San Josafat Kuncewycz nació en el año 1580 en Volinia, región que hoy forma parte de Ucrania, en el seno de una familia perteneciente a la Iglesia ortodoxa. Desde joven mostró honda inclinación religiosa y vida de piedad. Josafat buscó la unidad entre los cristianos de Oriente y Occidente, en un contexto de tensiones entre la Iglesia ortodoxa y la católica,
Ingresó como monje basiliano en el monasterio de la Santísima Trinidad en Vilna (actual Lituania), donde adoptó el nombre de Josafat. Allí destacó por su austeridad, celo apostólico y capacidad para el estudio teológico. En 1609 fue ordenado sacerdote y pronto se convirtió en promotor de la Unión de Brest (1596). Por este acuerdo, parte de la Iglesia rutena aceptó la autoridad del Papa de Roma, conservando su rito oriental.
Su labor evangelizadora le llevó a ser nombrado arzobispo de Polotsk en 1617. Trabajó por la formación del clero, la enseñanza de la doctrina católica y la reconciliación entre los fieles divididos. Su firmeza doctrinal y su vida ejemplar le ganaron admiradores, y también enemigos, especialmente entre quienes se oponían a la unión con Roma.
Mártir de la comunión cristiana
Por su apertura a la pluralidad de expresiones que respetaban la única fe, sus detractores comenzaron a acusarlo de ser “secuestrador y ladrón de las almas” de la Iglesia ortodoxa, señala el santoral vaticano. En realidad, Josafat nunca había dejado las expresiones litúrgicas orientales. Pues mantuvo la lengua eslava antigua, y basó su enseñanza esencialmente en dos fundamentos: la fidelidad a la sede de Pedro y a la tradición de los Padres.
El 12 de noviembre de 1623, mientras visitaba Vitebsk, una multitud hostil irrumpió en su residencia. San Josafat fue golpeado y asesinado por defender la unidad de la Iglesia, convirtiéndose en mártir de la comunión cristiana. Su cuerpo fue arrojado al río Dvina, aunque más tarde fue recuperado y venerado como reliquia sagrada. El Papa Pío IX le canonizó en 1867, y le proclamó patrono de la unidad entre católicos y ortodoxos.




