Los que hemos recibido la carta que nos reclamaba al Servicio Militar Obligatorio (la Mili), sabemos perfectamente qué es la Objeción de Conciencia. Era una manera de defender nuestros principios más profundos y no verte obligado a disparar con un CETME a un posible enemigo, que no conocías y que no te había hecho nada. Era un modo concreto de poder ejercer tu ética personal, conformada por tus vivencias y creencias propias. Este “pacifismo legítimo», en cierta manera, acabó siendo una manera de esquivar la Mili, mediante la Prestación Social Sustitutoria, que suponía cumplir con el deber cívico que tiene todo ciudadano, mediante la práctica de cualquier servicio a la sociedad que fuera necesario.
En 2016 salió «Hasta el último hombre”, película ganadora de un Oscar y otros tantos premios, dirigida por Mel Gibson, que nos permitió entender mejor qué era un objetor de conciencia en la guerra. Basada en hechos reales, nos cuenta la historia real del soldado Desmond Doss, que por sus creencias religiosas no quiere ejercer la violencia y disparar al enemigo. Esta postura tan rupturista, nada habitual en la sociedad americana, costó tiempo en ser entendida. Pero este soldado fue condecorado con la Medalla de Honor por el presidente Harry S. Truman en la vida real, después de sufrir burlas y humillaciones por defender sus principios. Pero la objeción de conciencia no se ciñe solo al sector militar, se abre a todo lugar donde podamos actuar mediante una decisión moral que nazca de nuestra conciencia.
Este derecho ha saltado a la actualidad en el ámbito sanitario, ante la situación que muchos médicos del sistema público de salud no quieren practicar abortos. Recientemente el ministerio de sanidad ha aprobado el “protocolo para la creación del registro de personas objetoras de conciencia en la interrupción voluntaria del embarazo”, con la intención de reclutar médicos para llevar a cabo esta intervención en sistema público, mediante un listado obligatorio de médicos objetores de conciencia. Ayuso ha decidido no elaborar esta lista en Madrid, y no enviarla, lo que ha supuesto la puesta en marcha de un contencioso administrativo que va a poner en marcha el ministerio, como ha anunciado Mónica García, contra la Comunidad de Madrid. Al margen de la norma y de la polémica, yendo al fondo de la cuestión hay que plantearse varias cuestiones: ¿Por qué hay que hacer un registro de objetores, si el aborto es libre y real en España, y se han realizado 106.172 en 2024? ¿Por qué se quiere obligar a registrar a los médicos objetores y no a los que sí que quieren abortar, como ocurre con los médicos que sí quieren practicar la eutanasia? ¿No se les puede incentivar a estos médicos, si hay tanto interés?
El 78,74 % de las interrupciones voluntarias del embarazo (IVE) en España se realizaron en centros privados (con fondos públicos), porque no hay suficientes médicos en el sistema público que quieran llevarlos a cabo. Y eso no está bien visto, quieren que sea desde el sistema público desde donde quieren que salgan los médicos. Pero eso no tiene que suponer que hay que forzar la libertad del objetor. Pero lo contrario, señalar al médico que no quiere verse en la situación de realizar esta violenta intervención de obstetricia, mediante una lista, ¿no es como señalar a los “traidores” al sistema que quiere imponer el ministerio, como si fueran judíos señalados en la persecución Nazi, cuando los vecinos de un barrio señalaban con una estrella de David la vivienda de los semitas que querían denunciar? Aunque no sea un dato público, políticamente dentro del ministerio sí que se pueden usar los datos.
El aborto no es plato de “buen gusto”, para la mujer que está en esta difícil situación desde luego, pero tampoco lo es para el médico que tiene que llevarlo a cabo. Igual que la paciente toma libremente la decisión que desee, el médico tiene que tener la misma posibilidad. Quizá con más motivo en su caso, por el Juramento Hipocrático, ya que es la manera concreta de actuar en conciencia y con profesionalidad, sin verse coaccionado, ejerciendo el derecho a no violentarse en una situación tan delicada.



