Evangelización

San Juan Pablo II y la búsqueda de la verdad, el bien y la belleza

Alejandro Pardo, doctor en Teología Moral, ha publicado recientemente el volumen titulado Tras las huellas de Dios en el mundo: San Juan Pablo II y la búsqueda de la verdad, el bien y la belleza. Con motivo del vigésimo aniversario de la muerte, que se celebra en 2025, publicaremos una serie de artículos sobre su magisterio.

Alejandro Pardo·11 de septiembre de 2025·Tiempo de lectura: 8 minutos
Juan Pablo II

San Juan Pablo II (©OSV News/Giancarlo Giuliani, CPP)

El pasado mes de abril se cumplieron veinte años del fallecimiento de san Juan Pablo II. Su figura ha dejado una honda huella en el panorama histórico reciente de la Iglesia y del mundo. Poeta y dramaturgo, filósofo y teólogo, fue un hombre de extraordinaria cultura, un líder moral aclamado y respetado, un pastor cercano a su pueblo, un testimonio vivo de fe encarnada.

Mártir en vida, su fama de santidad estalló en una inusitada aclamación popular tras su muerte, pidiendo su inmediata elevación a los altares. Fue beatificado seis años después de su fallecimiento y canonizado antes de cumplirse un decenio. Su largo pontificado ha dejado un vasto conjunto de enseñanzas, que han sido expuestas y tratadas de manera pródiga en las últimas décadas. Sin embargo, todavía queda perspectivas por explorar. Este artículo propone una de ellas, al presentar a este santo Papa como un promotor de la búsqueda de la verdad, el bien y la belleza como camino para recristianizar la cultura inspirándola desde un humanismo cristocéntrico.

Un órgano polifónico para una sinfonía antropológica

La figura intelectual y pastoral de Karol Wojtyła/Juan Pablo II no ha dejado de crecer a lo largo de estos años, como lo prueban las numerosas publicaciones que siguen apareciendo tras su fallecimiento. Su principal empeño –como sacerdote y profesor universitario primero, y como pastor de la Iglesia universal después– puede resumirse en el diálogo, mutuamente enriquecedor, entre Revelación cristiana y modernidad (o más bien, postmodernidad), en especial en el ámbito de la antropología, la ética y la cultura. Tal reto coincidirá plenamente con la inquietud manifestada, en este mismo sentido, por el Concilio Vaticano II, según se aprecia en los primeros números de la Constitución Pastoral Gaudium et Spes, en cuya redacción el entonces joven arzobispo de Cracovia participó activamente.

Movido por este desafío, Karol Wojtyła se propuso elaborar una antropología personalista y trascendente que, a partir de un sólido fundamento aristotélico-tomista y enriquecida con una aproximación fenomenológica, respondiera a las demandas de la modernidad –subjetividad, libertad y autonomía, conciencia– desde una perspectiva cristiana. Sobre esta base, desarrolló una ética de la persona y de la cultura, en la que se traslucía además su teoría sobre el obrar humano (la persona se proyecta en su obrar; la acción humana posee un efecto transformador, es decir, humanizador).

Posteriormente, durante su magisterio petrino, continuó con su compromiso de esclarecer la realidad cristocéntrica del hombre y del mundo, proponiendo así un humanismo nuevo y regenerador, en la línea de las directrices del último concilio ecuménico.

Si algo han puesto de manifiesto algunos estudiosos de la vida y obra de Wojtyła ha sido la profunda unidad y coherencia de un pensamiento, presente en una personalidad tan poderosa como polifacética: poeta, dramaturgo, filósofo, teólogo y pastor. Como escribió Massimo Serreti en los años iniciales de su pontificado, «esta multiformidad del pensamiento –bastante inusual ahora en nuestro panorama cultural– permite a Wojtyła aproximarse a la verdad sobre el hombre y a la verdad sobre Dios desde planos y ángulos visuales dispares, pero sorprendentemente confluentes al final».

Esta misma opinión otro experto en su figura, Lluís Clavell, para quien las obras de Wojtyła «proceden del interior del sujeto único e irrepetible, pero según varios registros, tales como el sonido de un órgano a lo largo de un concierto». Se trata de una metáfora muy acertada. El propio san Juan Pablo II la utilizará en una carta al profesor Giovanni Reale, responsable de la edición crítica de sus obras filosóficas en italiano. En ella defendía cómo la verdad sobre el ser humano y sobre el mundo puede explorarse tanto a través del arte (música, poesía, pintura) como de la reflexión filosófica o teológica, de modo que, entre todos estos modos de expresión podemos obtener «una suerte de singular ‘sinfonía’ antropológica, en la cual la vena inspiradora que fluye del perenne mensaje cristiano (…) orienta a todas las culturas para mayor gloria de Dios y del hombre, inseparablemente unido al misterio de Cristo».

