Según la tradición, Santa Verónica fue una mujer piadosa que vivía en Jerusalén. Quedó conmovida por los dolores de Cristo en su camino al Calvario, y se acercó a enjugar el sudor y la sangre que cubrían su rostro. De acuerdo a la tradición, ella utilizó el velo de su cabeza para este propósito, en el que quedó ‘impreso’ con sangre el rostro de Jesús, la Santa Faz.
Tras la Pasión del Señor, santa Verónica se dirigió a Roma llevando consigo el velo con la ‘Santa Faz’. Este velo habría sido expuesto para la veneración pública, y fue calando en la fe del pueblo. Su acción quedó plasmada en la sexta estación del Via Crucis, que se lee el Viernes Santo en el Coliseo romano. Esta estación suele llevar por título: ‘Una piadosa mujer enjuga el rostro de Jesús’.
El velo de la Verónica
Se ha elogiado la valentía de santa Verónica, ya que su acto de amor podría haberle causado peligros por parte de los romanos o de la gente. Pero se conmovió y se abrió paso entre la muchedumbre. Pese a la popularidad de la santa, su nombre no se encuentra en el Martirologio Romano actual. Tampoco estaba en el anterior.
El velo de la Verónica ha atraído numerosos peregrinos a Roma. Parece que fue trasladado a lo largo de los siglos y se le había perdido el rastro. Sin embargo, en 1999, el jesuita alemán Heinnrich Pfeiffer, profesor de Historia del Arte de la Universidad Gregoriana (fallecido en 2001), anunció que lo había había encontrado. El lugar era el Santuario de los Frailes Menores Capuchinos en Manoppello (Italia). El Papa Benedicto XVI visitó este santuario en 2006.