Jesús –como la Iglesia hoy– trataba de anunciar al mundo una buena noticia que es accesible y comprensible por todos como demostraban las multitudes que arrastraba, pero curiosamente, entre los personajes de la Pasión, hay muchos que parecen no entender que Jesús no pretendía poder religioso ni político, que no quería liderar una revolución ni atraer a las masas para hacerse fuerte, que su único interés era servir, no ser servido.
Dos mil años después, poco ha cambiado. Al igual que en aquella Jerusalén atestada de peregrinos por las fiestas de Pascua, la expectación mediática que ha llevado consigo el relevo en la sede de Pedro ha dado voz a una multitud de personajes y personajillos cuya perspectiva de la institución eclesial está completamente cerrada al mensaje que lleva consigo.
Entre los personajes están quienes se limitan a mirarla con curiosidad, como hizo Herodes con Jesús; a criticarla porque sus planteamientos denuncian la mentira en la que viven, como Caifás, o a despreciarla para evitar implicarse porque tienen cosas más importantes en qué pensar, como Pilato consigo mismo.
Entre los personajillos, quienes se sirven del revuelo para sacar provecho. Están quienes, ante la trascendencia del personaje, se suben al carro y, aunque en el fondo lo desprecian, tratan de sacar tajada, como el «mal» ladrón; quienes, ante el miedo a dar la cara, se esconden, como los discípulos; o quienes, manipulando el mensaje de la Iglesia, hacen que parezca que dice lo que no dice, como los falsos testigos en el juicio ante el Sanedrín. Y junto a estos, la multitud de guardias judíos, soldados romanos y chusma diversa que aprovecha para insultar, escupir, azotar, burlarse, o acusar a los seguidores del nazareno.
Lugar aparte merecen quienes, habiendo comido y bebido con el Señor, siendo miembros más o menos destacados de la comunidad, interpretan el momento de la sucesión sólo en clave de interés humano y ya van colocándose en la mejor posición a su beneficio. Alguno incluso ha denunciado el «infantilismo religioso» de quien cree en la acción del Espíritu Santo durante el proceso de elección de un nuevo Papa dando a entender que el cónclave no es más que un juego de pactos. Se parecen a aquel que pensaba que, tras su beso, Jesús se iba a desvelar con un ejército de ángeles poniéndolo a él en lugar privilegiado. ¡Pobrecillo! ¡No había entendido nada!
Frente a estos personajes y personajillos, otras figuras más o menos grandes que entendieron que el Reino que Jesús había venido a implantar era «otra cosa». Empezando por María, Juan y las santas mujeres que lo acompañaron al pie de la cruz; continuando por José de Arimatea, Nicodemo, las hijas de Jerusalén o el Cireneo y llegando hasta el centurión romano que reconoció el misterio, viendo aquel guiñapo a los ojos del mundo y proclamó: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios». Ellos vieron lo que los otros no.
El misterio de la acción del Espíritu Santo en la elección del Papa, como el misterio de la Iglesia, lo define muy bien el Concilio Vaticano II que dice de ella que es «como un sacramento». Y es que, al igual que los sacramentos (el bautismo, la eucaristía, la confesión…) manifiestan visiblemente la acción de la gracia invisible de Cristo; la Iglesia, como sacramento universal de salvación, hace presente a Cristo allá donde va, a pesar de lo difícil que es verlo encarnado en débiles y pecadores seres humanos.
Con Francisco ya descansando en Santa María la Mayor, se abre ahora una nueva «Pasión», una exposición pública de la Iglesia visible hasta la elección del nuevo Papa. Muchas serán las especulaciones, los juicios sin fundamento o interesados… ¿Con qué personaje o personajillo nos identificaremos? ¿Seremos capaces de entender que el Reino no es de este mundo? ¿Sabremos mirar a la Iglesia visible como sacramento de Cristo al igual que Cristo era el sacramento del Padre y muchos no supieron verlo? No es tan difícil de entender para quien, de rodillas ante un simple trozo de pan, y sin hacer caso a quien lo tacha de tener creencias infantiles, es capaz de exclamar: «¡Verdaderamente este es Hijo de Dios!». ¡Feliz Pascua!
Periodista. Licenciado en Ciencias de la Comunicación y Bachiller en Ciencias Religiosas. Trabaja en la Delegación diocesana de Medios de Comunicación de Málaga. Sus numerosos "hilos" en Twitter sobre la fe y la vida cotidiana tienen una gran popularidad.