Lo que no te arrebatan

Podrán robar todas las joyas y el oro del mundo. Pero el momento que encerraba cada una de ellas, permanece en nuestra vida.

4 de noviembre de 2025·Tiempo de lectura: 2 minutos

Las mías no eran ni mucho menos las joyas de Napoléon robadas en el Louvre, pero las mía fueron robadas un día antes y eran las que a mí me importaban. Eran mis  recuerdos. No sé si las de Napoleón se encontrarán algún día, pues son difíciles de vender. El oro que me robaron acabará fundido, pero nunca se fundirán los recuerdos que cada pieza suscitó. 

Nunca salimos los viernes a cenar los cinco, pero esa noche era especial. Mi hija mayor cumplía dieciocho años. Ella había dicho que quería celebrar con nosotros, en un restaurante oriental, el mismo día del cumpleaños y, al día siguiente, con sus amigas. Sobre las siete y media salimos de casa, y regresamos unas dos horas después. Una tarta y una botella de spumante nos esperaban en la nevera. Tenía preparadas las copas, era día de brindar. Al llegar al hogar mi marido notó algo raro al entrar en nuestro dormitorio y dijo en voz alta: ¿Qué es este desorden tan grande? Un segundo después, mi hijo dijo en tono de sorpresa que la ventana estaba abierta, mientras yo veía unos cajones de un mueble del salón abiertos. Estaba claro y se me heló el cuerpo de golpe. 

Hacía tan poco tiempo que los intrusos habían estado dentro de la casa que «notábamos» todavía su presencia y sentíamos miedo. Sentir que alguien ha entrado en tu casa sin tu permiso a robar te deja un mal cuerpo tremendo. Mi hija pequeña empezó a llorar y temblar. Le dije que no pasaba nada y ella me respondió: «Es que tu no tienes miedo porque eres mayor»

Yo tenía miedo  de comprobar  qué se habrían llevado los ladrones. Me vaciaron una caja donde «dormían » las pocas joyas de valor que tenía. Esa caja contenía, entre las joyas, una bolsita vieja en la que había unos pendientes con anillo a juego, de oro y coral que llevaba mi abuela cuando iba a misa los sábados y que me había regalado unos meses antes de morir al final de un verano. Creo que eso era lo único de valor que ella tuvo en su vida y lo acepté siendo consciente de que ella intuía su fin. 

Ni los ladrones (hábiles en distinguir el oro de chatarra) sospecharon que había una joya en esa vieja bolsita dentro de esa caja. Cómo recuerdo nunca saqué el regalo de mi abuela de ese raro envoltorio.  

La vida es un misterio en el que cada día se aprende. Noto que  todo es un ir desprendiéndose. Cada joya que se llevaron los ladrones era un recuerdo de un momento de mi vida. Podrán robarme todas las joyas, pero una vez más, me convenzo que los objetos son una materialización de un sentimiento. Esa noche mi abuela no permitió que unos cacos se llevaran su regalo. Si no llega a estar en la bolsita vieja se las hubieran llevado, pero es que, a veces, las apariencias engañan. Los pendientes de oro y coral los lució su bisnieta en la cena que tuvo con sus amigas para celebrar sus 18 años, el día después. 

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