La obra empieza con unas palabras del santo de Barbastro que constituyen el leit motif de todo el libro: “No olvidéis que vida litúrgica es vida de amor; amor a Dios Padre, por Jesucristo en el Espíritu Santo, con toda la Iglesia, de la que tú formas parte”. Palabras que Mons. Mariano Fazio comenta en el prólogo diciendo: “Esta afirmación del santo se va desgranando a lo largo de todo el libro y conforme he ido avanzando en su lectura he podido comprobar que el autor ha individuado en el amor un aspecto clave en la comprensión de la liturgia por parte de san Josemaría”.
Efectivamente, a través de las páginas he tratado de mostrar, con la vida y las enseñanzas de san Josemaría, ligadas también muchas veces a detalles biográficos, que son realidad esas palabras con las que se inicia el libro. El amor es un punto clave.
San Josemaría y la liturgia
La fascinación por la liturgia se manifestó en él desde muy joven, como he tratado de mostrar a lo largo del capítulo primero. Marcó su vida espiritual y se mantuvo fiel a ella a lo largo de todo su ministerio sacerdotal. Encontrando en el 2 de octubre de 1928, fecha en que “vio” el Opus Dei, un hito trascendental también en su vida y enseñanzas litúrgicas.
Como se puede comprobar en los tres capítulos, se puede decir que desde una lógica litúrgica presento su pensamiento como portador de una particular riqueza proveniente tanto del carisma fundacional recibido y de su vida contemplativa, como de las incidencias de su ministerio sacerdotal.
Creo que se puede afirmar, sin temor a equivocarse, que san Josemaría ha sido un enamorado de la liturgia. Este amor, este adentrarse en la corriente trinitaria de amor por los hombres que es la Eucaristía, le llevó a lo largo de su vida a buscar siempre el modo mejor de vivir, en la Iglesia, ese encuentro personal y de amor que es la Santa Misa. Por este motivo su predicación estará impregnada por las fuentes litúrgicas. Su vida y enseñanzas buscarán encarnar del mejor modo posible la naturaleza misma de la liturgia.
Vetus ordo
Es el amor a la liturgia el que le llevará a “emparentar” con muchas de las intuiciones del movimiento litúrgico ya en los años 30 del siglo pasado. Ese mismo amor a la liturgia, como realidad también eclesial, es el que le llevará a promover una introducción ordenada y progresiva de la reforma litúrgica en las celebraciones de los centros del Opus Dei tal y como pedía la Santa Sede. Y es su vida litúrgica, entendida como encuentro de amor con Dios, el que permite entender que, después de 45 años buscando hacer suyas las palabras y gestos del Misal tridentino, le costase mucho el cambio al Misal de 1970 y acabase beneficiándose, sin haberlo pedido, del indulto que le permitió seguir celebrando en los últimos tres años de vida con el rito anterior a la reforma conciliar.
Tanto en los escritos publicados como aquellos inéditos, así como en su predicación oral, se puede también comprobar que es el amor el centro, el corazón de sus enseñanzas de carácter litúrgico.
Amor divino
Amor divino que se derrama sobre los fieles a través de esa corriente trinitaria de amor que es la Santa Misa y que espera la respuesta, también de amor, de cada cristiano. Respuesta que, unidos a Cristo en su Iglesia, ofrecen al Padre.
Amor divino que espera la correspondencia de cada persona a través de esa participación amorosa en los gestos y oraciones de la celebración eucarística mostrando así la importancia de la participación exterior e interior en la misma como bien encarna san Josemaría a través de sus enseñanzas mistagógicas y su vida de amor litúrgico.
Amor que caracteriza la respuesta personal y que va más allá de la celebración ritual, implica la vida, como enseña el santo. En su predicación muestra a las claras que, todos, como “sacerdotes de nuestra propia existencia” por el Bautismo, manifestamos nuestro amor al Padre devolviéndole el mundo transformado por Cristo en el Espíritu Santo, a través de esa “Misa” que cada uno celebramos sobre el altar de nuestro trabajo, de nuestra vida cotidiana. “Misa” que dura veinticuatro horas, y que tiene por centro y raíz la celebración sacramental.
Movimiento litúrgico español
Si damos un vistazo a la estructura del libro vemos cómo se proyecta como en tres círculos concéntricos que convergen en el amor: Apuntes biográficos, teológico-litúrgicos y mistagógicos. A lo largo de las páginas del capítulo primero, de carácter biográfico, se puede comprobar, de la mano de los escritos del santo —publicados e inéditos—, así como de los testimonios de los que convivieron con él, cómo san Josemaría en los años treinta era un verdadero pionero, un sacerdote adelantado a su tiempo también en el campo litúrgico. En muchas de sus decisiones y vivencias litúrgicas aparece emparentado con el incipiente movimiento litúrgico español del que conoce a varios de sus promotores e impulsores más importantes que son sus amigos personales.
