentro de los pobres y los jóvenes. 4) Seguir promoviendo en nuestra Iglesia una cultura del cuidado y del buen trato.
Obispo de San Bernardo (Chile)