Evangelización

«Potuit, decuit, ergo fecit». La Inmaculada, devoción, dogma y misterio

Reynaldo Jesús·8 de diciembre de 2025·Tiempo de lectura: 7 minutos
La Inmaculada Concepción (2)La Inmaculada Concepción

La solemnidad de la Inmaculada Concepción ocupa un lugar privilegiado dentro de la  fe católica no solo por el contenido doctrinal que transmite, sino por la riqueza espiritual  y pastoral que ha generado a lo largo de los siglos. En ella coinciden la devoción del  pueblo cristiano, la solemnidad definitoria del magisterio y la reflexión teológica. 

María, preservada por gracia de la mancha del pecado en el primer instante de su ser,  aparece como punto de unión entre fe celebrada, fe creída y fe vivida. En este sentido,  la Iglesia descubre en la afirmación del ángel Gabriel en Lc 1,28—“Læaetare, gratia  plena” (κεχαριτωμένη)—el fundamento bíblico privilegiado de su santidad original. Los  Padres griegos, como san Efrén y san Juan Damasceno, vieron en esta plenitud de gracia  una exclusión radical del pecado: “Tú, y sólo Tú, estás totalmente bella, sin mancha  alguna” (Efrén, Carmina Nisibena 27,8). 

Ahora bien, la clásica premisa inmaculista —Potuit, decuit, ergo fecit—, condensa con  simplicidad la lógica del misterio Mariano que se resume en que «Dios pudo preservar  a María del pecado original; convenía a la dignidad de la Madre del Verbo encarnado  que así fuese; por tanto, en su providencia amorosa, lo hizo». Cabe recordar que esta  fórmula está presente en la tradición franciscana y fue asumida progresivamente por la  Iglesia, y con ella no solo expresa un argumento teológico, sino un dinamismo espiritual y pastoral que atraviesa la vida eclesial. 

Duns Scoto formuló magistralmente esta lógica, que recogió la bula Ineffabilis Deus;  sin embargo, ya san Ireneo anticipó el espíritu de esta premisa al contraponer a Eva y  María: “el nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María” (Adv. Haer. III,22,4). Si convenía que la nueva Eva introdujera la vida donde la antigua  introdujo la muerte (cf. Rm 5,12-21), también convenía que fuese íntegramente  renovada desde el origen. 

El dogma de la Inmaculada Concepción no es un privilegio aislado, sino que constituye  la manifestación luminosa de la gratuidad de Dios y la plena disponibilidad de la libertad humana a su obra. Este dogma, definido por el Papa Pío IX en Ineffabilis Deus (1854),  ha sido celebrado por siglos tanto en la liturgia como en la piedad del pueblo cristiano,  incluso mucho antes de su reconocimiento magisterial, el corazón del creyente ya intuía  y veneraba la pureza original de María, comprendiendo que Dios la preparó de modo  singular para ser la Madre de su Hijo. 

Pío IX recoge este “instinto de fe” del pueblo fiel al afirmar que la Iglesia siempre ha  mirado a la Inmaculada Concepción como una doctrina recibida de los Padres, y más  aún, ha procurado pulir la enseñanza para que reciba claridad, luz y precisión (cf.  Ineffabilis Deus, proemio). Benedicto XVI subraya esta continuidad reconociendo que  la expresión de Lc 1,28 recoge el título más bello dado por Dios a María proponiéndola  además como estrella de esperanza y aurora que anuncia el día de la salvación, sin  descuidar la lectura cristológica y eclesial de María, en quien destaca su vocación  singular, su elección anticipada y su papel en la Iglesia, valorando el dogma como una  autentica integración del plan divino (Ángelus, 8 de diciembre 2005-2007). 

