“Los niños no molestan en Misa”: una mirada desde el corazón de una madre

"Quiero decir lo más alto posible a los papás que: ¡a la Iglesia no le molestan los niños! Por mucho que algún sacerdote diga lo contrario o de que varios asistentes se giren hacia ti y hacia tu niño con mirada reprobatoria".

22 de noviembre de 2025·Tiempo de lectura: 2 minutos
Misa niños

©Caleb Woods

Cada domingo, muchas familias vivimos la misma escena: queremos ir a Misa y adorar al Señor, pero tenemos hijos pequeños. Si la parroquia no cuenta con una sala para niños, pasar a la nave principal puede convertirse en una auténtica odisea. No porque los niños sean un problema, sino porque, muchas veces, nuestras iglesias no están pensadas para ellos.

Antes de ser madre, confieso que yo también soñaba con las “Misas perfectas”: un sacerdote profundo y cercano, una liturgia cuidada, un coro bien entonado, un ambiente de silencio que favoreciera la oración. Para mí, el silencio era casi sinónimo de presencia de Dios. 

Pero cuando llegaron mis hijos, todo cambió. Descubrí que la Misa puede vivirse de otra manera. Que hay una gracia escondida para los padres que siguen yendo a Misa a pesar de que todo se les ponga en contra, incluso la misma comunidad. 

Fue en esas Misas “interrumpidas” cuando comprendí, por primera vez, lo que significa vivir el misterio eucarístico desde la sencillez. Así, sintiéndome fuera de lugar por las constantes miradas de impaciencia hacia mis hijos, comprendí que la presencia de Dios no dependía de mi concentración, que la Misa no era una sesión de yoga. Él está ahí, incluso cuando no puedo seguir cada palabra, incluso cuando no escucho toda la homilía. 

No se trata de fomentar el desorden, por supuesto. Todos los padres intentamos que nuestros hijos se comporten con respeto, que no interrumpan, pero demasiadas veces experimentamos que la Iglesia no tiene un lugar para ellos. Si no hay una sala o un espacio donde los niños puedan moverse libremente, las familias terminamos en la puerta o en la calle, tratando de escuchar la Misa desde fuera. Y por este esfuerzo quiero decir lo más alto posible a los papás que: ¡a la Iglesia no le molestan los niños! Por mucho que algún sacerdote diga lo contrario o de que varios asistentes se giren hacia ti y hacia tu niño con mirada reprobatoria.

A mí también me gustaría vivir la Misa de otra manera, sin las preguntas de mis hijos y sus constantes demandas, sobre todo cuando no tienen ni cinco años de edad. Sin embargo, aunque parezca que niños tan pequeños no se enteran de nada, he tenido vivencias que no se pueden reproducir en una clase de religión ni en una comunidad donde no haya niños. 

Después de la liturgia de la palabra y tras consagrar el vino, mi hijo se emociona y, mirando el cáliz que el sacerdote eleva sobre el altar, me comenta en voz bien alta: “Mamá, es la copa Pistón de Rayo McQueen”. Al oírle no puedo evitar sonreír, controlando la risa. Miro a mi hijo y le brillan los ojos. Entonces, le doy un beso pensando “mi hijo lo está mezclando todo”, pienso al principio. Pero luego, al volver a mirar el cáliz donde Dios se está haciendo presente, siento cierta envidia hacia mi hijo. Yo también quisiera mirarle con esa misma admiración, con ese mismo deseo. 

Desde entonces en cada Misa le pido al Señor que me conceda la gracia de ser niño otra vez, de mezclarlo todo, de desearle como mi hijo lo deseó aquella vez: como el protagonista de su película favorita. 

El autorAlmudena Rivadulla Durán

Casada, madre de tres hijos y Doctora en Filosofía

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