Ecología integral

El Papa que nos enseñó a cuidar a las demás criaturas

El concepto de ecología integral del Papa Francisco incluía no sólo a las plantas y los animales sino, en primer lugar, a las personas más vulnerables, las que más sufrían la degradación de la naturaleza en sus formas de vida, en su alimentación.

Emilio Chuvieco·26 de abril de 2025·Tiempo de lectura: 4 minutos
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Supongo que estos días saldrán múltiples artículos sobre el legado del Papa Francisco. Se tocarán distintos temas, desde distintas perspectivas, pero parece razonable, casi imprescindible, dedicar uno a la preocupación de Francisco por la naturaleza. Siguiendo a su homónimo y a ocho siglos de distancia, ha sabido transmitirnos el aprecio que todo cristiano debería tener por la inmensa belleza y riqueza de vida que un Dios creador y providente nos ofrece, no para nuestro exclusivo disfrute y mucho menos para nuestro abuso. Si la Creación es una donación maravillosa, su contemplación nos debería llevar a reconocer a un Donante también maravilloso.

El mundo es bueno porque ha sido creado por un Dios que se regocijó en su propia obra: “Y vio Dios que era bueno”, repite con insistencia el primer capítulo del Génesis. No podemos los cristianos enfrentarnos al ambiente, porque es nuestra casa, la casa común que tenemos que cuidar, como nítidamente subtitulaba Francisco en su encíclica Laudato sí. No es una cuestión de seguir el camino de lo políticamente correcto, ni siquiera de asegurarnos nuestra propia supervivencia, íntimamente ligada al equilibrio de la naturaleza, sino de reconocer que compartimos el planeta con muchos otros seres humanos, que también necesitan ese equilibrio, y con otros millones de criaturas, que nos acompañan en este hogar.

Más aún, la razón principal para cuidar la Creación es el reconocimiento de que no somos creadores sino criaturas, no somos dueños, sino hijos de un Padre que las ha creado para mostrar su amor infinito y para mostrarse en las bellezas que observamos. La Creación es una imagen del Dios invisible, que Dios nos regala para que la admiremos y la cuidemos, para que la compartamos con las demás criaturas que habitan con nosotros este planeta, y para entregarla a las futuras generaciones sanando las heridas que tantas veces hemos causado con nuestro egoísmo y codicia. 

Ya en el inicio de su Pontificado, nos decía Francisco que «… la vocación de custodiar no sólo nos atañe a nosotros, los cristianos, sino que tiene una dimensión que antecede y que es simplemente humana, corresponde a todos. Es custodiar toda la creación, la belleza de la creación, como se nos dice en el libro del Génesis y como nos muestra san Francisco de Asís: es tener respeto por todas las criaturas de Dios y por el entorno en el que vivimos ( …) Y cuando el hombre falla en esta responsabilidad, cuando no nos preocupamos por la creación y por los hermanos, entonces gana terreno la destrucción y el corazón se queda árido.» (Papa Francisco, Homilía pronunciada durante la celebración eucarística con la que dio inicio a su Pontificado, 2013). 

No ha sido Francisco un ecologista al uso. Su concepto de ecología integral incluía no sólo a las plantas y los animales sino, en primer lugar, a las personas más vulnerables, las que más sufrían la degradación de la naturaleza en sus formas de vida, en su propia supervivencia. Por eso, siempre planteó la cuestión ambiental ligándola a la social, no como dos crisis, sino como una sola que requiere una respuesta conjunta: «Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza» ( Laudato si, 2015, n. 139).

Este planteamiento social no le impidió avanzar notablemente en los argumentos teológicos que sustentan el cuidado ambiental, hasta el punto de reconocer el valor intrínseco de toda criatura, más allá de servir como instrumento para fines humanos, precisamente porque fueron creados por Dios, y de él reciben su amor y su providencia: «Estamos llamados a reconocer que los demás seres vivos tienen un valor propio ante Dios y, « por su simple existencia, lo bendicen y le dan gloria », porque el Señor se regocija en sus obras (cf. Sal 104,31)» (Papa Francisco, Laudato si, 2015, n. 69).

Esto es uno de los pilares de lo que llamó “conversión ecológica”, a la que alentaba a todos los cristianos y demás personas de buena voluntad, y que suponían un cambio de actitud en nuestra relación con las demás criaturas, proponiendo: «… una mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad» (Laudato si, 2015, n. 194), que permitirán sobreponernos al materialismo consumista que nos rodea. Ese consumismo que solo puede vencerse con un profundo convencimiento espiritual, que lleve a llenar el corazón de lo que realmente anhela.

Desde su ya cercanía a ese Dios Creador, el papa Francisco nos seguirá animando a abordar ese proceso de conversión, que cambie nuestros valores y nos haga más cuidadosos de los demás y del entorno.  No se trata de un tema menor, como nos recordaba en la misma encíclica: «Pero también tenemos que reconocer que algunos cristianos comprometidos y orantes, bajo una excusa de realismo y pragmatismo, suelen burlarse de las preocupaciones por el medio ambiente. Otros son pasivos, no se deciden a cambiar sus hábitos y se vuelven incoherentes (…) Vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa, no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana» (Laudato si, 2015, n. 217).

En éste como en tantos otros aspectos de la vivencia cristiana, nos pidió el Papa ser consecuentes con nuestra fe, aunque vayamos contra corriente, aunque nos cueste un sacrificio personal. Esa coherencia de vida debería ser también ejemplo para otras personas, por eso han sido ya tantas las diócesis en todo el mundo que han creado una comisión de ecología integral: la Iglesia tiene que mostrar su compromiso con los valores que defiende, su congruencia con las ideas que promueve. En esta línea nos pedía el papa Francisco «…que en nuestros seminarios y casas religiosas de formación se eduque para una austeridad responsable, para la contemplación agradecida del mundo, para el cuidado de la fragilidad de los pobres y del ambiente» (Laudato si, 2015, n. 214).

Es un buen legado para un pontífice que ha sabido estar con todos, un buen pastor que nos ha ofrecido su sonrisa, su ejemplo de vida austera y sencilla, su amor por todos los que muchos en el mundo descartan: los más pobres y vulnerables, los enfermos, los inmigrantes, los niños en gestación. La cultura del cuidado frente a la cultura del descarte, la cultura de la criatura frente a la del dominador, la actitud de quien se sabe hijo de tan buen Padre: «La mejor manera de poner en su lugar al ser humano, y de acabar con su pretensión de ser un dominador absoluto de la tierra, es volver a proponer la figura de un Padre creador y único dueño del mundo, porque de otro modo el ser humano tenderá siempre a querer imponer a la realidad sus propias leyes e intereses.» (Laudato si, 2015, 75).

El autorEmilio Chuvieco

Catedrático de Geografía de la Universidad de Alcalá.

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