Hoy la Iglesia celebra la solemnidad de la Asunción de la Virgen María, pero en el calendario también figura otro nombre: San Tarsicio, joven mártir romano y patrón de los monaguillos. Su memoria, sin embargo, pasa casi inadvertida debido a la coincidencia con una de las fiestas marianas más importantes del año.
Un joven que dio la vida por la Eucaristía
La historia de San Tarsicio se remonta al siglo III, en tiempos de las persecuciones contra los cristianos en Roma. Siendo todavía un muchacho y acólito, se le confió llevar la Eucaristía a los presos condenados por su fe. En el camino, un grupo lo interceptó y, al descubrir que protegía algo sagrado, intentó arrebatarle el portaviático. Tarsicio resistió con todas sus fuerzas para evitar que las Sagradas Formas fueran profanadas, y esa defensa le costó la vida.
Hace dos años apareció una novela que cuenta la vida del santo bajo el título Tarsicio y los leones. Se trata de una de esas historias presentadas como lectura para niños, pero que en realidad están pensadas para ser disfrutadas por los más grandes. El autor, Ramón Díaz, nos presenta a Tarsicio como un chico normal, divertido y piadoso, que disfruta con sus amigos y lucha por perdonar a los compañeros paganos que se burlan de su fe. Un cristiano que vive sin complejos en medio de un ambiente hostil, donde recibir la Eucaristía implica asumir un riesgo.
Patrón de los monaguillos, el semillero de vocaciones
Por su fidelidad y su servicio cercano al altar, San Tarsicio fue proclamado patrón de los monaguillos. Su ejemplo muestra que ayudar en la misa no es una tarea menor, sino un servicio a Dios y a la comunidad. La imagen del joven que guarda con celo el tesoro de la Eucaristía inspira a niños y adolescentes que, desde el presbiterio, viven de cerca la liturgia.
Más allá de su papel en la misa, ser monaguillo es una auténtica “cantera” de vocaciones sacerdotales. Un estudio reciente del Centro de Investigación Aplicada al Apostolado (CARA), en colaboración con los obispos de Estados Unidos, revela que el 73% de los 405 varones que se prevé serán ordenados sacerdotes en 2025 habían sido monaguillos en su infancia.
Estos datos confirman una tendencia que la Iglesia conoce desde hace siglos: el contacto cercano con la liturgia y el servicio en el altar ayuda a que germinen las vocaciones. La Iglesia se juega mucho en el cuidado de las escuelas de monaguillos en las parroquias, porque allí no solo se enseña a servir en el altar, sino que se forma el corazón y la fe de los más jóvenes. Este espacio de acompañamiento y amistad con el sacerdote y con otros chicos crea un vínculo vivo con la liturgia, despierta el amor por la Eucaristía y, como demuestran los datos, puede ser el germen de numerosas vocaciones sacerdotales. Descuidarlo sería perder una oportunidad privilegiada de sembrar futuro en la Iglesia.
Aunque la Asunción de María acapara hoy la atención litúrgica, el ejemplo de San Tarsicio sigue vivo. Su vida recuerda que la entrega y el servicio, incluso en la juventud, pueden tener un valor muy importante.