No se pueden silenciar las voces de quienes desde una multiplicidad de obras de carácter  devocional expresan con belleza poética y teológica la convicción eclesial que María es  “toda pura”, tota pulchra. La devoción del pueblo, el magisterio eclesial y la reflexión  teológica se orientan en una visión integrada del misterio mariano que ilumina tanto la  historia de la salvación como la vocación del ser humano. La liturgia, aplica a María los  textos del Cantar de los Cantares: “Toda hermosa eres, amiga mía, no hay mancha en  ti” (Ct 4,7), que san Ambrosio interpretaba en clave mariana (Expos. in Luc. II,7). 

El «potuit»: posibilidad teológica en Ineffabilis Deus

Debemos recordar que la convicción popular de la llamada “conveniencia” del misterio  encontró su afirmación doctrinal en Ineffabilis Deus (8 de diciembre de 1854). El Papa  Pío IX en esta bula, articula el dogma de la Inmaculada a partir de la plena omnipotencia  divina: «si Dios podía preservar a María del pecado original en previsión de los  méritos de Cristo, entonces tal acto pertenece legítimamente a su libertad soberana»,  entonces, no se trata solo de una simple afirmación de poder operativo, sino que es la  expresión de una posibilidad inscrita en el designio salvífico. 

Si bien el texto pontificio cita explícitamente a san Efrén, san Agustín y san Andrés de  Creta como testigos antiguos de esta santidad original, curiosamente en los textos de  san Agustín, prudente en su formulación, cuando aborda la cuestión del pecado afirma:  “Tratándose de la Virgen María, no quiero que se mencione el pecado”, resumiendo esto en la expresión latina «excepta itaque sancta virgine», es decir, exceptuando pues a la  Santa Virgen María (De natura et gratia, 36). 

La bula, al ofrecer los fundamentos bíblicos y patrísticos, muestra que este potuit no  surge del voluntarismo, sino de la coherencia interna del plan divino. La nueva Eva  debía ser plenamente asociada a la misión del nuevo Adán; la plenitud de gracia  proclamada por el ángel debía tener un inicio proporcional a su destino. El potuit se  convierte así en fundamento del dogma: si Dios es Padre omnipotente y Salvador,  ciertamente podía realizar en María esta obra singular. 

La Encarnación exigía una cooperación humana libre; y si Dios prepara los caminos  para la venida de su Hijo, nada impide que esa preparación alcance la raíz misma del  ser de María. Lo que la Iglesia proclama es que Dios actuó con anticipación; que su  acción redentora no está limitada por el tiempo; y que la gracia de Cristo puede irrumpir  incluso en el origen de una existencia humana para preservarla del mal. 

El «decuit»: conveniencia de la Inmaculada en la intuición devocional del pueblo. Si la Iglesia ha reconocido en María una pureza originaria es, en gran parte, porque el  pueblo cristiano así la percibió mucho antes de la definición dogmática. 

He de decir que la novena Candor de la luz eterna (escrita en Guatemala hacia 1720 por el franciscano Fr. Rodrigo de Jesús Sacramentado) puede considerarse un auténtico y  notable testimonio de esta sensibilidad; es una obra que, haciendo uso del lenguaje  poético y simbólico, expresa la “conveniencia” profunda —el decuit— de que la Madre  del Salvador fuera desde su origen un espacio sin sombra para la luz de Dios. 

Lejos de tratarse de un sentimiento popular, esta convicción nace del contacto continuo con el Misterio. Identificar a María como candor de la luz eterna, presenta una intuición  teológica importante: si el Hijo es la Luz, convenía que su Madre fuese transparencia  pura, aurora sin ocaso, criatura abierta sin fisuras a la acción de la gracia

El decuit devocional se hace evidente en las imágenes bíblicas que la novena despliega:  María como espejo sin mancha, como jardín cerrado o como estrella de la mañana. En  estas figuras se percibe que el pueblo cristiano ha “reconocido” en María aquello que  convenía a su misión materna. Lo que siglos después será formulado dogmáticamente  ya vivía en la oración y en la contemplación de los fieles. Como tantas veces en la historia, la liturgia y la piedad preceden a la definición teológica, expresando la  sabiduría profunda del sensus fidelium

