Santa Isabel, princesa de Hungría y gran condesa de Turingia, en Alemania, nació en 1207, hija del rey Andrés II y de Gertrudis de Andechs-Merano, y fue plasmada por Murillo “curando tiñosos”, enfermos, en el siglo XVII.
Siguiendo los usos de la nobleza medieval, Isabel fue prometida como esposa a un príncipe alemán de Turingia. Casó a los catorce años con Luis IV, landgrave o gran conde de Turingia, y tuvo tres hijos. Germán, el heredero del trono, Sofía y Gertrudis. Ésta última nació cuando ya había muerto su esposo (1227), víctima de la peste, como cruzado camino de Tierra Santa. Ella contaba solamente 20 años. Santa Isabel falleció a los 24, en 1231, y fue canonizada por Gregorio IX en 1235. Un récord de vida densa y sacrificada.
Isabel de Hungría es la figura femenina que más genuinamente encarna el espíritu penitencial de Francisco, dice el santoral franciscano. La predicación de los frailes menores entre el pueblo, que habían aprendido de san Francisco de Asís, consistía en exhortar a la vida de penitencia, y ejercitarse en las obras de misericordia. La breve vida de Isabel provocó escándalo en la corte de Wartburgo, muchos la tenían por loca, por su misericordia.
Socorrió a los débiles e impulsó hospitales
Cuando era todavía gran condesa y en ausencia de su marido, tuvo que afrontar una emergencia que hundió al país en el hambre. Vació los graneros del condado para socorrer a los menesterosos, pobres y enfermos. Isabel veía la persona de Cristo en los necesitados.
Puso la inteligencia al servicio de su obra asistencial. Y en vida de su marido, contribuyó en la erección de hospitales en Eisenach y Gotha. Luego construyó el de Marburgo (1229), obra predilecta de su viudedad. Para atenderlo fundó una fraternidad religiosa con sus amigas y doncellas, y lo puso bajo la protección de san Francisco, canonizado pocos meses antes.




