Vivir la fumata blanca

Hay tantos sueños humanos por cumplir… ¿Me creéis si os digo que el mío era ir a vivir una fumata blanca?

17 de junio de 2025·Tiempo de lectura: 4 minutos
Fumata blanca

Fumata blanca de la elección de León XIV como Papa (CNS photo / Lola Gomez)

Hay tantos sueños humanos por cumplir… los que quieren ir a tal o cual concierto, los que desean ir a alguna ciudad, o los que viven por ver a su equipo en su estadio de fútbol… ¿Me creéis si os digo que el mío era ir a vivir una fumata blanca? No es que cada día pensara en eso, pero lo cierto es que cuando Juan Pablo II murió es algo que empezó a fraguarse muy dentro de mí.

Creo, sinceramente, que el amor al Papa es un don. Un gran don que ojalá tuviéramos todos los cristianos. Yo lo he recibido y me siento muy afortunada de ello. Siento auténtica pasión por “el Dulce Cristo en la tierra” como le llamaba santa Catalina de Siena.

Así que estrenada mi cuarentena, esta época en la que todo el mundo te recuerda que eres madura, dueña de tus decisiones, independiente y tal y cual, se muere el Papa Francisco. Me bastó una mirada con mi marido para saber que estábamos en lo mismo: intentar por todos los medios ir a Roma. Pero al cónclave. A vivir la fumata blanca.

Deseado y realizado

Lo cierto es que fueron días de mucho ajetreo: comunión de una hija, apagón, vida habitual de unos padres de familia numerosa, muchísimo trabajo para ambos… pero con una motivación superior a cualquiera que yo hubiera experimentado: ir a Roma y vivir el momento. Cuando me preguntaban por qué lo hacía, me sentía incluso superficial: algo dentro de mí me estaba empujando a querer vivir ese momento allí mismo, porque sí, porque lo quería.

Quizás imagináis mi cuenta corriente con bastante margen de maniobra. Nada más lejano a la realidad. En ese “vivir el momento” sabíamos que el dinero tendría que venir a nosotros. Sin ningún tipo de promoción, a mi marido le encargaron tres trabajos extra de un día cada uno y que no estuvieron nada mal. La providencia en nuestra vida no para de actuar y nos hemos sentido, una vez más, como niños mimados que tienen un capricho y nuestro padre Dios nos lo daba.

Deseado y realizado: el jueves 8 de mayo a las 11:52 de la mañana, entrábamos en San Pedro recién llegados a Roma y salía la segunda Fumata negra. En el mismo instante las dos cosas. Media vuelta. Reponemos fuerzas del alma y del cuerpo (Santa Misa y almuerzo) y volvemos.

15:43 de la tarde: entramos de nuevo en la plaza de San Pedro.  Lo que se siente dentro de esa columnata del Vaticano en esos momentos es indescriptible. Es cruzar una dimensión en la que todos somos hijos del mismo padre, hermanos, conocidos y queridos. Algo “ardía” ya en nuestro corazón. No os sé decir el número de rosarios que rezamos, las conversaciones que tuvimos ni mucho más. Solo puedo hablar de regalos. Uno tras otro.

La fumata blanca

18:05 de la tarde. Una gaviota con su cría se acercan a la chimenea. Algo nos dice que el momento se acerca. Observar a esa madre con su pequeño, nos hace a todos callar y contemplar. Produjo un revuelo de ternura que nos hizo centrarnos en la chimenea.

18:07: LOCURA. Locura total de todos: hay fumata blanca. Se me eriza la piel solo de escribirlo. Desde ese día estoy convencida que en el Cielo viviremos cosas similares: todos diferentes y juntos con una misma alegría desbordada que nos hacía saltar y gritar de amor. Unidos en una sola persona de la que ni siquiera conocemos su nombre. Los gritos de “Viva el Papa” me empiezan a dejar afónica. Y de repente un silencio y alguien entona el “Salve regina”, la salve en latín. La cantamos a una voz. Me emociona mucho el lema que ha escogido el Papa y que conocimos tiempo después: «In Illo uno unum», en el que es Uno, somos uno. Y es que es lo que ocurrió: me sentí más Iglesia que nunca, más unida a Pedro que nunca.

19:12: el protodiácono anuncia el esperado “Habemus papam”. Quizás sea por la locura de los gritos, o por el idioma natal del que habla, pero no entendemos apenas nada, solo Robert y LEONE. LEONE. Pero qué maravilla… El nombre del que nos tiene allí unidos, ardientes y locos es Leone. León XIV. Es difícil de explicar (de nuevo) lo que ya le queríamos. Al lado de nosotros, un señor, que llevaba impresa una lista de datos curiosos, nos dice “Cardenal prevost, matemático y de Chicago”.

19:23: le vemos. Arde el corazón ante el semblante de León XIV. De verdad que es inexplicable: le vemos tan bueno, tan “majo”, tan “Papa”. Nos estalla el corazón: Prevost nos ha ganado, nos ha conquistado, nos tiene para su Iglesia,  nos tiene como hijos. Se emociona: habla y se calla, nos sonríe, nos mira.

Amor al Papa

Hijo de San Agustín, misionero… ¿Cómo encajas que mira hacia la gente y esa gente eres tú? Que gritas “VIVA EL PAPA LEONE” y él calla emocionado. Seguimos flotando: esto es lo más cercano al Cielo que hayamos vivido todos los que estábamos allí.

Es muy difícil volver a la normalidad después de esto. Cada vez que en Misa escucho el “por el Papa León” algo brinca en mi interior y solo puedo sonreír. Cada vez que veo un video suyo o leo un discurso algo vibra… El amor al Papa es un regalo y solo puedo disfrutarlo.

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