Daniel Callejo es pamplonés. Creció en una familia de 12 hermanos y se formó como ingeniero en Barcelona. Después de trabajar y abrirse camino en el mundo profesional, lo dejó todo para seguir la llamada de Dios. Ahora está realizando un doctorado en Filosofía en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz de Roma.
Daniel asegura que la fe siempre ha estado presente en su vida, primero en casa y después en el colegio. “Mis hermanos mayores siempre han sido un referente para mí al verles vivir cosas tan sencillas como ir juntos a misa o entrar en una iglesia durante un viaje para saludar a Jesús en el sagrario. De esa forma, entendí de manera natural lo que significaba vivir la fe”.
De ingeniero a sacerdote
Uno de sus hermanos mayores también es sacerdote desde hace ocho años, un ejemplo cercano que influyó en su propio camino vocacional. “En casa lo han vivido con gran alegría y apoyo, tanto en la oración como en lo afectivo. Nos han acompañado con sinceridad y entusiasmo. Ha sido una alegría compartida”.
Ya antes de entrar en el seminario, era numerario del Opus Dei. “Lo que más me atraía de la Obra era encontrar a Dios en las cosas cotidianas y la idea de santificar el trabajo. Después, poco a poco, fui descubriendo en la oración y en el ejemplo de otros que quizá Dios me pedía dejar de lado ese desarrollo profesional y servir como sacerdote a través, sobre todo, de los sacramentos”. Daniel subraya que fue un proceso progresivo en el que Dios le ha ido mostrando poco a poco su voluntad.
Una fe sin rupturas
Daniel cuenta que, gracias a Dios, ha vivido siempre en la fe, con distinta intensidad, pero siempre teniéndole presente: “desde niño supe que Dios es Padre y que está conmigo”. Reconoce también la importancia de la formación en el colegio: “El ambiente de confianza, los amigos, los profesores…, todo ayudaba. Además, las clases de religión, las charlas de sacerdotes y poder ir a Misa o confesarme completaban lo que ya vivía en mi familia”.
“En mi experiencia la fe no fue una imposición. La adolescencia es un momento en el que se busca independencia y hay que acompañar sin forzar. Lo importante es que las puertas estén abiertas para que, si alguien se aleja, sepa que puede volver y ser acogido”.
En Roma, además de la formación sacerdotal, está terminando un doctorado en Filosofía: “estudiar es un ejercicio que, aunque es arduo y requiere mucho tiempo, resulta muy valioso. En un mundo que va tan rápido es bueno pararse a pensar y preguntarse por las razones de fondo de las cosas. Además, fomenta el diálogo: al buscar esas razones de fondo en uno mismo, también se puede ayudar a otros a descubrir las motivaciones más profundas de su vida, de sus actos y de lo que les sucede”.
Un sí confiado
Al hablar del temor que muchos sienten ante la llamada de Dios y las renuncias que conlleva, Daniel tiene su respuesta clara. Para él, lo esencial es ir al centro del mensaje cristiano: Dios es nuestro Padre y nadie nos ama más que Él. Esa certeza sostiene todo.
“Es verdad que Dios puede pedir cosas que parecen muy exigentes o inciertas, pero siempre lo hace con amor. Y nos da, paso a paso, las motivaciones, los sentimientos y la fuerza para llevarlo adelante. En mi caso, también experimento incertidumbre respecto al futuro: no sé qué vendrá o si estaré a la altura. Pero al mismo tiempo tengo la seguridad de que entregar mi vida a Dios es lo más firme y verdadero”.
Al mirar atrás, Daniel ve que Dios siempre ha estado con él, en las dificultades y en los momentos de luz. “Claro que seguir una vocación implica lanzarse a lo desconocido, igual que en la vida matrimonial: nadie puede saber de antemano si tendrá la fortaleza suficiente o si superará todos los obstáculos”. Para él, lo importante es el amor, y la decisión de renovarlo cada día.
“Si pensamos en Pedro, cuando estaba pescando, ¿qué habría sentido si le hubieran contado todo lo que viviría después? Seguro que se habría visto incapaz, como también los otros apóstoles. Pero lo que tenían claro era que Jesús, al mirarlos con infinito amor, los llamaba a seguirle. Y la única respuesta posible era: ‘sí, quiero ir contigo’, aunque no supieran cómo sería el futuro”.