Aspectos de fondo, como la liturgia vivida como fuente de vida espiritual y el concepto de participación activa, se traducirán en manifestaciones y decisiones concretas que tomó el santo y con las que, en esos años de sacerdote joven, buscó difundir la vida litúrgica: las Misas dialogadas en las residencias universitarias que impulsó, la comunión frecuente, dentro de la Misa y con hostias consagradas en la propia celebración como algo habitual en su Misa y para todas las personas que participaban en ella, el uso de ornamentos amplios, así como las indicaciones para la construcción de futuros oratorios, son manifestaciones concretas y prácticas de ese deseo, así como de su relación con las ideas del movimiento litúrgico.
Liturgia y santidad personal
A lo largo de las páginas del capítulo segundo, de cariz más teológico, he tratado de mostrar cómo el mensaje que san Josemaría Escrivá recibió el 2 de octubre de 1928, la llamada universal a la santidad, entronca con ideas basilares de las enseñanzas conciliares sobre la liturgia.
Cómo no ver en el número 14 de la constitución conciliar Sacrosanctum Concilium una confirmación de las enseñanzas que san Josemaría predicaba ya por los años 30. En ese famoso número leemos: “La santa madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a todos los fieles a aquella participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas que exige la naturaleza de la Liturgia misma y a la cual tiene derecho y obligación, en virtud del bautismo, el pueblo cristiano, ´linaje escogido sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido` (1 Pe. 2, 9; cfr. 2, 4-5)”.
El redescubrimiento del bautismo y la consiguiente filiación divina, como fundamento de la llamada universal a la santidad, están directamente relacionadas con ese derecho y deber a participar en la liturgia. Enseñanzas conciliares que san Josemaría ya había anticipado en sus escritos mistagógicos, como se comprueba en el capítulo tercero del libro, o en su propia vida litúrgica y de los miembros de la institución que Dios le hizo ver, como se ve en el capítulo primero, fomentando, por ejemplo, la participación activa en las residencias que impulsó viviendo las llamadas Misas dialogadas.
La Misa, acción trinitaria
Al mismo tiempo, los números 5 a 7 de esa misma constitución conciliar también son desarrollados en las enseñanzas de san Josemaría. Así la presentación de la Misa como prolongación de la corriente trinitaria de amor de Dios con nosotros, formulada por el santo, pone en relación con la idea de la historia de la salvación redescubierta por el Concilio Vaticano II, de la que se subraya esa componente fundamental del amor.
El carácter divino y trinitario de la celebración de la Santa Misa, junto con el carácter cristológico y eclesial de la misma, subrayados por el santo, le llevan a definir la celebración eucarística como centro y raíz de la vida cristiana. Esta expresión es, no solo original en cuanto a la forma o términos empleados, aunque la encontramos de modo similar en el magisterio de Pío XII, del concilio Vaticano II y más en general en la doctrina católica general, sino que recibe en san Josemaría un contexto más amplio y novedoso.
La Misa, centro y raíz
Efectivamente, la Santa Misa, presentada como centro y raíz de la vida cristiana, entronca con la vida corriente y ordinaria, vida de trabajo, que es lugar de encuentro con Dios, como había predicado incansablemente san Josemaría desde 1928. Esa vida secular, esa vida en el mundo, realidad santificable y santificadora, encuentra su centro y raíz en la celebración eucarística. Por eso, cada fiel, por su bautismo, dirá el Concilio Vaticano II, tiene derecho y obligación de participar en las celebraciones litúrgicas y el santo lo proclamará de modo más fuerte y rotundo: cada fiel es sacerdote de su propia existencia. De ahí que la relación entre la vida ordinaria y de trabajo con la Misa sea íntima, intensa, connatural a las dos realidades. Y por ende llamada a prolongarse en una Misa que dura veinticuatro horas.
Si en el capítulo primero he tratado de mostrar a san Josemaría emparentado con el movimiento litúrgico y, por tanto, anticipando y preparando las ideas que recogerá el Concilio Vaticano II, en el capítulo segundo he buscado mostrar cómo las enseñanzas del santo ofrecen al magisterio litúrgico conciliar un contexto, un marco en el que ser vividas. De hecho, en su predicación oral y escrita proclamará incansablemente que, cada cristiano, llamado a ser sacerdote de su propia existencia por el bautismo, celebra su Misa que dura veinticuatro horas sobre el altar de su lugar de trabajo y de su vida cotidiana, siempre que la celebración eucarística, sea para él su centro y raíz.
