Desde que el pasado 27 de octubre D. S. Garrocho escribiera en El País sobre El giro católico a raíz de Lux y Los domingos ha habido bastante literatura al respecto en muy poco tiempo. Si se trata de un giro serio o no ya lo veremos. Pero, a mi juicio, este sentir general de una premura de Dios, de una sed de trascendencia más duradera que las promesas mesiánicas anteriores (me refiero a las vacuas promesas propias de las ideologías) lleva más tiempo latente en el corazón de la sociedad occidental de lo que parece. Y lo que parece haber ocurrido es que ha habido una primera eclosión espiritual. Esa eclosión habla mucho, a mi entender, de un hartazgo, de un cansancio del mundo justamente por la falta de espiritualidad. Se ha apostado mucho por animar a despertar –woke– a la juventud. Pero ¿despertar de qué sueño?
Las ideologías han intentado hacer soñar a un mundo para cambiarlo hacia algo realmente que merezca la pena. El caso es que pasa el tiempo y las ideologías no han sabido llenar el mundo de eternidad, que es lo propio que ansía el corazón humano. Está habiendo, parece, ya veremos en qué queda, un despertar no hacia otro sueño, sino hacia una realidad que es más difícil de ver, pero que a la vez es lo único que puede llenar el vacío de los corazones que buscan sinceramente algo eterno, algo verdadero, algo bello. Y ese “algo” es Dios, es Amor, es Espíritu, que no da ninguna ideología.
El cansancio del yo
Cansancio. Es una palabra que Byung-Chul Han vaticinó con La sociedad del cansancio. Hay un cansancio profundo del yo. Ese hastío es necesario para abrirse a los demás. El cansancio de lo virtual que impide relacionarnos. El cansancio de la cultura woke que todo lo cancela no deja espacio a la libertad. El cansancio de un yo que solo cuenta con el tiempo y el mundo, pero un mundo encapsulado en ensoñaciones nos apartan de la verdadera realidad que se descubre en los otros, en los demás, en la familia, en Dios.
Ese cansancio es positivo si nos lleva a despertarnos, a abrirnos para “gastar tiempo” en lo verdaderamente profundo, y no para seguir enclaustrados en el yo. Ese yo ensimismado y narcisista provoca otro tipo de cansancio que lleva a la ansiedad, a la depresión… a la enfermedad.
Si de verdad hay un giro católico es porque hay hartazgo, hastío, cansancio o como se le quiera llamar. Se ha esperado demasiado de los políticos, se ha puesto grandes esperanzas en cosas muy caducas… De eso estamos despertando. Hay una necesidad de amar de verdad. La era de la posverdad no existe, nunca ha existido y nunca existirá por la propia naturaleza de la verdad. Y la gente lo percibe. Hay una necesidad de perdonar, de agradecer, de hacer rentar la vida, pero de hacerla rentar no con un activismo ciego, estresante e hiper-productivo, que es lo que provoca el cansancio negativo, sino en poner la vida al servicio de los demás, de llenarnos de capacidad para asombrarnos ante la belleza de este mundo.
En definitiva, comenzar a disfrutar de la contemplación de las cosas bellas, de no tenerle miedo al silencio. Justamente la eclosión de lo espiritual que se percibe viene del mundo de la belleza: del cine y de la música en concreto. Ya lo decía Dostoievski en El idiota: la belleza salvará el mundo. Y lo salvará ¿de qué? Del yo cansado de sí mismo y de las ideologías que prometen una felicidad fugaz.
Un despertar espiritual auténtico
Este presunto giro católico es una llamada a salir del yo, a promover una cultura verdaderamente woke, que nos despierte al otro y al Otro. El peligro que atisbo si el giro verdaderamente se da es que sea un giro meramente sentimental. ¿Y por qué esto es un peligro? Porque los sentimientos también son perecederos. Necesarios, sí, pero caducos.
Si este giro habla de abrirse al Espíritu, un Espíritu de Vida, de Amor, de belleza, de donación y gratitud, entonces el sentimiento no puede ser lo que sustente el cambio. El amor es mucho más que sentimiento. Es más, el amor es lo que queda cuando ya los sentimientos no apoyan. A ese giro, si es verdadero, habrá que darle un enfoque menos sentimental y más de fe. Si el hartazgo nos despierta al Espíritu, entonces el despertar habrá que enfocarlo desde la espiritualidad, que nunca es sólo sentimientos. Y este es el desafío: vivir sabiendo que los sentimientos impulsan, pero el amor es lo que da vida, y vida… en abundancia.