Y añadía: «Doy gracias al Señor, que me ha concedido el honor y el gozo de participar en esta empresa cultural y espiritual: primero, con mi pasión juvenil y, después, con el sucederse de los años, con una aproximación progresivamente enriquecida por el contraste con otras culturas y, sobre todo, por la exploración del inmenso patrimonio doctrinal de la Iglesia».

La vía de los trascendentales

Esta propuesta antropológica y ética que Karol Wojtyła/Juan Pablo II plantea puede analizarse desde varios puntos de vista. Uno de ellos consiste en iluminarla desde el prisma de los trascendentales del ser –en particular, del verum, el bonum y el pulchrum–. Ciertamente, este santo Papa no los ha abordado de manera monográfica; sin embargo, llama la atención su constante referencia a ellos, en particular, cuando se ha referido al fundamento antropológico y ético de la persona, así como a su proyección en el ámbito cultural y social.

¿Hasta qué punto la búsqueda del bien, la verdad y la belleza resultan esenciales en las enseñanzas de este pensador y Papa? Podemos traer a colación un par de declaraciones suyas, tan reveladoras como desconocidas. Una de ellas tuvo lugar durante una de sus visitas pastorales a una parroquia romana (Santa María in Traspontina), en la que, tras ser recibido por un coro infantil, aprovechó para hablar de la importancia de la educación en la belleza.

En el improvisado coloquio posterior, respondiendo a una pregunta, san Juan Pablo II reveló algo que tenía bien grabado en el corazón: «Uno de vosotros me ha preguntado lo que el Papa habría hecho si no hubiera sido Papa. (…) Incluso si yo no fuera Papa, mi tarea principal sería la de preservar, proteger, defender, aumentar y profundizar esta aspiración a lo bueno, a lo verdadero, a lo bello».

Una revisión de sus intervenciones con motivos de encuentros con representantes de la cultura, artistas y comunicadores demuestra que no se trataba de un comentario puntual. Por ejemplo, apenas un mes y medio después de ser elegido Sucesor de Pedro, en una audiencia mantenida con representantes de la Università Cattolica del Sacro Cuore de Milán con motivo del centenario de su fundador, el Padre Agostino Gemelli, el recién elegido Pontífice polaco afirmaba con claridad que «la persona humana no encuentra la plena realización de sí misma más que en referencia a Aquel que constituye la razón fundamental de todos nuestros juicios sobre el ser, el bien, la verdad y la belleza». A partir de ahí, serán numerosas las referencias explícitas a estos tres trascendentales en discursos y alocuciones dirigidas a quienes trabajan en el campo de la cultura, el arte o la comunicación.

El «eterno estigma de Dios» en el mundo y en el corazón del hombre

En efecto, partiendo del misterio del hombre como persona, creado a imagen de Dios, Karol Wojtyła/Juan Pablo II propone un itinerario ascendente hacia Dios, porque, según afirma, «lo que es humano lleva en sí mismo el eterno estigma de Dios, es una imagen de Dios». Verdad, Bien y Belleza no son sino otros nombres de ese Ser Supremo y Personal al que llamamos Dios, y a ellos aspiramos; son el objeto de nuestras potencias espirituales (inteligencia, voluntad, afectos). A partir de este convencimiento, Wojtyła realizará su particular recorrido intelectual y artístico, de base fenomenológica e iluminado por la fe, que tuvo ocasión de describir en aquellas predicaciones dirigidas a la Curia en 1976 y recogidas en el libro Signo de contradicción: «El itinerarium mentis in Deum emerge de lo profundo de las criaturas y de lo íntimo del hombre.

En esta andadura, la mentalidad moderna se apoya en la experiencia del hombre y en la afirmación de la trascendencia de la persona humana (…). La trascendencia de la persona se halla estrechamente vinculada con la referencia a Aquel que constituye la base fundamental de todos nuestros juicios sobre el ser, sobre el bien, sobre la verdad y sobre la belleza. Se vincula con la referencia a Aquel que es también totalmente Otro, porque es infinito».

La vía de los trascendentales responde por tanto a la necesidad antropológica de apertura hacia lo infinito que tiene el ser humano, a la cual aspira por su propia naturaleza racional y espiritual. Estas categorías o dimensiones del ser (verdad, bien, belleza) constituyen los principales hilos del entramado que une al hombre (criatura, ser participado) con Dios (creador, ser por esencia), gracias a su condición de imago Dei. El propio Wojtyła ha tratado de recorrer este triple camino a través del arte, la filosofía y la teología, convencido de que, en efecto, todo lo que es verdaderamente humano refleja la huella de Dios. De este modo, como el propio Wojtyła apunta, «el itinerarium mentis in Deum», como «vía del pensamiento de todo el hombre», acaba convirtiéndose en un verdadero «itinerarium hominis».

