Alerta roja: la rutina amenaza tu matrimonio

El matrimonio es un pacto, un acuerdo que planteamos de una manera determinada al principio de la relación y que debemos volver a plantear, una y otra vez, de diferentes maneras.

15 de diciembre de 2025·Tiempo de lectura: 4 minutos
Rutina

©Aida Tavakkoli

Muchas veces tengo la sensación de que vivo mi matrimonio sobreviviendo; que me faltan estrategias o recursos para disfrutarlo más. Siempre algo se interpone: o los hijos demandando tiempo tiempo sin parar, las exigencias del trabajo que realizamos fuera de casa o necesidades materiales de algún tipo: faltan toallitas para cambiar pañales, aceite para cocinar, o la ropa lavada no se seca ni a tiros… Y, sobre todo, lo más difícil de superar es el malestar que se instala entre mi marido y yo cuando nuestras conversaciones se reducen a hablar de todo ello, a pedirnos cosas y a gestionar a los niños. 

Cuando llevamos mucho tiempo así, en el que la vida dentro de casa es pura gestión, es inevitable entrar en bucles mentales, buscándole el sentido a esto que se repite todos los días y que parece que va a eclipsar tu vida entera. Incluso puede darte por pensar: ¿en qué momento me metí yo en este lío? ¿Cómo salgo de él? O incluso, ¿y si me he equivocado de vida? Me parece que son preguntas naturales que podemos llegar a hacernos interiormente. 

En un artículo publicado en el New York Times, Alain de Botton, afirma: “La buena noticia es que no importa si nos damos cuenta de que nos casamos con la persona equivocada. No debemos abandonar a esa persona, pero sí la idea romántica en la que se ha basado la comprensión occidental del matrimonio durante los últimos 250 años: existe un ser perfecto que puede satisfacer todas nuestras necesidades y cada uno de nuestros anhelos”. 

Lejos de estar de acuerdo con todo lo que este pensador sostiene, en su argumento hay una idea que me gustaría rescatar a toda costa. Por supuesto que el matrimonio es un contrato jurídico que intenta proteger a todos sus miembros, por supuesto que el matrimonio es un sacramento de la Iglesia católica donde Dios se manifiesta con toda su gracia para que saquemos adelante esta relación tan intensa. 

Pero el matrimonio también es un pacto, un acuerdo que planteamos de una manera determinada al principio de la relación y que debemos volver a plantear una y otra vez de diferentes maneras ya que, con el paso del tiempo y los constantes cambios que nos van ocurriendo a lo largo de la vida, muchos detalles de ese primer pacto dejan de definir con claridad nuestro día a día. Más aún, muchas expectativas que teníamos al principio no se han cumplido y debemos revisarlas para no desechar con ellas la relación entera.  

Esa pregunta sobre el sentido de todo ese caos está pidiendo a gritos que marido y mujer encuentren formas más creativas de vivir su matrimonio y esa creatividad llega a ser inevitable, ya que nos encontramos ante una de las relaciones más dinámicas que puede existir entre dos personas humanas. 

Esta creatividad no busca romper la relación, sino redefinirla de tal manera que vuelva a tener sentido todo lo que decidimos cuando dijimos que “sí”. Y esto solo pueden hacerlo marido y mujer entre sí, solo ellos pueden responder a las preguntas sobre el sentido de su matrimonio y proponerse llegar hasta el final del amor, hasta que la muerte nos separe. 

Esta forma de mirar nuestro matrimonio como una renovación constante de ese primer pacto de amor, se opone diametralmente a propuestas culturales e ideológicas más rígidas, como la que se nos presenta en la película “Historia de un matrimonio”. Ahí se ve mucho de las dinámicas que vive un matrimonio, pero se ve muy poco sobre la creatividad que pueden desarrollar los esposos para mejorar la situación.       

Esta película retrata con gran sensibilidad la historia de una pareja unida por un hijo y por una misma pasión: el teatro. Él dirige una compañía y ella es la actriz principal de sus obras. Entre ambos se percibe estabilidad: parece que se conocen a fondo, se admiran, y cuidan con gran dedicación de su hijo. 

Entre ellos todo parece ir bien, hasta que un día ella anuncia que quiere cambiar de trabajo y de ciudad. La reacción de él es superficial, no entra a indagar lo que ese plan significa para ella. No se detiene a considerar los deseos profundos de su mujer. Ante esa reacción, ella decide hacerlo sin luchar por un pacto con su marido. A partir de ese momento, la historia se precipita. Ella inicia una nueva vida profesional lejos de casa y ambos comienzan una batalla por la custodia del niño. Surge entonces un torbellino de suposiciones, sentimientos reprimidos y preguntas que ponen en duda el sentido de lo que han vivido hasta entonces. Ambos quedan atrapados en un bucle del que no saben salir.

En el fondo, la película narra el derrumbe de una relación incapaz de tener una historia propia, contada por ellos mismos y no por terceros. Comparten el amor por el teatro y adoran a su hijo, pero ninguna de las dos cosas sirve para replantear su relación de una forma creativa, sin romperla. Ninguno se atreve a abrirse del todo al otro; eso supondría discutir, vivir tensiones y tener conversaciones duras y desagradables. Deciden no entrar allí, no aclarar los sentimientos. Ella calla lo que lleva sintiendo desde hace tiempo; él evita enfrentarse a los sentimientos de su mujer, sobre todo a los que él podría haber solucionado.  

La rigidez del relato radica precisamente en esto: en presentar una sucesión de acontecimientos como si, por sí mismos, conformaran la historia de un matrimonio. Y aunque la película es magnífica y retrata con acierto la complejidad de la vida en común de una pareja, deja sin resolver muchos sentimientos como si fuera posible vivir así, sin aclararlos.

El divorcio aparece de pronto, como la única salida posible para que ella encuentre la satisfacción que no obtuvo junto a su marido. Al recurrir a abogados, ambos revelan la esencia de su relación: fue un dejarse llevar desde el principio, nunca hubo ningún pacto entre ellos. Ella misma lo admite; se incorporó a la vida de él, sin ninguna negociación. 

De nuevo, en ese mismo artículo de Alain de Botton me encuentro con una idea que quiero subrayar antes de terminar: “La mejor persona para nosotros no es la persona que comparte todos nuestros gustos (esa persona no existe), sino la persona que puede negociar las diferencias en los gustos con inteligencia, esa que es buena para disentir. En lugar de esa idea imaginada del complemento perfecto, es precisamente la capacidad de tolerar las diferencias con generosidad la que indica verdaderamente quién es la persona “menos tajantemente incorrecta”. La compatibilidad es un logro del amor; no debe ser su condición previa”.

Me parece que es esto, “el arte del buen discutir”, lo que definiría la historia de un buen matrimonio. 

El autorAlmudena Rivadulla Durán

Casada, madre de tres hijos y Doctora en Filosofía

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