La vocación olvidada: ser padre o madre es una entrega total

La vocación de ser padre o madre, vivida con generosidad, merece pleno reconocimiento en la Iglesia. El matrimonio cristiano, lejos de ser una opción menor, es un camino de entrega total que sostiene y fortalece a la comunidad.

13 de agosto de 2025·Tiempo de lectura: 2 minutos
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©Sam Clickx

Este verano, entre pañales, risas y noches cortas, me ha asaltado una convicción que me cuesta entender por qué no ocupa titulares ni homilías: la vocación de padre y madre de familia es, en mérito y entrega, tan alta como la de cualquier persona consagrada. Sí, lo digo así de claro. Y me sorprende —me escandaliza, en el buen sentido— que la Iglesia, y la sociedad en general, sigan sin reconocerlo del todo.

En Misa, escuchamos peticiones por “quienes dedican toda su vida al Señor” y automáticamente se piensa en religiosas, sacerdotes, misioneros. Y yo, ahí sentada, no puedo evitar preguntarme: ¿y nosotros? ¿Acaso un padre o una madre joven, que se deja la piel por sacar adelante un proyecto familiar generoso, no dedica también su vida al Señor? ¿Acaso no hay en esa entrega —sin reservas, sin horarios— un heroísmo cotidiano que glorifica a Dios de manera radical?

El celibato es precioso, eminentísimo, con su razón de ser en la vida de la Iglesia. Pero no lo es menos el matrimonio vivido como verdadera vocación. Una familia cristiana no es una renuncia menor: es una oblación diaria. Es amor que se encarna en madrugones, discusiones que se sanan, abrazos que curan, economías que se ajustan para que los hijos crezcan en un hogar abierto a la vida y a Dios.

Hoy, mientras algunos eligen proyectos de pareja más cómodos o postergan el compromiso hasta que todo esté “bajo control”, hay jóvenes que se casan pronto, que apuestan por tener hijos, que complican su vida conscientemente por amor. Y eso, nos pongamos como nos pongamos, es digno de pedestal.

En ese sentido, no es casualidad que Mons. Luis Argüello —arzobispo de Valladolid y presidente de la Conferencia Episcopal Española— haya compartido que, al presentar la propuesta del Congreso Nacional de Vocaciones al Papa Francisco, éste expresó: “Preocúpense por promover la vocación al matrimonio y la familia”, destacando el valor del matrimonio en tiempos de crisis demográfica y cultural.

Quizá ha llegado el momento de que obispos y sacerdotes lo digan sin rodeos: la vocación matrimonial, vivida de verdad, tiene un valor sobrenatural de primera categoría. No es una “opción natural” de segunda categoría. Es un camino estrecho y glorioso que, en el misterio de Dios, lleva tanto mérito como el de quienes entregan su vida en celibato. Y tal vez, si lo reconociéramos más, no solo se fortalecerían nuestras familias, sino también la misma Iglesia.

El autorAlmudena Rivadulla Durán

Casada, madre de tres hijos y Doctora en Filosofía

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