Hoy, 6 de agosto de 2025, se cumplen 80 años del lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima, una tragedia que marcó la historia de la humanidad y provocó la muerte de más de 100.000 personas. Sin embargo, entre la destrucción y el horror, emergió un suceso sorprendente que ha sido recordado como el «milagro de Hiroshima»: la supervivencia inexplicable de cuatro sacerdotes jesuitas alemanes, que se encontraban a apenas un kilómetro del epicentro de la explosión.
A las 8:15 de la mañana del 6 de agosto de 1945, la bomba “Little Boy”, lanzada por el bombardero B-29 Enola Gay, arrasó la ciudad. Dos tercios de los edificios desaparecieron instantáneamente y decenas de miles murieron en segundos o en las semanas siguientes por quemaduras y exposición a la radiación.
En medio de ese infierno, los padres Hugo Lassalle, Hubert Schiffer, Wilhelm Kleinsorge y Hubert Cieslik, miembros de la misión jesuita de Hiroshima, se encontraban en la casa parroquial de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, uno de los pocos edificios que quedaron en pie, aunque muy dañado.
Sin efectos radiactivos
Ninguno resultó gravemente herido, pero los médicos que los atendieron días después les advirtieron de los efectos inevitables de la radiación. Sin embargo, los cuatro jesuitas vivieron durante décadas sin desarrollar enfermedad alguna relacionada con la bomba.
Aunque la ciencia no ha ofrecido una explicación definitiva para su supervivencia sin secuelas, este hecho sigue siendo recordado con asombro por creyentes y estudiosos como un signo de esperanza en medio del desastre. Hoy, ocho décadas después, Hiroshima honra a las víctimas y también recuerda la historia de estos cuatro hombres que, según muchos, vivieron bajo el amparo de la fe y la providencia.
El milagro de Nagasaki
El 9 de agosto de 1945 cayó una segunda bomba atómica, esta vez sobre Nagasaki. En medio de aquella tragedia, el convento franciscano fundado por el futuro mártir y santo, San Maximiliano Kolbe, se mantuvo en pie.
Construido en 1930 en una ladera del monte Hikosan, el convento se salvó de la destrucción causada por la bomba “Fat Man” que mató instantáneamente a entre 40.000 y 75.000 personas. La ciudad de Nagasaki, la más católica de Japón, perdió también a 8.500 de los 12.000 feligreses de su catedral. Aun así, el convento franciscano permaneció milagrosamente intacto.
Maximiliano Kolbe, que llegó a Japón sin recursos ni conocimiento del idioma, eligió el lugar por su bajo coste, siguiendo su voto de pobreza franciscana. Allí fundó una comunidad misionera, lanzó una revista mariana en japonés y construyó una gruta inspirada en Lourdes, que hoy sigue siendo lugar de oración.
Aunque Kolbe regresó a Polonia antes de la guerra y murió en Auschwitz en 1941, su legado sigue vivo en el monasterio, que aún alberga frailes, publica su revista y recibe peregrinos.