Santos de verdad

Uno de los peores favores que se les pueden hacer a los santos es el de edulcorar sus biografías, poniendo el foco en sus virtudes personales y ocultando, por tanto, el papel primordial de la gracia.

15 de junio de 2025·Tiempo de lectura: 4 minutos
El pez de barro Fotograma

Fotograma del booktrailer de "El pez de barro"

Aquel muchacho quería comprar un regalo de cumpleaños para su padre, pero no tenía cómo ir al centro comercial.

«Si quieres, te llevo», se ofreció el padre. Una vez allí, el chico no sabía qué regalo elegir. «¿Qué tal un par de raquetas para jugar juntos?», le propuso papá. Al muchacho le pareció muy buena idea, pero había un problema: no tenía dinero para comprarlas. «No te preocupes, hijo, yo las pago» –le tranquilizó el padre con dulzura–.

Al llegar a casa, el hijo le pidió que se envolviera él mismo las raquetas con papel de regalo, porque se le daba fatal. El padre accedió, envolviéndolas primorosamente y adornando el paquete con un precioso lazo rojo.

En la fiesta de cumpleaños, justo tras apagar las velas, el hijo le entregó al padre el regalo y este corrió a desenvolverlo con el corazón palpitante. Al ver las raquetas, una lágrima de emoción corrió por su mejilla. Su esposa, que sabía toda la historia, le preguntó: «Pero, ¿cómo puedes alegrarte tanto si tu hijo no ha hecho nada? Has sido tú quien ha ido a la tienda, has elegido tú mismo un regalo que lo es también para él, lo has pagado tú y hasta lo has envuelto tú mismo». A lo que el marido contestó, con ojos brillantes y voz serena: «¡Lo que cuenta es la intención!».

Los santos y la gracia

Esta historia la escuché hace unos días en una homilía en la que el sacerdote explicaba cómo actúa la gracia de Dios sobre los santos. ¡Es tan poco lo que ellos hacen y tanto lo que pone Dios! Y, sin embargo, ¡cómo se alegra el Padre cuando alguno de sus hijos se abre a esa gracia que Él les da de forma gratuita! ¡Qué gran regalo es para Él!

La santidad es un camino difícil al que todos estamos llamados, pero que muy pocos consiguen alcanzar. Frente a la gratuidad de Dios (gratis viene de “gratia” –gracia–), está la libertad del ser humano para aceptarla. Son muchas nuestras debilidades, muchos nuestros pecados, como muchos fueron los del hijo protagonista de la parábola que acabo de recordar. Le bastó tener la intención de abrirse a la gracia para que el padre llevara a cabo su obra superando sus muchas y evidentes imperfecciones.

Uno de los peores favores que se les pueden hacer a los santos es el de edulcorar sus biografías, poniendo el foco en sus virtudes personales y ocultando, por tanto, el papel primordial de la gracia. Sobre los pecados de los santos se pasa de puntillas, como con vergüenza, cuando es todo lo contrario, «donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia».

Gran parte de culpa se debe a que las hagiografías se encargan a personas afines y son supervisadas por los hijos espirituales que suelen idealizar a sus fundadores. Nos pasaría a cualquiera: ¿quién querría que se sacaran a la luz los fallos de su madre, su padre o de alguna persona querida? El cariño y la admiración nos hace minimizarlos y engrandecer, por el contrario, sus méritos. Pero las vidas de los santos no deberían ser panegíricos para disfrute de sus fieles seguidores, sino escritos que lleven a los lectores a querer imitar la vida de quienes se han dejado hacer por el Señor, porque ellos son solo eso, vasos de barro.

Veracidad

Mostrar los fallos de los seguidores de Jesús es, de hecho, uno de los criterios que emplea la crítica para demostrar la historicidad de Jesús, la veracidad de los Evangelios. Se le denomina criterio de dificultad o de la vergüenza y se basa en que, si los seguidores de Jesús hubieran querido inventar una historia, no tendría lógica que sacaran a relucir, por ejemplo, el abandono de sus discípulos en Getsemaní; la negación de su mano derecha, Pedro, o la falta de fe de los apóstoles ante la noticia de que había resucitado. Que el relato evangélico no esconda las flaquezas de los primeros seguidores de Jesús nos garantiza que quienes recopilaron los primeros escritos no pretendían vendernos ninguna moto, sino explicar cómo el Hijo de Dios se encarna y cómo, realmente no elige a los capaces, sino que capacita a quien elige.

Santos patronos de Málaga

En este sentido, he tenido la suerte de seguir muy de cerca el nacimiento de “El pez de barro (Mensajero), una novela histórica de Ana Medina y Antonio S. Reina que narra la vida de los santos patronos de Málaga, los jóvenes san Ciriaco y santa Paula, martirizados en tiempos de Diocleciano. La obra transporta al lector a los inicios del cristianismo, cuando las primeras comunidades vivían la alegría de la Buena Noticia frente al fracaso de las religiones paganas. En esta ficción (no conservamos apenas datos de sus vidas) Ciriaco y Paula son dos jóvenes normales que viven su vocación cristiana como la viven tantos jóvenes de hoy, entre dudas y meteduras de pata, pero llegado el momento, la gracia les dio el poder de cambiar su vida de modo heroico hasta el punto de dar el supremo testimonio del martirio.

Ambientada a comienzos del siglo IV, “El pez de barro” reflexiona sobre problemas tan actuales para el diálogo de la fe con la cultura de hoy como el cambio de época, el aborto, el diálogo interreligioso, la corrupción política, el abuso de los poderosos, la explotación de la mujer o la atención a los últimos. También se acerca a temas de mucha actualidad eclesial como el papel de las mujeres en las comunidades, la vocación al matrimonio o a la vida consagrada, la sinodalidad o el discernimiento sobre los miembros de la Iglesia que participan en su vida de modo imperfecto.

En la novela, como en la vida, los santos viven con los pies metidos en el barro, y a veces se ensucian para poder decir con san Pablo: «no hago lo bueno que deseo, sino que obro lo malo que no deseo». ¿No lo hemos experimentado así en la vida real? ¿Va a tener una ficción que ayudarnos a hacer creíbles las vidas reales de los santos?

Al final de sus vidas terrenas, los «martiricos», como se conoce cariñosamente a los jóvenes Ciriaco y Paula en su ciudad, presentaron a Dios, como regalo precioso, la palma del martirio. ¿Saben lo que les exclamó entonces el Padre con los ojos bañados en lágrimas?: «¡Lo que cuenta es la intención!».

El autorAntonio Moreno

Periodista. Licenciado en Ciencias de la Comunicación y Bachiller en Ciencias Religiosas. Trabaja en la Delegación diocesana de Medios de Comunicación de Málaga. Sus numerosos "hilos" en Twitter sobre la fe y la vida cotidiana tienen una gran popularidad.

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