John Ronald Reuel Tolkien (1892-1973), británico, autor profundamente católico, profesor de lengua y literatura antiguas, fue capaz de construir una impresionante “sub-creación” mitológica, que constituye una auténtica historia de la salvación, con una profunda visión teológica del misterio que entraña el sentido del mundo. Releyendo sus encantadores relatos de la “Tierra media”, podemos sintetizar en cuatro las características principales de la vocación y la misión que todo ser humano está convocado a desarrollar en su vida.
Confianza
«Es posible que los buenos, e incluso los santos, se vean sometidos a un poder perverso demasiado grande para que ellos lo puedan vencer solos. En este caso, la causa (no el “héroe”) triunfa gracias al ejercicio de la compasión, de la misericordia y del perdón de la injuria: y se produce así una situación en la que todo se revierte y el desastre se evita» (Carta 192).
Tolkien acuñó el término “eucatástrofe” para explicar la paradoja de cómo un desastre o fracaso concreto puede ser decisivo para alcanzar el rescate definitivo de la existencia. Aquí encontramos un remedo del misterio pascual: en la muerte y en la resurrección de Cristo se revela como la providencia divina logra que la verdad, la justicia y la virtud venzan definitivamente.
Aunque la libertad creada es real y tiene consecuencias nefastas cuando no se usa conforme a la verdad del bien de las personas, el Dios vivo -denominado en la obra de ficción del autor inglés Eru (el Único) e Illuvatar (Padre de todos)- transforma ingeniosamente el destino, para obtener incluso del mal objetivo el mayor bien de los que viven en su amor (cf. Rm 8,28). Por eso, el cristiano vive por la fe y la esperanza -en medio de sus luchas y esfuerzos- sereno, abandonado en las manos amorosas del Padre todopoderoso, que se ha manifestado cercano y lleno de ternura hacia sus hijos, a los que cuida con desvelos constantes.
Compasión
-«¡Qué lástima que Bilbo no matara a esa vil criatura cuando tuvo la oportunidad!», dijo Frodo.
-«¿Lástima? -contestó Gandalf-. Fue precisamente la lástima lo que detuvo su mano. Lástima y misericordia: no golpear sin necesidad. Y ha sido recompensado, Frodo. Ten por seguro que fue tan poco herido por el mal, y que al final escapó, porque comenzó a ser dueño del anillo de este modo: con lástima» (El Señor de los anillos: I. La compañía del anillo).
En Válinor, el país de los valares (seres angélicos), Gandalf era discípulo de Nienna, la diosa de la piedad y la compasión con los miserables, así como de la paciencia y del coraje para afrontar las dificultades. La obra de Tolkien -en contraposición a la visión materialista, cerrada a la trascendencia, al misterio del amor y al horizonte de eternidad- transmite la firme convicción del valor inmenso del perdón, la generosidad, el servicio, la humildad y la cordialidad.
En realidad, los pequeños actos de bondad y de respeto pueden cambiar el curso de las vidas humanas y de las sociedades: son como la palanca con la que cuenta el corazón del Dios que todo lo guía con sabiduría, poder y delicadeza. Pues lo que parece inútil según los parámetros mundanos resulta, en realidad, decisivo en los planes del Señor. De modo que no se pierde ningún esfuerzo -aunque parezca nimio- por construir relaciones y comunidades desde la lógica de la donación y la gratuidad.
Coraje
-«Quisiera que esto no hubiera ocurrido nunca», dijo Frodo.
-«Y yo también», dijo Gandalf. «Y lo mismo todos los que viven en tiempos así. Pero eso no les toca a ellos decidirlo. Todo lo que debemos decidir es lo que vamos a hacer con el tiempo que se nos da» (El Señor de los anillos: I. La compañía del anillo).
Cuando Frodo, el portador del anillo del poder oscuro, lamenta su tremenda situación, a causa del peso destructivo e insoportable que le ha caído encima, Gandalf le explica que, con frecuencia, en la vida no se nos ofrece la opción de elegir nuestra condición, sino la de cómo afrontar la realidad que nos atañe. La encomienda recibida requiere de cada uno que -asumiendo las circunstancias que le vienen dadas- acierte a resistir en la determinación por cumplir la noble tarea asignada en esta vida.
Los pequeños y humildes son, en ocasiones, más fuertes y sabios que los poderosos, pagados de su altanería; y, sobre todo, los “talentos medianos” -como los hobbits– resultan a menudo menos proclives a la influencia del mal. En una sociedad corrompida, puede ocurrir que el tesón en el bien obrar que jalona la vida escondida de caracteres generosos, si bien despreciados a los ojos del mundo, sea decisiva para la regeneración de la humanidad.
Compañía
-«Pero, dijo Sam, mientras los ojos se le llenaban de lágrimas, yo creía que también usted iba a disfrutar en la Comarca, años y años, después de todo lo que ha hecho».
-«También yo lo creía, en un tiempo. Pero he sufrido heridas demasiado profundas, Sam. Intenté salvar la Comarca, y la he salvado; pero no para mí. Así suele ocurrir, Sam, cuando las cosas están en peligro: alguien tiene que renunciar a ellas, perderlas, para que otros las conserven. Pero tú eres mi heredero: todo cuanto tengo y podría haber tenido te lo dejo a ti. Y además tienes a Rosa, y a Eleanor; y vendrán también el pequeño Frodo y la pequeña Rosa, y Merry, y Rizos de Oro, y Pippin; y acaso otros que no alcanzo a ver. Tus manos y tu cabeza serán necesarios en todas partes. Serás el alcalde, naturalmente, por tanto tiempo como quieras serlo, y el jardinero más famoso de la historia; y leerás las páginas del Libro rojo, y perpetuarás la memoria de una edad ahora desaparecida, para que la gente recuerde siempre el gran peligro, y ame aún más entrañablemente el país bien amado. Y eso te mantendrá tan ocupado y feliz hasta donde es posible estarlo, mientras continúe tu parte de la historia» (El Señor de los anillos: III. El retorno del rey).
Samwise Gangee, el sencillo jardinero, prometió no abandonar a Mr. Frodo y se mantuvo leal a su palabra, incluso cuando hubo de acompañarlo a la terrible región de Mordor. La fuerza de la unión y la fidelidad de los personajes modestos hace posible el milagro: en efecto, solos nos perdemos, o nos cansamos, o perdemos la ilusión; pero juntos, gracias al estímulo recíproco, es posible alcanzar la meta de una existencia lograda.
Al final, el premio de una tierra y una sociedad que recupera la paz y la belleza demuestra el acierto en la elección de las acciones justas y nobles, aunque no parecían rentables o útiles. Como en las parábolas del reino de Dios, un minúsculo fermento (cf. Mt 13,33; Lc 13,20-21), presente con potencia en medio de la masa, llega a fecundar la entera comunidad.
En definitiva, estas cuatro actitudes: compañía, compasión, confianza, coraje… son algunas preciosas lecciones que podemos llevarnos del mundo de fantasía -enraizado en el mensaje cristiano- imaginado y narrado por Tolkien, “maestro y profeta literario” para las crisis personales y sociales de nuestro tiempo.




