En una extensa carta pastoral, titulada en inglés The Body Reveals the Person: A Catholic Response to the Challenges of Gender Ideology, (El cuerpo revela a la persona: una respuesta católica a los retos de la ideología de género), publicada el pasado mes de agosto, el obispo Daniel E. Thomas, actual ordinario de la diócesis de Toledo, en los EEUU, ofrece una respuesta articulada y documentada doctrinal y científicamente a la cuestión acuciante, y en ocasiones angustiosa, de las prácticas transgénero que se han generalizado en muchas naciones del llamado primer mundo.
La influencia de la cultura
Explica el prelado que la llamada “ideología de género” parte de la premisa errónea según la cual la identidad sexual no depende de la realidad biológica sino de los sentimientos y deseos individuales, con frecuencia contaminados por la extendida contracultura materialista, emotivista y hedonista.
Por ello, esta concepción equivocada rechaza la obvia distinción varón / mujer como discriminatoria y reivindica un pretendido derecho a las intervenciones médicas para “afirmar” la identidad sexual elegida por cada individuo, aún en contra del sentido común. Además, propicia de forma violenta e intolerante la “cancelación” de los que defienden la existencia de verdades personales y morales inscritas en la realidad de la naturaleza humana corporal.
El obispo refuta los “dogmas” de dicha ideología -que se extiende con fuerza en la sociedad y en las leyes aprobadas por los diversos parlamentos- con la acertada afirmación de Jason Evert: “tú no has nacido en un cuerpo equivocado, sino en una cultura equivocada”.
El problema es grave. En la actualidad, uno de cada cuatro adolescentes en los Estados Unidos se declara “LGTBQ”. Y las cirugías transgénero irreversibles en adolescentes se triplicaron en ese país entre los años 2016 y 2020. La destrucción personal y social de esta praxis resulta desoladora. Así lo han denunciado con valentía y claridad la periodista Abigaíl Shrier (Un daño irreversible: La locura transgénero que seduce a nuestras hijas), y los psicólogos y profesores universitarios José Errasti – Marino Pérez Álvarez (Nadie nace en un cuerpo equivocado).
La enseñanza de la Iglesia
La carta pastoral recuerda, por su parte, los principios fundamentales de la “antropología unitiva” enseñados por la Iglesia católica; a saber:
- el cuerpo revela a la persona, que es amada incondicionalmente por Dios, en cuanto varón o mujer;
- el cuerpo humano es sagrado, imagen de Dios, y, desde la recepción del sacramento del bautismo, templo del Espíritu Santo (cfr. 1 Co 3, 16);
- las personas no tienen cuerpos, son cuerpos; los relatos bíblicos de la creación afirman la bondad del cuerpo humano, que debe ser respetado y cuidado, pues posee una dignidad absoluta y un destino de gloria eterna en la resurrección de la carne (cfr. CIC, nn. 992-1004);
- la masculinidad y la feminidad originarias sustentan el significado esponsalicio del cuerpo humano, que contiene una llamada intrínseca a la donación recíproca en orden a formar una comunión conyugal de amor fiel y fecundo.
Además, Juan Pablo II explicaba en sus espléndidas “catequesis de la teología del cuerpo” que el predominio de la concupiscencia dificulta la comprensión del valor esencialmente humano del cuerpo, de modo que -en la percepción interior deformada- lo rebaja, lo despersonaliza y lo trata como mero objeto de uso y de manipulación, denigrando las relaciones humanas y la configuración social. Sin embargo, la buena nueva de la redención del cuerpo y del corazón realizada por Cristo permiten descubrir que “donde abundó el pecado sobreabundó la gracia” (Rm 5,20).
En cambio, para la “antropología dualista” que está en la base de la ideología de género y transgénero, el cuerpo humano sería infra-personal, simple material manipulable, objeto que puede ser reconstruido radicalmente mediante la tecnología.
Así, para la doctrina LGBTQ la “asignación” de la identidad masculina o femenina, conforme a la objetividad biológica natural del sexo, supondría una mera etiqueta impuesta arbitrariamente; en cambio, sorprendentemente, los sentimientos subjetivos serían los que configuran la realidad construida. Esta visión distorsionada supone el triunfo de la arbitrariedad irracional.
Partir de la Biología
En efecto, los sentimientos son por sí mismos cambiantes e inestables, mientras que la sexualidad determina cada una de las células del cuerpo, y fundamenta la conformación de la psicología, de modo que en realidad resulta imposible cambiar el sexo de una persona. Pues en cada persona humana todas las células desde la concepción son XY si es varón y si es mujer XX, y eso condiciona todo su sistema endocrino. Solo existen casos rarísimos de hermafroditas que tienen doble sexo o el síndrome de Turner que es una alteración cromosómica.
La buena medicina no obedece a los sentimientos, sino a la realidad objetiva, científicamente contrastada. Las cirugías y las demás “terapias” hormonales de cambio de sexo producen daños y mutilaciones irreversibles en las personas y en sus órganos sanos. Por eso, muchos países están rectificando y prohibiendo estas intervenciones terapéuticas antinaturales para priorizar la psicoterapia, que pueda propiciar la sanación y maduración de la personalidad.
Del mismo modo que sería una praxis médica aberrante obedecer a las pretensiones inasumibles de un paciente de anorexia o de trastorno de la personalidad, tampoco los profesionales de la medicina deben secundar las peticiones contrarias a los principios terapéuticos de los que exigen absurdamente la propia castración.
La influencia del contexto cultural
La presión social y de los medios de comunicación, ejercida por los ideólogos del lobby del género, denomina con los calificativos insultantes y criminalizadores de “homófobos, transfóbicos y odiadores” a los que no aceptan sus postulados apriorísticos e infundados. Además, en justicia el uso inapropiado de pronombres de género exigido por las “personas trans” debe ser evitado como algo contrario a la verdad, confuso y dañino para los seres humanos y para la sociedad.
Por último, el prelado norteamericano expresa -citando el número 56 de la exhortación apostólica del papa Francisco Amoris laetitiae– cuáles son los principios doctrinales y las actitudes pastorales que la Iglesia, madre y maestra, ante estas situaciones tan complejas y difíciles: por un lado, la entera sociedad civil y eclesial está llamada a manifestar cercanía sincera y cordial a las personas que padecen intensamente a causa de las diversas disforias de género; pero, por otro, no deben ceder ante las presiones de grupos que postulan sistemas contrarios a la naturaleza humana.
Además, la gracia divina permite siempre reconocer la bondad del cuerpo y también asumir los diversos sufrimientos padecidos, unidos a la cruz redentora de Cristo (cfr. Col 1,24).
Si la Iglesia católica dejara de defender y proclamar estas verdades fundamentales ocasionaría un grave perjuicio a los fieles, y especialmente a las personas que luchan para superar la confusión de género, influenciadas por ideologías nocivas.
Frente a la extensión de corrientes deshumanizadoras, los cristianos hemos de secundar la llamada divina a una movilización general en favor de la cultura del cuidado de la vida, del matrimonio y de la familia. La buena nueva de Jesucristo, el Verbo encarnado y redentor, fundamenta la esperanza evangelizadora y la prevalencia del designio originario de Dios.