Educación

13 propuestas de León XIV para la educación católica

¿El fin del mercantilismo educativo? El Papa León XIV lanza un Manifiesto Global para que la escuela católica sea un "Laboratorio de Esperanza" y priorice la dignidad sobre la eficiencia.  

Javier García Herrería·29 de octubre de 2025·Tiempo de lectura: 3 minutos
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El Papa en la presentación del documento. ©Vatican Media

La Carta Apostólica «Diseñar nuevos mapas de esperanza» del Papa León XIV, con motivo del 60º aniversario de la Declaración conciliar Gravissimum educationis, reafirma las propuestas de la educación católica. El Santo Padre propone un modelo integral que se opone al mercantilismo, enfatizando la centralidad de la persona y el aprendizaje de virtudes.

Entre sus principales propuestas se encuentran: asegurar la calidad y el acceso a los más pobres, vincular la justicia social y ambiental, promover la colaboración de toda la «constelación educativa», y formar con la mente, el corazón y las manos para ser «coreógrafos de la esperanza». Este documento exhorta a las instituciones a ser laboratorios de discernimiento y testimonio profético, poniendo siempre la persona antes que el programa. Para conseguir todo esto enfatiza la necesidad de la formación del profesorado. 

Citamos algunas de las propuestas del Papa que recoge el documento:

1. Los carismas educativos no son fórmulas rígidas.

2. La educación cristiana es una obra coral: nadie educa solo. La comunidad educativa es un «nosotros» en el que el docente, el estudiante, la familia, el personal administrativo y de servicio, los pastores y la sociedad civil convergen para generar vida.

3. La cuestión de la relación entre fe y razón no es un capítulo opcional: “la verdad religiosa no es solo una parte sino una condición del conocimiento general”. Estas palabras de San John Henry Newman —a quien, en el contexto de este Jubileo del Mundo Educativo, tengo la gran alegría de declarar copatrono de la misión educativa de la Iglesia junto con Santo Tomás de Aquino—.

4. La universidad y la escuela católica son lugares donde las preguntas no se silencian, y la duda no se prohíbe, sino que se acompaña. Allí, el corazón dialoga con el corazón, y el método es el de la escucha que reconoce al otro como un bien, no como una amenaza. 

5. La acción educativa es esa obra, tan misteriosa como real, de “hacer florecer el ser… es cuidar del alma”, como se lee en la Apología de Sócrates de Platón (30a-b).

6. La formación cristiana no opone lo manual y lo teórico, la ciencia y el humanismo, la técnica y la conciencia;  pide, en cambio, que la profesionalidad esté impregnada de ética, y que la ética no sea una palabra abstracta, sino  una práctica cotidiana. La educación no mide su valor solo en función de la eficiencia: lo mide en función de la dignidad, la justicia y la capacidad de servir al bien común. 

7. Los educadores están llamados a una responsabilidad que va más allá del contrato de trabajo:  su testimonio vale tanto como su enseñanza. Por eso, la formación de los profesores — científica, pedagógica, cultural y espiritual— es decisiva. 

8. La familia sigue siendo el primer lugar educativo. Las escuelas católicas colaboran con los padres,  no los sustituyen, porque “el deber de la educación, sobre todo la religiosa, les incumbe a ellos antes que a cualquier otra persona”

9. Olvidar nuestra humanidad común ha generado fracturas y violencia; y cuando la tierra sufre, los pobres sufren más. La educación católica no puede callar: debe unir la justicia social y la justicia ambiental, promover la sobriedad y los estilos de vida sostenibles, formar conciencias capaces de elegir no solo lo conveniente, sino lo justo. Cada pequeño gesto —evitar el desperdicio, elegir con responsabilidad, defender el bien común— es alfabetización cultural y moral. 

10. La historia enseña, además, que nuestras instituciones acogen a estudiantes y familias no creyentes o de otras religiones,  pero deseosos de una educación verdaderamente humana. Por esta razón, como ya ocurre, se deben seguir promoviendo comunidades educativas participativas, en las que laicos, religiosos, familias y estudiantes  compartan la responsabilidad de la misión educativa junto con las instituciones públicas y privadas. 

11. Pero exige discernimiento en el diseño didáctico, la evaluación, las plataformas, la protección de datos y el acceso equitativo. En cualquier caso, ningún algoritmo podrá sustituir lo que hace humana a la educación: la poesía, la ironía, el amor, el arte, la imaginación, la alegría del descubrimiento e incluso la educación en el error como oportunidad de crecimiento. 

12. Entre las estrellas que orientan el camino se encuentra el Pacto Educativo Global. Con gratitud  recogemos esta herencia profética que nos ha confiado el Papa Francisco. Es una invitación a formar una alianza y una red para  educar en la fraternidad universal. Sus siete caminos siguen siendo nuestra base: poner a la persona en el centro; escuchar a los niños y jóvenes; promover la dignidad y la plena participación de las mujeres; reconocer a la familia como primera educadora; abrirse a la acogida y la inclusión; renovar la economía y la política al servicio del hombre; custodiar la casa común. 

13. A las siete vías añado tres prioridades. La primera se refiere a la vida interior: los jóvenes buscan profundidad; necesitan espacios de silencio, discernimiento, diálogo con la conciencia y con Dios. La segunda se refiere a lo digital humano: formamos en el uso sabio de las tecnologías y la IA, anteponiendo a la persona al algoritmo y armonizando la inteligencia técnica, emocional, social, espiritual y ecológica.  La tercera se refiere a la paz desarmada y desarmante: educamos en lenguajes no violentos, reconciliación,  puentes y no muros; «Bienaventurados los pacificadores» (Mt 5,9) se convierte en método y contenido del aprendizaje. 

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