Fueron unos signos los que convencieron al obispo y a los habitantes de la nueva Ciudad de México de la autenticidad de lo que Juan Diego contaba. En concreto, fue el manto (tilma) del vidente.
La tilma
Para creer en la autenticidad de las apariciones, el obispo Juan de Zumárraga pidió a Juan Diego una señal y, durante la cuarta aparición, la Virgen le dijo al vidente que recogiera unas flores que habían florecido milagrosamente en el Tepeyac (rosas de Castilla que florecían en diciembre en un terreno árido) y que se las llevara al obispo después de guardarlas en su tilma de fibra de agave.
Juan Diego obedeció y, ante el obispo y varios testigos, desplegó el manto, en el que, al salir las flores, apareció la imagen de la Virgen.
¿Qué sabemos de esta tilma, con la imagen impresa en ella?
- Es aceropita (término derivado del griego que significa «no pintada a mano»), como la Sábana Santa de Turín: los colores flotan a 0,3 mm de la fibra, como suspendidos.
- Los estudiosos la definen como «Códice Guadalupano» o «Códice teofánico-indígena», porque los indígenas no utilizaban el alfabeto, sino pictogramas sagrados realizados por los tlacuilos. La tilma es, por lo tanto, un texto sagrado visual, comprensible en la gramática simbólica nahua y escrito sobre tela (pero también se «escribían» sobre amatl, papel obtenido de la fibra de higuera o agave).
- Es una prenda sencilla, de campesinos, áspera y frágil, de tejido natural que se deteriora en 15-20 años. Pero la de Juan Diego ha resistido casi cinco siglos, sin deteriorarse significativamente, soportando incluso la explosión de una bomba.
- Tiene características simbólicas tanto cristianas como indígenas.
Los símbolos del código
Entre los símbolos inmediatamente interpretables por los mexicas se encuentran:
- El Nahui Ollin, flor de cuatro pétalos en el vientre de la Virgen. Símbolo más sagrado de la cosmología nahua, representa al Dios único (del que emanan las demás divinidades), origen de la vida y del tiempo, centro del universo (axis mundi), punto en el que se encuentran el cielo y la tierra. Para un mexica, esta flor en el vientre de la Virgen significaba que ese Dios único entraba en la historia en el seno de una madre. Hay que decir también que las flores, en el mundo nahua, son un objeto altamente simbólico, símbolo supremo de la verdad y de la vida espiritual. Ofrecérselas significaba ofrecer su propio corazón.
- Las estrellas. En la tilma aparece el mapa exacto de las estrellas visibles en el cielo sobre la Ciudad de México el 12 de diciembre de 1531. Esto tiene un significado muy fuerte, que se traduce en el concepto de tlalticpac in ilhuicac, «armonía entre el cielo y la tierra»: algo que ocurre en la historia pero que es confirmado por las estrellas, una unión entre lo humano y lo divino, lo celestial y lo terrenal.
- El cinturón materno. La Virgen lleva una banda negra sobre el vientre, igual que las mujeres mexicas embarazadas, lo que indica que no es una diosa, sino que lleva en su seno al Nahui Ollin, es decir, lo divino: el Dios único. También aquí se aprecia la similitud entre este símbolo y el concepto de Theotokos (madre de Dios) referido a María, criatura pero madre del Creador.
- La postura. La rodilla flexionada y el pie izquierdo adelantado indican la posición típica de la danza sagrada mexica, netotiliztli: una danza que es oración, el cuerpo que se mueve en armonía con el ritmo cósmico, como persona que se mueve y se relaciona con la creación y las criaturas.
- Los ojos. Visibles solo a partir del siglo XX, en los ojos de la Virgen de Guadalupe aparecen reflejos microscópicos de trece figuras. El primero en darse cuenta de este detalle fue un fotógrafo, Alfonso Márquez, en 1929. El descubrimiento fue confirmado en 1951 por José Carlos Salinas, quien identificó la silueta de Juan Diego. En 1979, gracias al aumento digital, se lograron identificar otras figuras reflejadas en las pupilas, entre ellas la del obispo Zumárraga, un intérprete y un grupo familiar, con un efecto óptico compatible con el de un ojo humano vivo: un detalle imposible de lograr con las técnicas pictóricas de la época.
- El sol y la luna. La Virgen aparece vestida con el sol y de pie sobre la luna oscura. En la cultura mexica, el sol y la luna eran divinidades muy poderosas. El hecho de que la Virgen esté revestida con el sol y apoyada sobre la luna indica una superación de estas figuras: criatura, Madre del Creador y de los hombres, no solo ella, sino todos sus hijos «superan» a los ídolos antiguos.
