En las últimas décadas, el papel de la mujer en la Iglesia ha sido objeto de un debate cada vez más visible. Muchas personas se preguntan si algún día podría abrirse la posibilidad de que las mujeres reciban el sacramento del Orden sacerdotal. Sin embargo, la Iglesia católica sostiene que no se trata de una cuestión de “derechos” o de “discriminación”, sino de la naturaleza misma del ministerio sacerdotal tal como lo instituyó Jesucristo. ¿Por qué la Iglesia mantiene esta enseñanza? ¿Qué razones bíblicas, teológicas y simbólicas hay detrás de que el sacerdocio ministerial esté reservado a los varones y cómo se relaciona con la misión propia de la mujer en la Iglesia?
Ya en los años setenta, cuando algunas comunidades cristianas comenzaron a plantear la posibilidad de ordenar mujeres, Pablo VI recordó públicamente que para la Iglesia católica “no es admisible” conferir el sacerdocio ministerial a las mujeres. Y no lo es, afirmaba, por razones fundamentales:
- El ejemplo de Cristo, que escogió solo varones como apóstoles.
- La práctica constante de la Iglesia, que ha imitado fielmente a Cristo en esta elección.
- El Magisterio vivo, que enseña de modo coherente que esta exclusión está en armonía con el plan de Dios para su Iglesia.
Para aclarar aún más esta cuestión, Pablo VI encargó a la Congregación para la Doctrina de la Fe la declaración «Inter Insigniores», que expuso y profundizó los fundamentos de esta doctrina, concluyendo así: «la razón verdadera es que Cristo, al dar a la Iglesia su constitución fundamental, su antropología teológica, seguida siempre por la Tradición de la Iglesia misma, lo ha establecido así».
San Juan Pablo II, en su carta apostólica «Ordinatio Sacerdotalis», subraya que Cristo eligió a sus Apóstoles de manera totalmente libre y soberana. No se dejó arrastrar por condicionamientos socioculturales. En los Evangelios vemos a Jesús actuar con gran libertad y dignificar la vocación de la mujer, pero aun así reservó a varones la misión apostólica. Después, los propios Apóstoles transmitieron esa misma práctica cuando eligieron a sus sucesores y colaboradores en el ministerio.
El papel de la mujer en la Iglesia
Juan Pablo II destaca el papel esencial de las mujeres en la Iglesia en su carta apostólica: «El hecho de que María Santísima, Madre de Dios y Madre de la Iglesia, no recibiera la misión propia de los Apóstoles ni el sacerdocio ministerial, muestra claramente que la no admisión de las mujeres a la ordenación sacerdotal no puede significar una menor dignidad ni una discriminación hacia ellas, sino la observancia fiel de una disposición que hay que atribuir a la sabiduría del Señor del universo». Así, añade que el papel de la mujer es capital hoy en día, tanto para la renovación y humanización de la sociedad, como para descubrir de nuevo, por parte de los creyentes, «el verdadero rostro de la Iglesia».
El Papa Francisco reafirmó esta postura subrayando que “es un problema teológico” pero que no se trata de una privación sino de un papel distinto donde hay todavía mucho que profundizar y reconoció que hay que dar más cabida a la mujer en la Iglesia en otros ámbitos.
Además, la Declaración «Inter Insigniores» recuerda que la estructura jerárquica de la Iglesia está ordenada totalmente a la santidad de los fieles: «el único carisma superior que debe ser apetecido es la caridad (cf. 1 Cor 12-13). Los más grandes en el Reino de los cielos no son los ministros, sino los santos».
Cristo Esposo, Iglesia Esposa
Desde la Teología del Cuerpo de San Juan Pablo II se puede dar un argumento más. En un mundo en el que da igual que el cuerpo sea masculino o femenino, la Iglesia reivindica la importancia de su significado. Juan Pablo II hablaba de la Eucaristía como el sacramento de los esposos porque es el sacramento en el cual los esposos por excelencia, es decir, Cristo y la Iglesia, se entregan. Y se entregan, decía él, de la misma manera que los esposos en el matrimonio: en su cuerpo femenino o masculino.
El varón y la mujer no se entregan de la misma forma. Esto se expresa en el acto conyugal: el esposo se entrega saliendo de sí y yendo hacia la esposa y la esposa se entrega acogiendo dentro de sí al esposo. Este mismo lenguaje se encarna en la historia de la salvación. Así, cuando el sacerdote toma la forma para consagrarla y dice «Tomad y comed… esto es mi cuerpo que será entregado por vosotros» es Nuestro Señor diciéndole esas palabras a la Iglesia. Una mujer no podría pronunciarlas porque sencillamente no se entrega así, sino acogiendo en sí el don del esposo: comiendo Su Cuerpo.
Conclusión
En definitiva, la enseñanza de la Iglesia sobre el sacerdocio ministerial no es una cuestión de privilegios ni de jerarquías humanas, sino de fidelidad a un misterio que la trasciende. En Cristo Esposo y la Iglesia Esposa se manifiesta un lenguaje profundo en el que la diferencia entre varón y mujer adquiere un sentido sacramental. Lejos de reducir la vocación femenina, esta enseñanza subraya su papel insustituible en la vida y misión eclesial: la mujer, como María, es imagen privilegiada de la Iglesia que acoge, engendra y hace crecer la vida divina en el mundo. Comprender y vivir esta complementariedad no es un retroceso, sino una oportunidad para descubrir de nuevo el rostro verdadero de la Iglesia y renovar su fecundidad espiritual en nuestro tiempo.



