Familia

Rebe: la “runner” de la fe

Rebeca, madre, empresaria, y maratonista salvadoreña, convirtió el running en un “diálogo con Dios” al ofrecer cada esfuerzo por su familia y las almas del purgatorio.

Juan Carlos Vasconez·19 de julio de 2025·Tiempo de lectura: 3 minutos
Rebeca Runner

Rebeca, o Rebe como la conocen muchos, es un torbellino de energía y fe. Esposa, madre de cinco hijos, empresaria y maratonista salvadoreña, su vida es un testimonio de cómo las múltiples facetas de la mujer contemporánea pueden converger en un camino de encuentro con Dios. «Como tantas mujeres de este siglo, vivo cada día con el corazón dividido entre múltiples facetas, intentando dar lo mejor de mí en cada una», confiesa Rebe. Para ella, este intrincado tapiz vital está tejido, como ella misma afirma, «siempre con el hilo invisible de la fe».

Su relación con la fe se gestó en la calidez de un hogar católico, marcado por ejemplos sencillos y profundos. «Recuerdo a mis dos abuelas, cada una con su rosario entre los dedos», rememora. Su abuela paterna le inculcó la devoción por las benditas almas del purgatorio y la confianza en la misericordia divina. Sin embargo, fue el amor el que la impulsaría a una conexión aún más profunda.

Correr por amor

En su juventud, pidió en oración «encontrar un novio que amara a Dios y me ayudara a caminar hacia Él». Su plegaria fue escuchada con la llegada de su esposo, quien no solo le enseñó a rezar la Salve, sino que, años más tarde, sería la inspiración para que Rebe se calzara las zapatillas de correr.

La vida familiar, con la llegada de cinco hijos, se convirtió en una auténtica «carrera de fondo». Tras el nacimiento de su quinta hija, un consejo médico llevó a su esposo a iniciarse en el running por motivos de salud. Rebe, «buscando compartir tiempo con él y avivar la llama del amor», decidió acompañarlo. El inicio no fue sencillo. «Recuerdo el primer día: apenas podía respirar intentando seguirle el paso, mientras él iba y venía a mi lado», cuenta. La anécdota que marcó un antes y un después, y que forjó su espíritu de corredora, llegó cuando, en un momento de desesperación durante esos primeros trotes, él le soltó: «Rebe, yo no he venido a caminar». Esa frase fue el pistoletazo de salida para su determinación. Comenzó a entrenar sola entre semana, alternando caminata y trote, hasta que llegó el día en que, en las corridas compartidas, era ella «quien ahora iba marcando el ritmo».

Las largas distancias pronto se convirtieron en su nuevo horizonte. Se levantaba de madrugada para acumular kilómetros y regresar a tiempo para la rutina matutina familiar. En «ese silencio profundo de la madrugada, entre el sonido de mis pasos y el latido de mi corazón», Rebe encontró un «espacio sagrado: mi diálogo con Dios». 

Descubrió que, «en la soledad del camino, podía hablarle, agradecerle, pedirle fuerzas». Aunque a veces se escapa al Sagrario, reconoce que en sus carreras matutinas, «Dios nos regala amaneceres únicos, cada amanecer con su propia paleta de colores, recordándome que su amor es siempre nuevo e impresionante».

Rezar y correr

La fe, para Rebeca, se vive «en lo cotidiano». Junto a su esposo, están convencidos de que «el ejemplo es el mejor camino para acercar a nuestros hijos a Dios». Pero no ocultan sus propias luchas y fragilidades, pues saben que «es importante mostrarles nuestras caídas, nuestras luchas, y cómo nos levantamos una y otra vez, sabiendo que somos hijos amados de un Padre misericordioso».

El running le enseñó una valiosa lección: «Un corredor siempre avanza con dolor». Esta máxima se convirtió en un pilar fundamental. «Como en la vida», reflexiona Rebeca, «si queremos alcanzar nuestras metas debemos avanzar a pesar del dolor, a pesar de nuestros miedos sabiendo que no estamos solos en cada paso».

Aprendió a ofrecer ese esfuerzo, «ese cansancio, por las almas del purgatorio, por mi familia, por las intenciones de quienes amo». Una ilusión la acompaña constantemente: «pensar que, quizá, algún día conoceré en el cielo a esas almas por las que corrí una milla extra u ofrecí un kilómetro a ritmo suicida».

El running se ha convertido también en una actividad familiar. Se han inscrito juntos en algunas carreras, celebrando cada meta alcanzada y aprendiendo que «la vida espiritual, como la deportiva, es una lucha constante, pero también una fiesta compartida».

Hoy, Rebeca mira hacia atrás y ve que «cada paso, cada carrera, cada oración, han sido parte de un mismo camino: el de buscar a Dios en lo ordinario, de encontrarlo en el amor, en el esfuerzo y en la alegría de vivir». Porque, al final, correr y creer son, para ella, dos formas de avanzar siempre hacia Él.

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