Hay muchas cosas que los santos Felipe y Santiago el Menor, hijo de Alfeo, tienen en común. Fueron llamados por Jesús. Y son recordados el mismo día porque sus reliquias fueron traídas al mismo tiempo a Roma en el siglo VI, y se veneran en la basílica llamada de “De los santos apóstoles”, inicialmente dedicada a ellos.
“Sígueme” (Jn 1,43). Era el término usual de Jesús para llamar a sus discípulos. Esto dijo Jesús a Felipe, y cambió su vida. Originario de Betsaida, ya era discípulo de Juan el Bautista. San Juan narra así su vocación. “Al día siguiente, determinó Jesús salir para Galilea; encuentra a Felipe y le dice: ‘Sigueme’”.
“Ven y verás”
“Felipe era de Betsaida, ciudad de Andrés y de Pedro”, prosigue Juan. “Felipe encuentra a Natanael y le dice: ‘Aquel de quien escribieron Moisés en la ley y los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José, de Nazaret’. Natanael le replicó: ‘¿De Nazaret puede salir algo bueno?’. Felipe le contestó: ‘Ven y verás’. Pueden leer aquí el texto íntegro. Evangelizó Asia Menor, según la tradición.
El apóstol Santiago, apellidado el Menor, hijo de Alfeo, fue obispo de la primera comunidad judeo-cristiana de Jerusalén. Escribió la Carta que lleva su nombre, es el apóstol con quien Pablo convertido toma contacto, y a quien el Concilio de Jerusalén concede un papel importante en la evangelización. San Pablo le llamó ‘el hermano del Señor’, (Gálatas 1,19) un modo de designar a los parientes más cercanos de la familia. Murió mártir, probablemente por lapidación, entre los años 62 y 66.