El Premio Princesa de Asturias de la Comunicación de este año, el filósofo Byung-Chul Han, crítico brutal de la sociedad neoliberal actual, sintoniza con el consejo de Giorgio Armani, quien prevenía de la tendencia a la autoexplotación.
El impacto de su muerte, hace pocas semanas, hizo que, en los medios de comunicación se hablara de su figura y supiéramos detalles de su vida especialmente llamativos. Por ejemplo, aunque murió siendo un icono de la moda, entró en este mundo de casualidad, como ayudante de los arquitectos que montaban los escaparates de un gran almacén.
Cuando, en una de las últimas entrevistas, le preguntaron si había algo que no le había dado tiempo de hacer en esta vida, contestó el haberse preocupado de sí mismo, sin darse cuenta de que el tiempo pasaba. Este “arrepentimiento” llevó a Armani, en los últimos años de su vida, a repetir la importancia de no ser esclavos del trabajo y de no vivir única y exclusivamente para ello.
Era como si, en el ocaso de su vida, tras haber alzado un imperio de la moda desde la nada a base de mucho trabajo (y tiempo) se hubiera dado cuenta de que vivir para el trabajo, descuidando otros ámbitos, no daba la felicidad.
La sociedad neoliberal impone el valor del trabajo duro: trabajar cada vez más y mejor para rendir más y ser más productivos (explotarse cada vez más). Todo ello revestido de valores que mejorarían al individuo. La autorrealización del individuo tendría que ver con el ser cada vez más exitoso.
De ahí deriva la autoexigencia y autoexplotación que otorgaría una falsa sensación de libertad, porque la autoexigencia se la impondría el mismo individuo (no un jefe externo). Una persona que se autoexplota a sí misma, cae en un sometimiento laboral o psicológico que la lleva a perder lo que más llena: la vida personal y los vínculos sociales. Un abismo que lleva al vacío.