Francisco y nuestro trabajo como lectores

La necesidad de descubrir las fuentes, de ir a ellas, de renunciar al morbo de la política eclesial, de tener intermediarios confiables: todas estas son habilidades que nos sirven incluso para la vida más allá del ámbito religioso, sobre todo en tiempos de inteligencia artificial.

16 de mayo de 2025·Tiempo de lectura: 4 minutos

Llevo leídas las tres cuartas partes del libro que escribió Javier Cercas, escritor ateo español, sobre el Papa Francisco en general, y sobre su viaje a Mongolia en particular.

Surge una pregunta recurrente en las numerosas entrevistas que hace a personas que rodeaban a Francisco, y podríamos formularla algo así: si el Papa ha sido escogido para ser un líder espiritual, ¿por qué solo habla de temas terrenales? La duda es aún más pertinente si sabemos que todo el libro es el intento de Cercas por preguntar sobre la resurrección de la carne y la vida después de la muerte, ambos temas que, efectivamente, son netamente espirituales.

Las derivas que recorre aquella pregunta a lo largo del libro son varias e interesantes, pero, sobre todo, nos permiten hablar de un tema: que el Papa Francisco dejó en evidencia que tenemos un problema como lectores en los tiempos de algoritmos y de lectura superficial.

Recuerdo que una vez, conversando con un sacerdote amigo, que no sintonizaba mucho con el Papa Francisco –o con quien él creía que era el Papa Francisco–, reprochó en voz alta precisamente esto: que el Papa no hablaba de los temas centrales de la fe católica, mientras que se dedicaba a hablar de temas “políticos”, como la migración, el cuidado de la naturaleza o la preocupación por los pobres. Esta segunda afirmación de su frase la dejaremos para otro momento. Pero ese día, desmontar aquella realidad paralela creada por alguna página web no fue difícil, ya que pocas horas antes el Papa había dedicado su décima audiencia general consecutiva a una catequesis sobre la Santa Misa, misterio central de la fe cristiana. Lógicamente, eso no salía en el blog de información sobre el Vaticano que leía mi amigo sacerdote, ni tampoco en los titulares de la prensa común que veía fugazmente en las redes sociales.

Si ya era un problema para la verdad el hecho de que consumamos solamente la información que recibimos de los algoritmos de las redes sociales o en algún blog de cuestionables intenciones, ahora esta complicación se ha multiplicado con la inteligencia artificial.

Hace pocos días fue el día de la madre en muchos países del mundo y me llegó varias veces un video falso del Papa León XIV reflexionando sobre la tarea maternal. Así como mi amigo sacerdote pensaba que Francisco nunca hablaba de vida espiritual, otros ahora pueden pensar que León XIV es especialista en felicitaciones cursis para los días mundiales de cada miembro de la familia.

La tarea de formarnos como lectores de noticias es urgente, porque de ella depende la imagen que nos formamos sobre el mundo. Y lo mismo sucede con la información religiosa: la tarea de formarnos como lectores de noticias sobre el Papa es urgente, porque de ella depende la imagen que nos formamos de su persona y de la Iglesia, con repercusiones claras también en nuestra vida espiritual.

¿Debemos pedir a un periódico común, con temas eminentemente políticos, que informe sobre la Iglesia con un sentido espiritual? Obviamente no.

¿Podemos pedir a ese medio que nos desgrane los encuentros del Papa con los religiosos del país que visita? Obviamente no.

¿Podemos pedir que nos resuma cada catequesis dedicada a los distintos sacramentos? Tampoco.

Cada medio busca lo que interesa a sus lectores. Un medio así buscará lo que hay de político en las actividades del Papa para, pasado por el filtro de su línea editorial, transmitirlo a sus lectores. Ese es su trabajo. Si pedimos peras al olmo, el problema es nuestro, no de tal o cual periódico.

Un terreno quizás más delicado todavía es el de los sitios de información de la Iglesia. Porque uno podría pensar que soluciona su problema como lector al visitar páginas web que se dedican específicamente a estos temas. Sin embargo, tampoco es tan fácil.

Si uno tiene un poco de familiaridad con estos medios, sabrá que están los que se denominan frecuentemente de tendencia más “conservadora” y los de tendencia más “liberal”, con las infinitas limitaciones que tienen estos términos en el mundo religioso. Y precisamente que podamos usar esas etiquetas es parte del problema.

En la mayoría de los casos, allí no se hace información sobre el Papa con una visión espiritual y sobrenatural de la Iglesia, sino que se hace información sobre ella, pero empapada de una mirada terrena, como si también allí todo fuera una pugna política, como si también en la Iglesia el objetivo fuera eliminar al enemigo, aunque, lógicamente, tengan que disfrazar sus textos con adornos piadosos.

¿Podemos pedirles que estén abiertos a lo que sopla el Espíritu Santo, aunque sea algo que no se alinee con su pensamiento, aunque les genere menos clics, y aunque no alimente a sus lectores, ávidos de confirmación constante de su propia visión de la realidad? No.

Cada uno es libre de producir la información como le parece, pero no podemos esperar de todos los medios de información religiosa una perspectiva verdaderamente religiosa.

Esta fue una de las realidades que desenmascaró Francisco, aunque solo fuera por la época en la que le tocó vivir: la necesidad de formarnos como lectores de noticias. La necesidad de descubrir las fuentes, de ir a ellas, de renunciar al morbo de la política eclesial, de tener intermediarios confiables: todas estas son habilidades que nos sirven incluso para la vida más allá del ámbito religioso, sobre todo en tiempos de inteligencia artificial.

En esas conversaciones con personas que no sintonizaban con Francisco –otra vez: con quien pensaban que era Francisco– no era raro llegar a esta pregunta: ¿Cuánto tiempo has dedicado a leer los escritos del Papa de primera mano, y cuánto tiempo has dedicado a los medios de noticias que quieren tenerte enganchado con la telenovela religiosa? Muy poca gente acudía a la verdadera fuente y, lógicamente, peleaban en su mente con un estereotipo creado en alguna redacción.

Que eso no nos pase con León XIV. “Gracias –decía el Papa en su encuentro con medios de comunicación hace unos días– por todo lo que han hecho para abandonar los estereotipos y los lugares comunes, a través de los cuales leemos frecuentemente la vida cristiana y la misma vida de la Iglesia”. Fue un detalle de cortesía que quizás, en realidad, esconde una elegante petición.

Newsletter La Brújula Déjanos tu mail y recibe todas las semanas la actualidad curada con una mirada católica