Esta mañana miré un grupo de WhatsApp familiar y me encontré con una llamativa noticia —al menos para mí— dada por mi cuñada: «Hoy, miércoles 15 de octubre de 2025, mis sobrinas no tienen colegio porque sus profesoras han decidido hacer huelga en protesta por los hechos que están sucediendo en Palestina».
Recientemente, como consecuencia de la muerte de mi padre, he tenido que acudir a distintos centros de la Administración pública para solicitar y presentar documentos relacionados con trámites hereditarios y sucesorios. En todas las sedes, he encontrado panfletos e imágenes que llaman la atención del ciudadano y contribuyente sobre la gran catástrofe originada por la guerra entre Hamás e Israel. Igualmente, en los “estados de WhatsApp” de vecinos, amigos y conocidos he podido leer lemas, frases, discursos fotos y otro tipo de propaganda en apoyo a Palestina. Me he permitido usar la palabra propaganda.
Según la RAE propaganda es:
1. «Acción y efecto de dar a conocer algo con el fin de atraer adeptos o compradores».
2. «f. Textos, trabajos y medios empleados para la propaganda. 3. f. Asociación cuyo fin es propagar doctrinas, opiniones, etc».
Es evidente que nuestra sociedad vive muy preocupada por la situación de Palestina, sobre todo por sus mujeres y de los niños.
Son las 12 de la mañana de un miércoles cualquiera. Mi padre, quien me encontraba más unida de lo que yo misma imaginaba, murió de manera repentina la mañana del día 24 de mayo de 2025. El suceso conmocionó enormemente toda mi familia: a mi madre, viuda con 65 años; a mis hijos, que adoraban a su abuelo; a mis hermanos y a mí.
Rota de dolor, me dispuse ayudar a mi madre con la burocracia a la que uno debe someterse tras la muerte de un padre. Y es que el Estado —en concreto, la Administración autonómica— «considera» que debe recibir parte de los bienes del difunto por el solo hecho de su muerte. Con ese abatimiento me presentó ante distintas administraciones servidas por personas físicas concretas, con un nombre y apellido, una familia, una historia y una preocupación muy honda: Gaza y el Estado de Palestina.
— Buenos días. Vengo a presentar esta documentación y el modelo 650 para cumplimentar el impuesto de sucesiones relativo la herencia de mi padre.
La buena funcionaria, preocupada —recordemos— por la situación de las mujeres en Gaza, sin darme los buenos días, me dice:
— Esto tienes que presentarlo por internet.
— Sí, lo sé, pero como la página me da problemas he decidido traerlo en persona.
— Pero es que todo esto que me traes es un montón de papeles y aunque de forma telemática dé error, lo puedes volver a intentar.
— Verá usted: el plazo para presentar el escrito se termina y no puedo perder más tiempo para presentarlo telemáticamente. La pasada noche intenté hacerlo y, finalmente, después de dos horas, no pude.
— Mire, la ley fomenta la presentación telemática y yo le insisto en que lo haga así.
En ese momento mis ojos estaban a punto del llanto. Venía de realizar otros trámites cuyo cumplimiento me costó sudor y lágrimas e incluso tirar de algún contacto con mano.
En ese momento mi mente pensaba: “no te enfades, seguro que tiene alguna situación mala, o quizás esté atravesando una crisis matrimonial” (según las estadísticas un 50% de los españoles se divorcian). Entonces decido seguir siendo amable y pedirle ayuda:
— Mire, yo sólo quiere presentar esto y que me lo selle. Mis hijos salen a las 14:00 horas del colegio y tengo que ir a por ellos. ¿Puede ayudarme?
— Buf, ya le digo que lo mejor es que lo haga telemáticamente.
En ese momento mi mente y mis fuerzas ya no podían más, así que contesté así a esta buena mujer preocupada por Gaza: — Mire, soy magistrada de profesión y conozco mis derechos y mis derechos son que usted me recoja esta solicitud.
Parece ser que la palabra “magistrada” provocó alguna sensación extraña en su cabeza, quizá la misma que le provocan las noticias sobre Gaza. Inmediatamente llamó a su superiora, a quien informó sin discreción alguna sobre mi condición. Todo fue estupendo a partir de ahí, incluso me ofrecieron agua.
Creo que el lector tiene la suficiente inteligencia para alcanzar la conclusión del motivo que llevó a esta funcionaria a ayudarme de forma repentina. Le pareció que mi condición laboral y social era digna de recibir asistencia. También podemos pensar siempre bien y llegar a la conclusión de que mis ojos llorosos hicieron recapacitar a esta funcionaria y decidió finalmente auxiliarme y poner el sello que necesitaba en los papeles presentados.
Pensemos de una manera o de otra, lo cierto es que por un momento pensé que me gustaría ser tratada como esa mujer de Gaza que, gracias a la propaganda que cuelga de la pared de los edificios públicos, despierta en la funcionaria sentimientos tan fuertes que conducen a una huelga para unirse a su dolor. Sin embargo, yo vivo a 4.000 kilómetros de Gaza y a escasos metros de esta funcionaria; vivo justo debajo de la vecina que publica “estados de WhatsApp” pidiendo ayuda para las mujeres y niños de Gaza, convivo con amigos que hablan durante horas y horas del problema de Gaza y trabajo con funcionarios que deciden hacer huelga por la gente de Gaza.
Decía Søren Kierkegaard, filósofo danés, que la vida no es un problema que resolver, sino una realidad a experimentar. Es decir, no está bien vivir un problema tan lejano sobre el que no podemos hacer nada como si nos fuera la vida en ello y sin embargo descuidar el problema cercano que otras personas pueden padecer cada día, mirando hacia otro lado. El mundo sólo puede cambiar cuando emprendemos e intentamos el cambio en nuestro entorno.
Magistrada