Ecología integral

Inteligencia Artificial: oportunidad, límite y acompañamiento humano

La Inteligencia Artificial (IA) es un poderoso medio tecnológico que, aunque genera fascinación y temores, requiere de la educación crítica, el equilibrio en su uso y la responsabilidad ética.

JC Montenegro·8 de diciembre de 2025·Tiempo de lectura: 4 minutos
límite

Vivimos un tiempo en el que la tecnología ya no solo está “alrededor” de la vida humana, sino dentro de ella. La Inteligencia Artificial, o IA, dejó de ser una promesa futurista para convertirse en un compañero silencioso que traduce textos, organiza tareas, sugiere videos y hasta corrige nuestros errores. Si somos adultos, esto nos sorprende. Si somos jóvenes, esto ya es normal. Esta diferencia generacional es clave para comprender cómo nos relacionamos con la IA y por qué conocer sus ventajas y sus riesgos es urgente.

La IA no es magia. Se construye a partir de datos, algoritmos y patrones. Aprende de nuestras búsquedas, de nuestras preferencias, del comportamiento colectivo de millones de usuarios. Y lo hace a gran velocidad. Por eso genera fascinación. Por eso también genera miedo.

Resultados de una encuesta

En un estudio realizado a 1.013 jóvenes de la región Salesiana Interamericana, 61.5% afirmó estar «bastante familiarizado» con la IA Salesian Youth and Ai. Esto revela que las nuevas generaciones no solo escuchan hablar del tema: conviven con él. Lo incorporan a su vida diaria, a sus trabajos escolares, a su ocio digital. Y sin embargo, cuando se les pregunta por sus temores, la respuesta es sorprendentemente madura. 47.9% expresa preocupación por el uso irresponsable de la IA, 46.4% teme el impacto en las relaciones humanas y 45.1% cuestiona el riesgo de sustituir el trabajo humano Salesian Youth and Ai. No estamos frente a una juventud ingenua. Está inquieta, consciente y, sobre todo, pidiendo acompañamiento.

Este dato abre un debate que no es solo tecnológico, sino profundamente humano. Durante siglos, el progreso se entendió como la capacidad de automatizar. Primero fueron las máquinas que reemplazaron brazos. Después, las computadoras que aceleraron cálculos. Hoy, la IA aprende, sugiere, crea y decide. Pero la pregunta no es si la IA puede hacerlo, sino si debe hacerlo. Y más aún: qué hacemos nosotros con ese poder.

Los jóvenes que participaron del estudio no quieren la IA como un sustituto de su inteligencia. Imaginan un tutor que explique paso a paso, que enseñe, que inspire. No quieren respuestas que eviten el esfuerzo, sino herramientas que permitan comprender mejor. Esta aspiración revela algo esencial: la IA no es un fin en sí mismo. Es un medio. De cómo se use dependerá su moralidad.

Contraste generacional

Los adultos, en cambio, solemos ver la IA como una novedad distante. O como una amenaza cultural. Nos cuesta reconocer que lo digital no es una extensión de la vida juvenil: es parte del ecosistema en el que han crecido. En una encuesta a 1.375 colaboradores laicos salesianos, 78.8% ve en la IA nuevas herramientas educativas mientras que 55.6% teme la dependencia tecnológica Salesian Lay and Ai v1. La tensión es evidente. Entusiasmo y prudencia conviven, porque la IA promete eficiencia, pero también despierta la sospecha de que puede dejarnos sin criterio propio.

Este contraste entre generaciones no debe llevarnos a posiciones extremas. Ni idolatrar la IA como solución universal, ni demonizarla como enemiga de la humanidad. Ambos caminos esconden el mismo peligro: dejar de pensar por nosotros mismos. La IA es poderosa cuando amplifica nuestra capacidad de aprender, discernir y crear. Pero nos empobrece si nos acostumbra a responder sin preguntar, a consumir sin verificar, a delegar sin reflexionar.

