Evangelización

María Mota, actriz: “Nunca he escondido mi fe, me acompaña en mi profesión”

La actriz María Mota comparte cómo vive su vocación artística desde la fe, sin miedo, confiando en que los proyectos que lleguen serán los que Dios quiera. Su paso por el Observatorio del Invisible le ha permitido reconectar con el arte como una forma de verdad y silencio.

Javier García Herrería·29 de junio de 2025·Tiempo de lectura: 5 minutos
María Mota

En un mundo donde la velocidad, mirarnos y no vernos con profundidad y donde la imagen dominan el ritmo vital, el Observatorio del Invisible aparece como un oasis. Fundado por el artista Javier Viver, este espacio singular reúne a jóvenes creadores de toda España en una convivencia de una semana para reconectar con el arte, con uno mismo y con lo invisible: aquello que no se ve pero que transforma.

Allí se mezclan músicos, actores, escultores, poetas, pintores o cineastas. Creyentes y no creyentes. Todos movidos por la intuición de que el arte puede abrir ventanas al misterio. No se trata de una semana de vacaciones ni de un simple taller técnico: es una experiencia. Silencios, reflexiones, comidas compartidas, debates nocturnos, ejercicios de performance, oración o meditación… Cada uno desde su perspectiva. Pero todos convocados a mirar más allá de lo visible. A observar lo invisible.

Y en medio de ese grupo de almas inquietas, hemos conversado con una de las participantes, la actriz María Mota. Esta manchega de verbo desbordante ha hecho del escenario su casa, de la espontaneidad su marca y de Dios su guía.

Un torbellino con vocación

María va por la vida como si llevase siempre el telón levantado. Tiene 26 años y lleva casi la mitad de su vida en el escenario. Empezó en grupos de teatro en Ciudad Real, alternando la interpretación con clases de música, danza y pintura. «Siempre he sido un culillo de mal asiento», dice con risa contagiosa. Y a los 17, cuando tocaba decidir carrera, lo tuvo claro: «Quiero vaciarme en un escenario y llenar a las personas que vienen de emociones e historias, y que, por un segundo, se olviden de sus problemas». «Vaciarme para llenar a los demás aunque sea un instante, es de las cosas más valiosas que puedo ofrecer a los demás, y eso mi profesión puede permitirlo. El público y los intérpretes generamos una comunión y es un acto de amor directo. Somos flechas y dianas que apuntan hacia una misma dirección, emocionar y emocionarnos por la riqueza de la vida y sus historias».

Se formó en la escuela William Layton de Madrid, y nada más salir fue seleccionada para interpretar a la hija de Goya (Rosario Weiss) en el Teatro Fernán Gómez, obra escrita por José Sanchís Sinisterra. Desde entonces, ha pasado por compañías como el corral de comedias de Almagro, ha actuado en el Centro Dramático Nacional, ha rodado cortometrajes, series, videoclips y ha dado clases de teatro a niños y a personas con discapacidad. Su energía no conoce límites. «No paro. Doy gracias a Dios porque las profesiones artisticas son intermitentes pero llenan el corazón. mi vida es constante y con sentido». Es el precio de los sueños.

Fe en escena

María no es una actriz cualquiera. Lleva su fe a todas partes. «No me importa en absoluto que la gente sepa que soy cristiana. Dios me acompaña a todos los proyectos y es algo latente.»
«Hay papeles que he rechazado porque no van con mi forma de ver la vida. Preguntarme qué tipo de actriz quiero ser implica generosidad e introspección. No me interesa quedarme en lo que «tiene que ser».

Sabe que en el mundo del espectáculo los «noes» superan en número a los «síes». Pero lo tiene claro: «Los personajes que sean para mí ya están escritos. «Los tiempos de Dios no son los míos y la confianza lidera mi día a día, sin miedo y con expectación, así la vida se eleva a la décima potencia. Cuando suena la palabra drama o dramático sonrío inmediatamente. Significa: capaz de conmover y emocionar vivamente, así siento que debemos andar por la vida».

