Un vacío con la forma de Dios

J. K. Rowling, creadora de un fenómeno cultural global, revela su lucha personal con la fe en un mundo donde el vacío espiritual se traduce en enfrentamiento y desconexión. Su reflexión invita a redescubrir la fe no como mera creencia, sino como encuentro transformador con Dios y con los demás.

8 de octubre de 2025·Tiempo de lectura: 2 minutos

J. K. Rowling es, sin duda, una de las mujeres de nuestro tiempo. De su cabeza emergió una saga que, podrá gustar o no, pero tiene visos de llegar a ser considerada un clásico y, en los últimos años, ha sufrido, como pocas personas, la dureza de una cultura de la cancelación. Siempre se había presentado como agnóstica pero, hace pocas semanas, en un largo tuit, que merece la pena leer y pensar, declaró: “He luchado con la fe religiosa desde mediados de mi adolescencia. Parece que tengo un vacío en forma de Dios dentro de mí, pero nunca consigo decidir qué hacer al respecto. Probablemente podría enumerar al menos veinte cosas más sobre las que he cambiado de opinión. Actualmente no tengo ninguna creencia que no pueda ser alterada por pruebas claras y concretas y, salvo en un caso, sé cuáles tendrían que ser esas pruebas. La excepción es el enigma de Dios, porque no sé qué tendría que ver para decidirme firmemente por uno u otro lado. Supongo que ese es el significado de la fe, creer sin ver pruebas, y por eso probablemente iré a la tumba sin resolver ese asunto personal en particular”.

La autora de Harry Potter ponía el foco de atención en una de las claves de nuestra sociedad actual: el vacío inmenso, tan inmenso como el Dios único capaz de llenarlo, que ha socavado las bases mismas de la convivencia, pasando de la lógica del encuentro a la lógica del enfrentamiento. 

La fe es hoy la ansiada desconocida, la meta ignota en un mundo que lucha por sustituirla mientras confirma, a cada paso, la ineficacia de los sucedáneos que se nos ofrecen: la gloria, la fama, el poder económico o las promesas finitas de la Inteligencia Artificial. En una de las catequesis que el Papa Benedicto XVI pronunció, precisamente en el Año de la Fe, parecía responder a esta incógnita planteada por la autora británica:No se trata de aceptar sólo “algo” que no se ve, sino “alguien” al que sí podemos amar: “La fe nos dona precisamente esto: es un confiado entregarse a un ‘Tú’ que es Dios, quien me da una certeza distinta, pero no menos sólida que la que me llega del cálculo exacto o de la ciencia. La fe no es un simple asentimiento intelectual del hombre a las verdades particulares sobre Dios; es un acto con el que me confío libremente a un Dios que es Padre y me ama; es adhesión a un ‘Tú’ que me dona esperanza y confianza. Cierto, esta adhesión a Dios no carece de contenidos: con ella somos conscientes de que Dios mismo se ha mostrado a nosotros en Cristo; ha dado a ver su rostro y se ha hecho realmente cercano a cada uno de nosotros”. 

Llenar ese vacío es la tarea de cada uno de los cristianos en este mundo. No tenemos otro modo de vivir la fe que no sea “en salida”. La misión de unir un mundo fragmentado, polarizado y dividido, pero, sobre todo, vacío, es la traducción de vivir de fe y ser así constructores de paz.

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