Pobreza y Navidad

El pobre, para mí, suele ser una figura demasiado abstracta, y me pregunto si no entiendo bien a los Papas o si simplemente me falta corazón.

20 de diciembre de 2025·Tiempo de lectura: 3 minutos
pobreza Navidad

En su primera encíclica, el Papa León XIV nos habla de los pobres y de la predilección que Dios tiene por quienes más sufren. A lo largo de su pontificado, Francisco también insistió en este tema: en el cariño de Cristo hacia ellos.

Ahora, preparando la Navidad y buscando una buena carnicería donde comprar un buen pavo, pienso en todo esto y me cuesta comprenderlo del todo. El pobre, para mí, suele ser una figura demasiado abstracta, y me pregunto si no entiendo bien a los Papas o si simplemente me falta corazón. Me enredo pensando en cómo cumplir con mis obligaciones familiares y, a la vez, ocuparme de los más necesitados, como hicieron tantos santos.

Sé que Cristo se hizo el más pobre de los pobres y que sigue siendo el más dependiente de todos: un simple trozo de pan en una pequeña cajita. Pero ¿qué puedo hacer yo por los pobres si estoy rodeada de miles de urgencias familiares y de seres queridos que también requieren atención? Después de darle mil vueltas, he llegado a una conclusión con la que, creo, el Papa estaría de acuerdo.

Cada vez que se publica un texto del Papa, no puedo evitar tomármelo muy en serio. Al leer Dilexit te y meditar sobre la predilección de Cristo por los más pobres, me pregunto: ¿y mi propia predilección?, ¿hacia qué se inclina mi corazón?

El pobre y el enfermo son protagonistas en el Evangelio. ¿Qué hay en ellos que merezca esta predilección divina? Hay pura necesidad. Y esa predilección me enseña algo decisivo: vida y dependencia son equivalentes, son la misma realidad. La vida no comienza cuando la dependencia se resuelve. La vida no comienza cuando el enfermo se cura, cuando el bebé se hace mayor y autónomo, cuando los problemas del trabajo desaparecen, cuando consigo un nuevo y mejor empleo, cuando encuentro a una buena novia, cuando consigo tener un primer hijo o uno más, cuando consigo comprarme una casa… 

Muchas veces vivo pensando de esa manera: esperando la situación perfecta, en lugar de vivir con predilección la situación que me toca.

Vida es justamente eso: la molestia interminable de cambiar pañales, acompañar cada paso del crecimiento de mis hijos, cuidar a mis enfermos, pasar noches en vela por la tos y la fiebre de mis pequeños, llevar a diario a mi hijo pequeño a sus terapias. Vida es escuchar a mi marido cuando me habla de su trabajo o de aquello que le preocupa. A veces es más intenso y otras veces más ligero, pero sigue siendo la misma vida.

Cuando llega el paro, la enfermedad, el dolor o las dificultades, la vida se vuelve más vida, más intensa. Y cuando todo fluye —los niños están sanos, el colegio va bien, el trabajo se sostiene, la comida está hecha y no hay rabietas— decimos que hemos tenido un buen día. Y es cierto: en esos días la vida pesa menos. Pero ambas formas son vida. Nunca perfecta, pero siempre vivida con predilección.

Vivir todo esto con predilección —como Cristo ama a los pobres— es lo que me enseña el Papa en esta encíclica.

Desde una mirada moderna, todo esto parece absurdo. En La era del vacío, Lipovetsky describe cómo viven y se relacionan los ciudadanos de las sociedades contemporáneas: un individualismo que se ha infiltrado en nuestra forma más básica de vincularnos, incluso con quienes más queremos. Sin quererlo, convivimos como individuos que sienten que su deber es mejorar su situación personal todo lo posible. En ese marco mental, la dependencia aparece como una amenaza a una buena vida.

Pero, desde la mirada de Cristo, esa lógica no se sostiene. Y la Navidad lo hace evidente. El enfermo y el pobre representan formas extremas de dependencia, y ahora, en Navidad, también lo hace el mismo Dios, que vivirá así hasta el final.

La cuestión para mí, al leer esta encíclica y comprender el lugar privilegiado de los pobres en el corazón de Cristo, no es sentir culpa por vivir bien ni romantizar la pobreza. Es entender que, cuando el Papa habla de pobreza, habla de algo de algo más que de un grupo social; habla de los vínculos del corazón. Y esta propuesta – la de vivir con predilección lo que nos toca – nos saca del individualismo que nos atrapa a todos: ese que nos hace vivir deseando otra vida distinta de la que ya tenemos.

El autorAlmudena Rivadulla Durán

Casada, madre de tres hijos y Doctora en Filosofía

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