El orgullo como enemigo del matrimonio

Evidentemente surgen problemas en el matrimonio. En tales casos, ha de buscarse la solución adecuada y para ello es condición esencial la virtud contraria al orgullo: humildad.

12 de junio de 2025·Tiempo de lectura: 3 minutos
divorcio

Ella salió con altivez del bufete jurídico. Su corazón herido se había endurecido para no sufrir más. Estampó su firma en el acuerdo de divorcio.

Unos minutos después llegó su esposo, a quien ella ya llamaba “ex-esposo”. Él ingresó, se sentó donde le indicaron y leyó el acuerdo. Pero no firmó…sus ojos se anegaron de lágrimas que no pudo contener; un nudo en la garganta le impedía hablar. Tras un par de minutos simplemente se levantó y dijo: “no firmo, no puedo, no haré algo que en realidad no quiero hacer”.

Desde el bufete la secretaria llamó a la esposa para decirle lo sucedido. Ella escuchó con atención y sorprendentemente sintió como una ducha de agua fresca, se alivió la tensión que había en su corazón, lloró conmovida y dijo: “¡yo tampoco quiero!”

El perdón

Vino entonces la conversación que realmente necesitaban: “perdóname” se dijeron los dos… “Perdóname tú por favor, quiero estar bien contigo”. 

Se había roto el orgullo que divide y destruye y, pudo entrar la humildad que une y construye.

Una serie de acontecimientos necesarios sucedieron después de aquel re-encuentro: retomaron su vida de fe, acudieron a Misa, buscaron un nuevo inicio a través de una confesión general que cada uno hizo con plena conciencia; tomaron la mano de un terapeuta que les ayudó a sanar heridas del pasado; se involucraron en un apostolado matrimonial que tiene como fin fortalecer el amor conyugal, ¡y lo hacen muy bien!

Hay una clase de orgullo que es positivo. Se da cuando hacemos un trabajo bien hecho, cuando se experimenta la satisfacción del deber cumplido o, cuando el éxito de un hijo o de otro ser querido nos alegra el alma (Gál 6, 4).

El orgullo dañino

En cambio, el orgullo que obstaculiza al amor, es dañino y opuesto a la voluntad de Dios. Satanás fue echado del Cielo por su orgullo (Isaías 14, 12-15). Él tuvo la egoísta audacia de intentar reemplazar a Dios como gobernante del universo.

Cuando esta clase de orgullo entra en la relación de la pareja, se va cavando la tumba del amor. Empieza todo cuando él o ella no quieren ceder ni cambiar nada. Experimentan una especie de superioridad moral respecto del otro y exigen su cambio y no el propio.  

Se evidencia este orgullo mal entendido cuando se pronuncian sentencias como estas:

“Tu eres el borracho, debes cambiar”.

“Tu eres la loca, ve a ver quién te endereza”.

“Tu eres el infiel, purga tu condena”.

“Tu eres la bipolar, húndete”.

“Eso yo no te lo voy a perdonar nunca”.

“¿Por qué voy a pedir perdón yo?”

Humildad para vencer el orgullo

Evidentemente surgen problemas en las relaciones matrimoniales, hay diferencia de opiniones y conductas inapropiadas en relación al otro. Hay deberes que cumplir y puede suceder que no se cumplan. En tales casos, ha de buscarse la solución adecuada, encontrar las herramientas necesarias para reconstruir. Para ello es condición esencial la virtud contraria al orgullo: humildad.

Es humilde el que reconoce que necesita ayuda, el que sabe que hay mucho que mejorar en sí mismo, el que se decide a aprender la mejor forma de arreglar las cosas. La humildad no significa perder dignidad, todo lo contrario, humildad es andar en la Verdad como decía Teresa la grande.

Los dos miembros de la pareja requieren de esta actitud. Los dos necesitan aprender, y procurar convertirse en una mejor versión de sí mismos. Si existe un problema de adicciones, se debe aceptar esta realidad y determinarse a pedir ayuda. Ante una infidelidad, de la misma manera entender lo que ha pasado para sanarlo y decidirse a un nuevo comienzo con criterios cristianos. Si la violencia se hace presente, se deben usar todos los medios necesarios para detenerla por completo (aunque esto implique una separación).

Dios desea la reconciliación

Cuando uno de los dos o ambos no aceptan trabajar en un cambio personal, podemos ver que ha ganado el orgullo: “yo no doy mi brazo a torcer, así soy, que el otro se aguante”.

Y… nada que hacer… el que quería luchar se da cuenta que se necesitan dos para estar bien en el matrimonio. 

Dios desea la reconciliación, el perdón y la unidad, Él presenta los medios, las circunstancias, las personas que mostrarán el camino del amor… pero respeta nuestra libertad y con su corazón atravesado de dolor, sigue suplicando: ábreme tu corazón (Ap 3,20), no tengas miedo (Josué 1, 9). 

Escucha esa voz y no acabes con tu matrimonio, acaba con tus problemas, acepta ayuda.

¡Rompe tu orgullo, hazlo añicos!, que esta manifestación de la soberbia no te impida crecer en el amor, en el perdón y la alegría.

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