El «fecit»: realización histórica y su recepción contemporánea en Benedicto XVI Si la teología afirmó la posibilidad (potuit) y el pueblo creyente intuyó la conveniencia  (decuit), el ergo fecit señala la certeza de que Dios lo ha hecho. En María Santísima, la  preservación del pecado original no es solo un pensamiento teológico, sino, en verdad  es un acontecimiento histórico que revela algo esencial sobre la acción de Dios en el  mundo: su deseo de salvar radicalmente, de reconstruir lo humano desde la raíz

Quisiera referirme al pensamiento del Papa Benedicto XVI que ha sabido iluminarnos con una interpretación oportuna. El Papa alemán parece leer el ergo fecit como una  pedagogía de la libertad. Dios no anuló la naturaleza de María, sino que la llevó a su  plenitud. La gracia preservante no la alejó de los demás, sino que la convirtió en icono  de lo que la humanidad está llamada a ser cuando acoge sin reservas el amor divino. En  un mundo que experimenta la fractura interior, la Inmaculada aparece como signo de la  victoria definitiva de la gracia: Dios lo hizo para mostrar lo que hará plenamente en la  humanidad regenerada. María es “transparencia del amor de Dios, muestra de lo que  Dios quería desde el principio para el hombre” (Homilía, 8 de diciembre de 2005). 

Para el Papa Benedicto XVI, la Inmaculada es el “SÍ” puro y originario de la humanidad  a Dios. En ella se cumple el fecit divino de una manera profundamente cristológica: lo  que Dios realiza en María anticipa, ilumina y confirma la obra de Jesucristo en todos  los hombres. María no es excepción aislada, sería un grave error pensarlo así, sino el  fruto más valioso de la redención. Recordemos que la definición del dogma apunta  desde María a Jesucristo: “la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de  toda mancha de pecado original desde el primer instante de su concepción, por singular  gracia y privilegio de Dios omnipotente, en previsión de los méritos de Jesucristo”. María es el ícono de la respuesta totalmente libre del hombre a Dios, porque la libertad  humana, preservada y elevada, se convierte en lugar del despliegue de la Gracia. 

Unidad del misterio en el dinamismo del potuit–decuit–fecit 

La Inmaculada Concepción, contemplada desde la premisa inmaculista clásica, como  he mencionado al inicio, «Potuit, decuit, ergo fecit», revela la coherencia profunda del  actuar divino: Dios puede lo que quiere, quiere lo que conviene a su amor, y realiza  aquello que manifiesta más plenamente su gloria y su misericordia.

El pueblo cristiano captó de modo intuitivo esta conveniencia en obras devocionales  como Candor de la luz eterna, novena compuesta en el contexto de la espiritualidad  barroca y ampliamente difundida en la tradición hispana, testimonio privilegiado de esta  devoción; el magisterio de la Iglesia confirmó la posibilidad y la realidad del misterio  en Ineffabilis Deus; y el pensamiento de Benedicto XVI lo presenta desde una  interpretación cristológica como una verdad profundamente actual para el hombre,  llamado también a dejarse transformar por la gracia. 

María, la Señora que es candor de la luz eterna, es presencia de lo que Dios puede, de  lo que conviene a su amor, y de lo que efectivamente ha llevado a cabo en la historia.  Contemplarla es aprender a confiar en la acción divina que, todavía hoy, sigue recreando  el mundo y guiándolo hacia su plenitud a pesar de las heridas y la evidente pérdida del  sentido del pecado, María sigue siendo signo de esperanza, recordatorio de la belleza  del corazón puro, un modelo de autenticidad interior y garantía del triunfo definitivo de  la gracia. No cabe duda que en María vemos realizada la promesa de Dios en el sentido de que la  gracia es más fuerte que el pecado. Así, el «potuit–decuit–fecit» no es un razonamiento,  sino una espiritualidad: describe cómo la gracia actúa, cómo transforma y cómo culmina  su obra en aquellos que se abren plenamente a ella.

El autorReynaldo Jesús

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