La liturgia es performativa
Por último, en el tercer capítulo me he propuesto poner de relieve la aguda conciencia que tuvo san Josemaría acerca de la fuerza transformadora de la liturgia de la Santa Misa para los fieles corrientes. Son muchas sus enseñanzas al respecto, y aparecen con frecuencia en sus escritos. Como repetía el santo: “Siempre os he enseñado a encontrar la fuente de vuestra piedad en la Escritura Santa y en la oración oficial de la Iglesia, en la Sagrada Liturgia”.
En este tercer capítulo he elegido poner mi atención especialmente en dos textos: en primer lugar, la homilía “La Eucaristía, misterio de fe y de amor” donde, al hilo de las distintas partes de la celebración eucarística, san Josemaría propone consecuencias para la vida espiritual de los cristianos. En segundo lugar, me he servido de unos comentarios a la celebración eucarística que nuestro autor estaba preparando durante el año 1938 y que pensaba publicar como un libro titulado Devociones litúrgicas. En el segundo capítulo de nuestro libro hemos hecho un estudio del proyecto y de las fichas que san Josemaría había escrito a lo largo de ese año. Al emplearlas en nuestro trabajo las hemos reproducido literalmente, es decir, con las abreviaturas, pequeños errores ortográficos que contienen, etc.
Textos inéditos
Estos escritos, de finales de los años 30, me han parecido que conforman un texto de particular interés. No solo por su carácter de inédito, sino por cuanto muestran, a mi parecer, cómo el santo leía y conocía a los autores que presentaban comentarios a la Misa con un marcado aspecto mistagógico. Al mismo tiempo, manifiestan cómo compartía con ellos un modo de comprender la liturgia totalmente avanzado para su época como se ha podido comprobar, en parte, gracias al primer capítulo en el que he tratado de mostrar la especial relación de san Josemaría con el movimiento litúrgico.
Los comentarios son una perfecta conjunción de historia de la liturgia, ars celebrandi, espiritualidad, teología… en los que lo más propio del santo son las consideraciones llenas de amor, que se manifiestan en frases cortas, a veces solo palabras —jaculatorias, dardos— que buscan condensar, en palabras, el amor a la Misa que se desbordaba de su corazón.
A su vez, el compaginar textos escritos en dos épocas distintas de la vida del santo, finales de los años treinta y los años sesenta con un Concilio ecuménico y una reforma litúrgica de por medio, mostrarán la continuidad y armonía entre ambos, fruto, así lo pienso, del amor a la liturgia de nuestro autor.
La Misa explicada por San Josemaría
El comentario a la liturgia de la Santa Misa, de la mano de san Josemaría, que ocupa el tercer capítulo me parece que ayuda a comprender por qué afirmaba el santo que: “Asistiendo a la Santa Misa, aprenderéis a tratar a cada una de las Personas divinas”. En la celebración, los fieles se pueden dirigir al Padre, en Cristo por la acción del Espíritu Santo: en este entrar en diálogo con las personas divinas, crece su vida cristiana. Un diálogo al que invita cada gesto y palabra propia del rito, que cobran así un significado especial.
En definitiva, en el último capítulo he tratado de mostrar que san Josemaría se dispone a “hablar” a los fieles sobre la Misa, no de un modo discursivo, sino “mistagógico”, es decir, desde los ritos. Es lógico que sea así pues la extensa y profunda realidad de los efectos espirituales de la Santa Misa no debe discurrir de modo autónomo e independiente de los textos y ritos que jalonan la celebración.
Me gustaría concluir con unas palabras del santo que me parece que reflejan muy bien todo lo que he tratado de mostrar en el libro. Es un texto escrito en 1931, que pone de manifiesto muy bien su formación y vida para la liturgia y desde la liturgia, el amor, la filiación divina, las palabras y gestos de la celebración litúrgica misma explican todo:
Esta mañana pedí a Jesús –no le pedí, digo mal— expuse a Jesús mis deseos de prepararme muy bien, durante el Adviento, para cuando el Niño venga. Le dije muchas cosas, entre ellas que me enseñe a vivir la Liturgia sagrada. Pensé que mi alma es una tierra sedienta y me entusiasmó leer en la communio de la Santa Misa: Dominus dabit benignitatem, et terra nostra dabit fructum suum. Señor, Jesús: que el pobre erial de mi alma, henchido de tu gracia dé su fruto para la Vida eterna. Y me confundí, lleno de agradecimiento, cuando recité en prima el salmo Confitemini Domino (Ps. 117)…, expresión fiel de lo que podría cantar cada uno de los que hasta ahora has escogido para tu Obra.