Evangelio según san Juan: donde lo humano revela lo eterno

San Juan, que escribe su Evangelio ya anciano, detrás de cada acontecimiento de la vida temporal de Cristo, descubre siempre al mismo Verbo, al mismo Cristo intemporal, eterno.

18 de julio de 2025·Tiempo de lectura: 2 minutos

Leyendo estos días el Evangelio según san Juan, me ha llamado la atención, con particular claridad, un aspecto fundamental que parece contrastar con la idea general que podemos hacernos de dicho Evangelio. Parecería que este último Evangelio canónico, escrito a finales del siglo I, después de los tres sinópticos, sería «teológico», entendiendo ese concepto como poco atento a los datos históricos concretos en los que se desenvolvió la vida terrena de Jesús de Nazareth.

Pero esta idea general sobre el cuarto Evangelio contrasta, desde el principio, con la realidad de lo que está concretamente escrito, en conformidad con el propósito del autor que, desde el principio, deja muy claro que quiere presentar lo verdaderamente humano de Jesús: «Y el Verbo se hizo carne» (Jn 1, 14).

Eternidad y humanidad

Sí, ciertamente, mira al Verbo en su eternidad, en su pre-temporalidad, pero no separado o pretemporal sin más, sino en su unión con la «carne», con su humanidad, y, además, con su humanidad en lo que tiene de más débil y frágil. 

Juan, que escribe su Evangelio ya anciano, detrás de cada acontecimiento de la vida temporal, histórica de Cristo, intuye, descubre siempre al mismo Verbo, al mismo Cristo intemporal, eterno, «que sigue en el seno del Padre» (cfr Jn 1,18), obrando sobre la tierra. Lo humano para nada contrasta con lo divino de Jesús, sino que es su transparencia y manifestación.

Unidad en el Evangelio

No hay dualismo, no hay docetismo gnostico, sino unidad, aun en las horas más penosas de la pasión y muerte de Jesús. Precisamente en esos sufrimientos ve Juan brillar, con peculiar esplendor, la divinidad de Cristo, su eterno y definitivo Amor: «Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia Mí» (Jn 12, 32). Los milagros, por su parte, más que obras de poder, son «señales», «resplandores» de su Amor, de su divinidad.

En definitiva, todos los hechos de la vida de Jesús, bien apegados a la tierra y a la historia, están colocados a la luz del Verbo eterno, del Hijo «Unigénito»: «Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1, 14).

El autorCelso Morga

Arzobispo emérito de la diócesis de Mérida Badajoz

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