Durante los últimos años he trabajado junto a jóvenes, educadores y agentes sociales que experimentan esta transición. En muchos de ellos noto un fenómeno fascinante. Cuando se enfrentan a tareas complejas, como la resolución de problemas matemáticos, la IA puede mostrarles el procedimiento. Cuando deben entender textos densos, puede sintetizarlos. Cuando necesitan ejemplos, puede generarlos. Esta ayuda es valiosa, siempre y cuando no anule el proceso de aprendizaje. Cuando el joven deja de leer porque “la IA ya le dijo lo importante”, pierde algo más que una nota. Pierde autonomía intelectual.

Cómo funciona la IA

Los adultos corremos el mismo riesgo. ¿Cuántas veces consultamos herramientas digitales para decidir qué comer, a dónde viajar o qué pensar sobre un debate público? La IA funciona como un espejo de nuestras preferencias. Nos da lo que creemos querer, pero no necesariamente lo que necesitamos. Las plataformas que recomiendan contenido, por ejemplo, aprenden nuestros gustos y los intensifican. El resultado es cómodo, pero peligroso: vivimos en burbujas informativas, cada vez más personalizadas y menos diversas.

Para comprender la IA con madurez conviene recordar algo simple. No tiene valores propios. No sabe qué es bueno o malo. Solo sabe correlacionar lo probable. Funcionará según el propósito que nosotros le asignemos y el cuidado ético con el que la usemos. Un martillo puede construir una casa o destruir un cristal. La herramienta no define el sentido. Lo define la intención humana.

Algunas sugerencias

Entonces, ¿cómo avanzar? Hay tres claves para un uso humano de la IA.

Primero, educación crítica. La IA no debe presentarse como sustituto del esfuerzo, sino como aliada del pensamiento. Los jóvenes necesitan saber cómo funciona, no solo cómo se usa. Qué datos recopila, qué sesgos arrastra, cómo verificar su información. Para los adultos es igual. Comprender sus límites evita decepciones y abusos.

Segundo, equilibrio. Si confiamos en la IA para todo, perderemos la capacidad de elegir. Usarla no está mal. Depender de ella, sí. La tecnología es un apoyo, nunca un reemplazo del encuentro humano, del diálogo, de la paciencia que se aprende resolviendo un problema sin atajos.

Tercero, responsabilidad ética. La IA crea imágenes, textos, voces. Puede imitar estilos o fabricar datos. Esto exige prudencia. Verificar fuentes. Citar correctamente. Proteger la privacidad. Respetar el trabajo de otros. Ser transparentes sobre su uso cuando el contexto lo exige.

En el fondo, hablar de IA es hablar de humanidad. Las generaciones más jóvenes nos están enviando un mensaje. No nos piden que les prohibamos la tecnología. Nos piden que los acompañemos a usarla con propósito. No quieren un mundo sin IA. Quieren un mundo en el que la IA no sustituya lo que nos hace humanos.

La tecnología avanza. Nosotros debemos avanzar con ella. Pero si olvidamos que la inteligencia no es solo procesar datos sino amar, dialogar, imaginar y buscar sentido, entonces ninguna máquina será responsable. Seremos nosotros quienes hayamos renunciado a pensar y actuar con libertad.

La IA puede ser una oportunidad inmensa para aprender, crear y crecer. También un riesgo silencioso que limita la autonomía y debilita la convivencia. La decisión no está en los algoritmos. Está en nosotros. Conocer sus ventajas y desventajas, escuchar las voces de quienes ya conviven con ella y elegir conscientemente serán las claves para que la tecnología sirva a la vida, y no al revés.

El autorJC Montenegro

Director ejecutivo del Centro Juvenil de la Familia Salesiana en Los Ángeles.

Newsletter La Brújula Déjanos tu mail y recibe todas las semanas la actualidad curada con una mirada católica