Evangelización

Del aborto a la adoración: Mónica dejó que Dios lo hiciera todo

Tras una juventud marcada por la noche, el descontrol y un aborto, Moni vivió una conversión radical que transformó su herida en misión. Hoy, reza frente a las clínicas de aborto y acompaña a otras mujeres en el proceso de sanación.

Javier García Herrería·6 de noviembre de 2025·Tiempo de lectura: 5 minutos
Heridos Mónica

Moni es una mujer con una mirada viva. Habla a toda velocidad, como es ella, con esa mezcla de fuerza y ternura que solo da haber pasado por el infierno y haber vuelto. “El ser humano se acostumbra a todo”, dice. “Yo tapé muchas heridas de mi vida con salidas, alcohol y diversión, pero como no hay herida que el Señor no pueda curar aquí estoy ahora, llena de paz gracias a Él”, dice con la experiencia de quien lo ha comprobado.

Infancia y juventud

Moni nació en Madrid, en una familia católica “de costumbre, no de práctica”. Fue bautizada y estudió en el Colegio San Ramón y San Antonio, de las Agustinas, “un colegio católico, donde hice la comunión, pero la fe no prendió en mí. Dejé de ir a Misa tras la primera comunión”, recuerda. “No sentía nada. No me sentía parte de ese mundo”. Tenía una hermana gemela, inseparable en la infancia, que siempre mantuvo la fe, pero Moni durante la adolescencia se distanció totalmente de lo espiritual. 

A los 16 años, Moni conoció al que sería su novio durante más de una década. Pasó unos años de noche y descontrol. “Cogía coches borracha. No me drogaba porque me daba miedo. Hacía mucho daño a los que estaban a mi alrededor. Muchísimo. He dejado heridas a mucha gente”, dice con sinceridad.

La fuerza que la sostenía era, según ella, pura inconsciencia: “Nunca tuve miedo, ni inseguridades. Era pam, pam. Hasta que todo se derrumbó”, comenta.

La herida

Tenía 22 años cuando su vida se quebró del todo. “Fue una noche tras ir a una casa con cuatro chicos después de estar en una discoteca. Apenas recuerdo los detalles de aquella noche, pero al día siguiente -tratando de recomponer los hechos- fui consciente de lo que había sucedido y que había sido abusada”. 

Semanas después, descubrió que estaba embarazada. “Fui a la clínica Dator, en Madrid. Aborté. Y me fui directa a trabajar”, explica Moni.

Siguió su vida como si nada hubiera sucedido. No lo compartió con nadie de su familia, aunque poco después vinieron miedos que nunca había tenido (a los ascensores, a conducir…) y ataques de ansiedad. Me volví insegura. Mi hermana me decía: ‘te notamos rara, con miedo’. Yo respondía: ‘no me pasa nada’. Pero sí me pasaba.”

Aquel aborto fue una grieta que se mantuvo oculta durante años. “Yo creía que lo había solucionado. Pero el cuerpo lo guarda todo.”

Tocando fondo

Tras romper con su novio, Moni cayó en el vacío. “Cuando me dejó, creí que me moría. Pero el Señor siempre me cuidó, siempre, aunque yo lógicamente no era consciente y vivía alejada de Él. Así que empecé a jugar al pádel, solo para hacer algo”. El pádel fue, sin saberlo, su primer paso hacia la luz. “Ahí me encontré con gente normal”, dice entre risas. “Gente que hacía planes de tarde, que te valoraban. Me di cuenta de que se podía vivir sin noche.”

Fue también allí donde conoció a Jordi, un hombre que jugaba en su mismo club. “Me encantó. Pensé: ‘es buenísimo’. Pero en ese momento no era el plan del Señor. Yo no lo sabía aún”.

Tras unos años de amistad, Jordi se divorció, y comenzaron una relación hasta que en 2015, Moni y Jordi se fueron a vivir juntos. “El primer año fue fenomenal, pero luego fue fatal. Yo quería ser feliz del todo, y veía que no podía. Lo que antes me llenaba, ya no me hacía feliz”.

Tenían discusiones duras. “Yo le veía enfadado, y pensaba: ´estoy volviendo a hacer daño. Todo lo rompo`. Siempre he pensado que lo que toco lo rompo”. Durante esos años, Moni seguía sin fe, pero la semilla divina empezaba a germinar sin que ella lo notara.

El día de su conversión

La búsqueda de felicidad llevó a Moni a un retiro de Cursillos de Cristiandad y el 16 de enero de 2020, “estaba delante del Sagrario. Me puse a llorar sin parar. Solo escuchaba una voz dentro: ‘tranquila, tranquila’. No entendía nada. Pero supe que Dios era real, que estaba ahí.”

Fue el inicio de su conversión. “Desde ese día el Señor puso orden en mi vida. Me enseña que lo que antes veía normal, ya no lo es. Empecé a obedecerle. Con amor, porque sabía que me quería”.

Cuando comprendió que su relación con Jordi era incoherente con su fe y no podía seguir igual, dio el paso más difícil: “Le dije que quería vivir como hermanos hasta que él consiguiera la nulidad de su primer matrimonio”. 

A Jordi le costó, pero lo aceptó. “Menos mal que el Señor le regaló una conversión tan fuerte como la mía y hemos podido vivir así cuatro años, hasta que en 2024 reconocieron la nulidad y pudimos casarnos. Fue durísimo y precioso a la vez”, explica Moni. “Fue como si el Señor me dijera: ves, cuando obedeces, todo se ordena. Y eso lo aprendí ahí, en la obediencia”.

El Proyecto Raquel 

Aunque su vida había dado un giro, quedaba una herida sin cerrar: el aborto. En marzo de 2024, Moni comenzó el Proyecto Raquel, un itinerario de sanación para mujeres que han abortado.

“Fui pensando que ya estaba sanada, pero el Señor quería algo más. Fui con miedo, a regañadientes. Me daba pánico hurgar en heridas del pasado que yo creía superadas. Pero desde la primera sesión sentí mucha paz”.

“Gracias al Proyecto Raquel he podido tener una relación con mi hijo. Antes era imposible, pero ahora le he puesto nombre, le llamó Maravillas. “Un día entendí que mi bebé era maravilloso, aunque viniera al mundo como vino. Su vida es una maravilla. Por eso se llama así”.

La última sesión culminó con una Misa ofrecida por su hijo. “Le escribí una carta. Le decía: ‘sé que tu vida va a ser maravillosa en el Cielo’. Y así es. Desde entonces, le rezo. Le hablo. Le pido”.

Hoy: de la herida a la misión

Hoy, Moni forma parte de los voluntarios que rezan frente a las clínicas del aborto, incluso frente a la misma Dator donde ella entró con 22 años. “La primera vez que fui lo pasé fatal. Llovía, estaba sola. Un chico me insultó. Me dio miedo. Pero sigo yendo. Porque las veo y me veo”.

“Lo que más me duele es el Señor. Que le digamos que no a su plan. Que quitemos vidas con esa facilidad. Me duele en primer lugar el pecado, no la gente”. Habla de las mujeres que entran a abortar con la compasión de quien ha estado ahí. “Rezo por ellas y por los novios que las acompañan. Pobres, también engañados. Si supieran…”.

Y concluye: “No hay mayor mal que quitar la vida a tu propio hijo. Pero tampoco hay herida que el Señor no pueda sanar”. Su historia lo muestra a las claras, sobre todo ahora que está embarazada de seis meses. 

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