Familia

Paula Vega: «Soñamos con una Iglesia donde la vocación a la adopción se naturalice»

Paula Vega, misionera digital y fundadora de Llámmameyumi, comparte junto a su esposo Dani el camino de fe que los ha llevado a abrazar la adopción como su “plan A”.

Teresa Aguado Peña·9 de noviembre de 2025·Tiempo de lectura: 4 minutos
Paula Vega adopción

Paula Vega y su marido ©Cortesía de la entrevistada

Paula Vega es una misionera digital malagueña y laica comprometida en su diócesis, conocida por su entrega a la evangelización en el entorno digital. Fundadora del proyecto Llámmameyumi, Paula busca compartir el amor de Dios desde una mirada cercana y creativa, utilizando los medios digitales como herramienta de misión. Además de su labor en esta plataforma, trabaja como Project Manager en España para la serie The Chosen, es Community Manager de la Congregación Redentorista de España y Content Creator en Católicos en Red. Estudia teología, ofrece conferencias sobre fe y comunicación, y ha publicado varios libros que reflejan su experiencia espiritual y pastoral.

Casada desde 2023 con su esposo Dani, Paula vive su vocación matrimonial con alegría y profundidad. Juntos, han emprendido un camino de apertura a la vida que los ha llevado a abrazar la adopción como su “plan A”. En el día mundial de la adopción, comparten con Omnes su testimonio con la ilusión de inspirar a otros matrimonios a descubrir esta vocación.

Paula, ¿podrías contarnos cómo surgió esa llamada a la adopción?

–Dios sembró esa inquietud en nuestros corazones incluso antes de conocernos. Ya como novios, cuando soñábamos con nuestra futura familia, la adopción aparecía en las conversaciones y siempre terminábamos diciendo: “Si es nuestro camino, Él nos llevará hasta ahí”. En nuestra lógica humana pensábamos primero en los hijos biológicos y después en la adopción; pero la lógica de Dios fue otra. Recién casados me diagnosticaron endometriosis y nos advirtieron de posibles dificultades para concebir. Nos plantearon distintas vías para intentar la maternidad biológica, pero nosotros elegimos abrirnos más a la vida. Nos preguntamos qué significaba verdaderamente ser padres y decidimos iniciar la adopción también como nuestro “plan A”.

Para muchas mujeres supone una cruz muy difícil aceptar que naturalmente no pueden tener hijos. Cual es tu experiencia.

–En nuestro caso nunca nos han declarado infértiles; por eso seguimos abiertos a la vida en todas sus formas: biológica, adopción y también acogimiento familiar (que ya estamos discerniendo). Son caminos que ponemos en manos de Dios para que el decida tiempos y formas.

Sentimos que nuestra cruz actual no es la imposibilidad de ser padres, sino más bien el periodo de espera. Si fuera por nosotros, mañana mismo tendríamos aquí a nuestro hijo, pero los tiempos de Dios son los que son. Mientras tanto, afrontamos este periodo con paciencia y confianza.

¿Cómo vivís y cómo es el proceso de adopción en el que os encontráis?

–Siempre decimos que la adopción no empieza con el primer papel, sino con el primer movimiento del corazón. Después llegan los pasos formales: una charla informativa, un curso de formación (unas 20 horas) y el ofrecimiento. No es “solicitar” un hijo —porque no existe un derecho a ser padres—, sino ofrecerse como familia para un perfil concreto de menor, poniendo sus necesidades en el centro.

Luego viene la idoneidad: entrevistas psicológicas y sociales, visitas al hogar, revisión de la red de apoyo… Son exigentes y nos parece bien que lo sean: se protege lo más valioso, que es el menor. Superada esa fase, llega la espera, cuyo tiempo varía según el perfil del menor o el país donde se tramite la adopción.

En lo práctico, el papeleo es intenso: médicos, certificados, notaría, servicio de protección de menores, fotos, impresiones y copias. Lo más duro es la burocracia y la incertidumbre de los plazos. Lo más bonito, es saber que cada paso nos lleva más cerca de nuestro hijo. 

Nos preparamos para recibir a nuestro hijo como lo haríamos con un hijo biológico, pero quizá con más conciencia. Rezamos cada día por nuestro pequeño y por su familia biológica. Nos estamos formando en apego, trauma y metodologías educativas —libros, cursos y podcasts— para llegar con un corazón más entrenado y unas expectativas realistas. También estamos preparando la casa con sencillez; un cuarto acogedor, rutinas claras y espacio para construir los vínculos. Además, conversamos mucho con nuestra familia, amigos y comunidad parroquial para explicarles más sobre el proceso de adopción, y las necesidades o características que nuestro hijo traerá. Nos preparamos con ilusión y por supuesto, con los miedos normales que cualquier padre tendría pensando en si sabremos hacerlo bien. 

¿Cómo habéis afrontado las dudas y la espera en este camino de adopción?

–Lo primero ha sido acogerlas con cariño: son normales y humanas. Las nombramos, las hablamos entre nosotros, las presentamos en la oración y así, poco a poco, encuentran su sitio. Entendimos que en toda paternidad siempre habrá dudas y expectativas; la clave es no dejar que conduzcan. Intentamos mirar nuestro camino con la lógica y el amor de Dios: poner al niño en el centro, recordar por qué empezamos y elegir —una y otra vez— confiar.

También nos damos permiso para vivir la espera de forma distinta; no la sentimos igual los dos y decir en voz alta lo que cada uno necesita nos ayuda mucho. Evitamos compararnos con los tiempos de otros, porque sabemos que Dios ya tiene ese hilo rojo atado y preparado, y eso requiere una constante confianza y abandonarse en sus planes. También procuramos seguir activos en nuestra misión, enfocados en servir a Dios desde lo que nos ha tocado, sin obsesionarnos con la espera, porque nuestro matrimonio ya es fecundo. 

¿Qué le dirías a otras parejas cristianas que sienten la inquietud de adoptar, pero no saben por dónde empezar?

–Que empiecen, incluso con miedo. Poned en palabras la semilla que Dios ha puesto en vuestro corazón, habladlo con calma entre vosotros y acercaros a matrimonios que ya estén en el camino: escuchar sus luces y sombras pacifica mucho. Id a la charla informativa y también al curso de formación que ofrece Servicio de Protección a Menores: no os compromete a seguir con el proceso, así que podéis vivirlo como un discernimiento que abre la mirada y el corazón. Y haced la pregunta de fondo: ¿Qué significa para mí ser padre o madre? ¿Se reduce a compartir genes o tiene que ver con acoger, cuidar y amar a una persona concreta? Cuando esa respuesta se asienta, el “por dónde empezar” se vuelve sencillo.

¿Qué esperanza queréis transmitir con vuestra historia y qué deseo tenéis para el futuro de vuestra familia adoptiva dentro de la Iglesia y la sociedad?

–Nos gustaría que, en una Iglesia que alza con fuerza la voz por los no nacidos, también se escuche cada vez más el clamor de quienes ya han nacido y esperan una familia. Hay miles de niños en centros que necesitan un hogar estable y seguro. Si no hablamos de la vocación a la adopción y al acogimiento, parece que no existe; por eso soñamos con parroquias y comunidades donde esta llamada se naturalice y se ponga encima de la mesa, para que los matrimonios puedan conocerla y discernirla. Si nuestra historia anima a un solo matrimonio a abrirse a la vida de esta forma, habrá merecido la pena.

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