Este camino de la verdad, el bien y la belleza resulta singularmente apropiado para volver a recuperar el fundamento cristiano de una sociedad y una cultura que se han alejado de Dios y del propio hombre, y hasta cierto punto han caído en la autodestrucción y en la desesperanza. Frente a la crisis de la metafísica –y la consiguiente dispersión o desunión entre los trascendentales– que ha traído consigo la filosofía moderna, san Juan Pablo II ha vuelto a recuperar el fundamento metafísico de la filosofía y a proponer una perspectiva personalista y trascendente, de la que se deriva a su vez una propuesta ética igualmente anclada en la persona humana y en su trascendencia. En este sentido, el Papa Wojtyła ha querido asumir este enorme desafío cultural y antropológico al que se refería el Concilio Vaticano II y ha construido una sólida respuesta antropológica y ética a los interrogantes planteados por el pensamiento moderno.

Un proyecto de vida y de enseñanza

Karol Wojtyła/Juan Pablo II ha dedicado su vida a recorrer este camino, con constancia, convicción y firmeza. Apuntado inicialmente en su etapa como filósofo y profesor de Ética desde un punto de vista más antropológico, adquiere un mayor desarrollo y madurez a lo largo de su pontificado, durante el cual los aborda también desde una perspectiva teológica (cristológica y trinitaria). Más en concreto, reitera con insistencia la necesidad de fundamentar en los trascendentales del ser las expresiones culturales, artísticas y comunicativas. «La cultura es la encarnación de las experiencias espirituales de un pueblo –dirá en una ocasión– [y] da una expresión concreta a la verdad, al bien y a la belleza». En efecto, la búsqueda del bien verdadero y bello conduce al hombre al encuentro con Dios y con la realidad más profunda de su propio ser.

En la medida en que la persona se proyecta en su obrar, puede contribuir a que este itinerario sea también recorrido por aquellos que contemplan aquello que ha salido de sus manos o es fruto de su inteligencia o talento creativo. De ahí que las manifestaciones culturales y artísticas, y los contenidos difundidos a través de los medios de comunicación y entretenimiento, sean un cauce idóneo para «una irradiación cultural más vigorosa de la Iglesia en este mundo en búsqueda de la belleza y de la verdad, de unidad y de amor». Esta búsqueda antropológica se convierte asimismo en un encuentro cristológico, ya que Jesucristo es el Modelo según el cual el hombre ha sido hecho, y como Camino, Verdad y Vida es asimismo la manifestación plena de la Belleza, la Verdad y el Bien.

«Llevo tu nombre en mí»

A lo largo de su vida, este santo Papa ha transitado personalmente estos tres caminos de la belleza (gracias al cultivo de la poesía y el teatro), la razón (en su faceta filosófica) y la fe (como teólogo), firme en su empeño de hallar las huellas divinas presentes en la persona humana y en la creación (el pulchrum, el verum y el bonum) para elaborar, a partir de ahí, esa «“sinfonía” antropológica» que ha interpretado con su vida, como parte de la misión evangelizadora a la que Dios le invitó a participar. También en este punto ha hecho honor a su papel de pontifex (“constructor de puentes”), pues ha acercado esas dos orillas a veces contrapuestas como son la fe y la cultura, y ha encarnado igualmente el ideal del humanista cristiano, animando a poner al servicio del Evangelio todos y cada uno de los medios de comunicación, así como las diversas expresiones culturales y artísticas.

Parte principalísima de este empeño ha sido redescrubrir el camino de los trascendentales, esas huellas o estigmas de Dios presentes en el corazón del hombre. A ello volvería a referirse en el poemario que escribió en el ocaso de su vida (Tríptico Romano), en el que escribe: «Yo llevo tu nombre en mí, / este nombre es signo de la Alianza / que contrajo contigo el Verbo eterno antes de la creación del mundo (…) / ¿Quién es Él? El Indecible./  Ser por Él mismo. / Único. Creador del todo. / A la vez, la Comunión de las Personas. / En esta Comunión hay un mutuo regalo de la plenitud de la verdad, del bien y de la belleza»

En la carta que al final de su vida escribió al profesor Giovanni Reale, san Juan Pablo II mostraba su gratitud a la Divina Providencia por haberle hecho capaz de llevar a cabo semejante «empresa cultural y espiritual» –todo un proyecto de vida– en cuyo centro «se encuentra siempre el hombre como persona (…), imagen del Ser Subsistente, (…) objeto de un incesante análisis filosófico y teológico». A nuestro juicio, cabe afirmar que ha logrado con creces este objetivo. No en vano, como afirma Rino Fisichella, «cada sucesor de Pedro es llamado en el momento oportuno y con su personalidad corresponde a las necesidades que surgen sobre el tapiz de la historia».

El autorAlejandro Pardo

Sacerdote. Doctor en Comunicación Audiovisual y en Teología Moral. Profesor del Instituto Core Curriculum de la Universidad de Navarra.

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