“En esta Audiencia quiero presentarles otro testigo del celo apostólico. Esta vez nos llega de tierras lejanas”, dijo el Papa Francisco. “Efectivamente, san Andrés Kim Taegón fue el primer sacerdote mártir de Corea. Hace doscientos años, hubo en aquel país una fuerte persecución, y no se podía confesar la fe abiertamente. Anteriormente fueron los laicos quienes evangelizaron Corea”, añadió.
“Su vida fue y sigue siendo un elocuente testimonio de celo por el anuncio del Evangelio». “Destaco dos escenas que nos dan prueba de este celo”, prosiguió. “En la primera, vemos a san Andrés ante la dificultad de no tener más opción que encontrar a los fieles en público. Y lograr reconocerse sin que nadie se diera cuenta”. Resumió en dos palabras su identidad: ‘discípulos de Jesús’».
La sangre de los mártires
El 16 de mayo de 1984, a la vuelta de su viaje apóstolico a diversos países de Asia, san Juan Pablo II cifró en torno a diez mil los mártires coreanos. Y dijo: “Al leer las «Acta martyrum» del siglo XIX en la tierra coreana, nos viene a la mente una estrecha analogía con el “Martyrologium romanum”. Las “grandes obras de Dios” per martyres se repiten en diversas épocas de la historia y en diversos lugares del mundo”.
En dos siglos de existencia, la Iglesia en Corea, añadió el Papa Juan Pablo II, “creciendo sobre la tierra hecha tan profundamente fértil por la sangre de los mártires, se ha desarrollado mucho. Actualmente cuenta con cerca de 1.600.000 fieles”, dijo, y «este desarrollo continúa. Dan testimonio de ello las numerosas conversiones y bautismos (…), el gran número de vocaciones sacerdotales y religiosas, la profunda conciencia católica de los laicos y su vivo compromiso apostólico”.