Del bastón caído a la providencia

María llegó al Observatorio de lo invisible por lo que ella llama una «diosidencia». Fue un domingo cualquiera en misa en la parroquia de Santa Cristina, en Puerta del Ángel, oyó hablar de las actividades culturales para artistas de Javier Viver y pocos meses después acabó en el Observatorio. «Cuando fui por primera vez me sentí rarísimamente en casa. Artistas que creen en Dios. Gente sensible, silencios que sanan, compañeros que buscan. Es un campamento de verano con el corazón puesto en el cielo».

¿Qué le diría a un joven que se plantea ir por primera vez? «Que es una pausa en la rutina. Un lugar para reencontrarte contigo mismo desde el arte. Para descubrir nuevas formas de expresarte. Que vayas con el corazón abierto. Que creas o no creas en Dios, vas a experimentar algo transformador».
Y es que en el Observatorio también se respira una mística del silencio. «Aunque seamos cien personas, hay espacio. Para callar, para contemplar, para estar. El silencio allí es poderosísimo. Es como si algo estuviera latiendo debajo de todo y te abrazara sin que lo digas».

Valentía contra el miedo

Una de las cosas que más llama la atención cuando se conoce a María en solo unos minutos es que es una mujer que no tiene miedo. «Es que creo que no tener miedo te genera un estado de conciencia muy grande. El miedo no debe frenarte. A veces te dicen que no en un casting y te duele, claro, pero eso no significa que no valgas. Significa que no era el momento»

Esa confianza le viene de lejos. De su familia, de su carácter, pero sobre todo de su relación con Dios. «Yo he aprendido que hay que ir despacio. Que si lo confías, confías de verdad. Que lo que es para ti, llegará. Y mientras tanto, sirves, das y compartes».

A los 26, María Mota ya sabe lo que quiere. No cree que la meta sea la fama por salir en televisión. Aspira a ser coherente, a tocar corazones desde el escenario, a acompañar procesos creativos y humanos. A ser, como dice, «alguien que vacía su alma para llenar la de otros».
Y si de paso, ese camino le lleva al Observatorio del Invisible cada verano, mejor. Porque, como ella misma resume: «Es un lugar que me recuerda quién soy y para qué estoy aquí».

Observatorio 2025

En esta ocasión el OI25 reunirá a más de 150 artistas en el Real Monasterio de El Escorial. Del 21 y el 26 de julio vivirán esta experiencia que propone una exploración artística colectiva y que involucra a la música, el cuerpo, la palabra, el espacio y la mirada. El cantaor Niño de Elche y el teólogo Luis Argüello mantendrán un diálogo sobre la trascendencia del hombre y la existencia de Dios. También el pintor Antonio López impartirá una clase magistral sobre el fuego y el arte.

También tendrán lugar diversos talleres liderados por profesionales de diferentes gremios artísticos:
Niño de Elche | Fuego en la boca Exploración de la voz como dispositivo de relación, entre la escucha, el arte sonoro y la historia corporal del canto.

Ignacio Yepes | Al calor de las Cantigas Aproximación vocal e instrumental al repertorio místico-musical de Alfonso X, desde el contexto monástico.

Javiera de la Fuente | Canto a lo divino Ritmo, cuerpo y memoria como acto de expresión flamenca que se abre a lo sagrado.

José Mateos | Escribir poesía para ser poesía Lectura y escritura como vía de transformación y revelación, en el presente del poema.

El Primo de Saint Tropez y Raúl Marcos | Las tres vías de la mística Teatro como práctica de desbordamiento: escritura en acción a través de las vías purgativa, iluminativa y univa.

Miguel Coronado | La idea de belleza como estímulo para la pintura La pintura como forma de interpretar el mundo desde la belleza como impulso inicial.

José Castiella | Pintura y reencantamiento Inmersión pictórica en el accidente, la materia y la mezcla de referentes como acceso al asombro.

Rosell Meseguer | De la llama al fotón Técnicas fotográficas analógicas y experimentales, del cianotipo a la impresión sobre metal o plástico.

Matilde Olivera | Sutilezas del volumen Práctica escultórica del relieve como medio de expresión de lo imperceptible.

Alicia Ventura | Prácticas curatoriales en el siglo XXI Una mirada crítica a los nuevos territorios del comisariado: del museo al espacio vivo, del objeto al gesto.

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