Misión dialógica o impositiva
La caída de Tenochtitlán en 1521 no fue solo un acontecimiento político, sino que para los mexicas supuso el fin del Quinto Sol, es decir, el fin del mundo: se derrumbaba el orden cósmico, no solo el imperio. Fue un desarraigo y un desorientamiento: los sacrificios habían terminado, pero el sol seguía saliendo, ¿por qué? Así pues, además de la aflicción, permanecía una apertura a lo sagrado, a lo divino, a alguien que pudiera acudir en su ayuda.
Consideremos algunos hechos.
Los mexicas estaban muy apegados a su tradición, ligada al concepto de «tener raíces» (solo era auténtico lo que echaba raíces en la historia, en la comunidad y en la identidad — neltiliztli tlacatl, «el hombre que tiene raíces»). Esto suponía que estaban dispuestos a mejorar y purificar sus tradiciones, pero no a erradicarlas o sustituirlas.
Algunos misioneros españoles, como Bernardino de Sahagún, Alonso de Molina y Diego Valadés, lo habían comprendido bien y habían adoptado un modelo «dialógico» de misión: intentaron traducir el Evangelio a los conceptos y al lenguaje nahua.
Otros, en cambio, prefirieron adoptar un modelo «impositivo», convencidos (Plática de 1524) de que los indígenas habían atraído la ira divina con su comportamiento y que, por lo tanto, su pasado debía ser literalmente borrado, erradicándolos de sus tradiciones.
Entre ellos se encontraba Juan de Zumárraga, primer obispo de Nueva España y de la Ciudad de México, quien fue precisamente quien pidió la señal a Juan Diego y luego le creyó después de ver la tilma.
Zumárraga destruyó ídolos, templos y manuscritos, intentando eliminar la memoria espiritual nahua. Sin embargo, precisamente a él, símbolo del modelo impositivo, se le concedió la señal más preciada: ese código teofánico-indígena que es la tilma con la imagen de la Virgen impresa.
Un mensaje no «impuesto desde arriba»
El mensaje de Guadalupe, un mensaje de reconciliación y superación de los conflictos, no es, por tanto, solo para los nuevos creyentes, sino también para los antiguos. Es como si la Virgen, como madre buena y paciente con todos sus hijos, se revelara a unos para purificar su memoria y su pasado, confirmando lo que ya era bueno pero superando lo que era erróneo, y a otros no para corregirlos como una maestra, sino para «educarlos» en el diálogo, anunciando el Evangelio y sin imponer un modelo cultural.
Es significativo el hecho de que la Virgen no prescinda del obispo (al que involucra en todo y que a menudo es el destinatario de sus mensajes y al que dirige sus peticiones), una autoridad de la Iglesia y español, y que no se limite a traducir el mensaje cristiano a otra lengua, sino que lo revele utilizando un lenguaje y categorías afectivas, religiosas y culturales típicamente nahuas. No habla desde fuera: habla desde el interior del alma de México, que, de hecho, estaba dando a luz.
El sociólogo alemán Hartmut Rosa afirma que las personas cambian, se transforman, no simplemente cuando reciben nuevas ideas, sino cuando algo resuena en su interior, como si la realidad les devolviera su propia voz. Y esta experiencia de «resonancia» se produce cuando no hay dominación, sino apertura, implicación emocional, respuesta personal y transformación mutua.
Algo similar afirman también los teóricos de la comunicación Kent y Taylor, que exponen su «teoría de la comunicación dialógica» afirmando que el verdadero diálogo, como «forma más elevada de comunicación», es aquel basado en la empatía, la cercanía, el riesgo de abrirse al otro, el compromiso con una relación duradera.
Y Guadalupe es esto: una experiencia de resonancia, de reconocimiento mutuo, de empatía.
Entre 1531 y 1545 se registraron entre 8 y 10 millones de conversiones espontáneas, sin coacción, pero no a la fe «española», sino a una fe cristiana inculturada (Juan Pablo II definió Guadalupe como «el primer y más perfecto ejemplo de evangelización inculturada en la historia de la Iglesia»).
El antropólogo mexicano Miguel León-Portilla afirmó, de hecho, que «en Guadalupe no nació una nueva religión, sino una nueva identidad: ni española ni indígena, sino mestiza, mexicana».



