La educación afectivo-sexual es, sin duda, uno de los mayores desafíos en la formación de niños y jóvenes. Es un ámbito difícil porque los índices de fracaso en la vivencia sana y plena de la sexualidad son altos, pero al mismo tiempo es fundamental, ya que las consecuencias de una buena o mala educación en este aspecto pueden determinar la felicidad o el sufrimiento de una persona a lo largo de su vida. Por eso, no podemos seguir ignorándolo ni dejando que sean las redes sociales o el entretenimiento quienes eduquen en este área. Es ineludible abordarlo en colegios y parroquias, lugares donde los jóvenes deberían recibir respuestas claras, profundas y ajustadas a su desarrollo, desde una perspectiva integral que abarque el cuerpo, la mente, el corazón y la dimensión espiritual.
Para lograrlo, es clave que cada vez haya más agentes formadores capacitados en este campo. Iniciativas como los programas de monitores Teen Star o Aprendamos a Amar ofrecen herramientas eficaces para acompañar a niños, adolescentes y adultos en su crecimiento afectivo y sexual.
Hace algunos años, realicé el curso de monitores de Teen Star, una formación que no solo me capacitó, sino que cambió mi manera de entender la educación afectivo-sexual. Desde entonces, no solo incorporé esta nueva mirada a mi vida personal, sino también a mis clases de Lengua y a cada conversación significativa que mantengo con jóvenes y adultos.
Hoy en día, imparto alrededor de cien sesiones al año y todas han surgido gracias al boca-oreja. ¿Cómo empezó todo? Simplemente, hablando con mis alumnos. Fueron ellos los primeros en interesarse, los que corrieron la voz y me invitaron a otros foros en los que se movían. Cuando alguien encuentra respuestas a sus inquietudes más profundas, lo comparte, y así se ha ido expandiendo esta formación que considero fundamental.
Hablar con claridad y con delicadeza
A lo largo de este camino, he descubierto que la clave para abordar la educación afectivo-sexual está en encontrar un equilibrio entre claridad y delicadeza, entre argumentación y testimonio personal. No se trata solo de dar información, sino de ayudar a comprender y vivir la propia afectividad de manera plena y auténtica.
Dar respuestas metafóricas sobre sexualidad no ayuda a los jóvenes porque, lejos de aclarar sus dudas, genera confusión y deja espacio para interpretaciones erróneas. Los cuentos de las cigüeñas pueden sonar bonitos, pero no explican con claridad la realidad del cuerpo, el significado de la entrega ni las razones profundas detrás de una vivencia plena de la afectividad y la sexualidad.
Los jóvenes necesitan respuestas directas, argumentadas y adaptadas a su nivel de comprensión, que les ayuden a tomar decisiones conscientes y libres. Cuando no encuentran estas respuestas en casa o en la escuela, las buscan en otros lugares, donde muchas veces reciben información distorsionada o ideologizada. Por eso, es fundamental hablar con ellos con verdad y sin rodeos, con un lenguaje que entiendan y que les permita ver la belleza y la responsabilidad de la sexualidad humana.
He impartido sesiones de hora y media y de hasta cinco horas. He hablado con adolescentes de bachillerato, con universitarios, con profesionales de distintos ámbitos, con solteros y casados, con sacerdotes y matrimonios, con padres de niños pequeños y con adultos mayores. Cada grupo tiene sus inquietudes, sus preguntas, sus dudas. Y en todos ellos he visto cómo, con la formación adecuada, se abren caminos de luz en medio de la confusión.
Hablar pronto
Una de las experiencias más valiosas que he vivido es la de ver cómo esta formación transforma a quienes la reciben. Me han dicho muchas veces: “Ahora lo entiendo”, “Por primera vez esto tiene sentido”, “Ahora tengo claro que quiero llegar virgen al matrimonio”. Estas palabras no vienen de personas ajenas a la fe, sino de jóvenes con una sólida formación cristiana, que simplemente nunca habían tenido una conversación clara, abierta y profunda sobre estos temas.
Y no solo los jóvenes. He visto a padres de niños de seis, siete, ocho años vencer sus miedos y atreverse a hablar con sus hijos sobre afectividad y sexualidad. Han dado el paso y, tras hacerlo, se sienten encantados con las consecuencias. Porque la educación afectivo-sexual no es una charla única ni un momento específico; es un camino que se recorre desde la infancia, con naturalidad, con verdad y con amor.
En mis sesiones con padres siempre digo que “más vale hablar un año antes que cinco minutos tarde”. Es preferible abordar los temas de afectividad y sexualidad con anticipación, en lugar de esperar a que surjan problemas o situaciones irreversibles. La educación temprana permite que los jóvenes tomen decisiones informadas y responsables, fortaleciendo su autoestima y capacidad de discernimiento.
Hablar con ellos antes de que enfrenten presiones o dudas evita que recurran a fuentes inadecuadas o tomen decisiones apresuradas sin entender sus consecuencias. En cambio, si se espera demasiado para tratar estos temas, puede ser tarde para prevenir errores dolorosos o para corregir ideas erróneas ya arraigadas. Por eso, es mejor adelantarse y acompañar el proceso de maduración con información clara, accesible y adecuada a cada etapa de la vida.
Colegios, parroquias e instituciones católicas
Hablar de afectividad y sexualidad es hablar de la vida misma. Sin embargo, durante demasiado tiempo, estos temas han sido considerados tabú en entornos educativos y religiosos, dejando a los jóvenes a merced de mensajes contradictorios, superficiales y muchas veces dañinos que reciben de su entorno, la sociedad y los medios de comunicación. De hecho, en las últimas dos décadas hemos dejado que a los jóvenes los eduque la pornografía.
Por ello, es fundamental que la formación afectivo-sexual tenga un espacio prioritario en dos instituciones clave en la vida de niños y jóvenes: los colegios y las parroquias o realidades eclesiales en las que se desenvuelven. Ambos son lugares de referencia en los que se educa no solo la mente, sino también el corazón y la conciencia, ayudando a formar personas íntegras, capaces de vivir su afectividad y sexualidad con madurez y responsabilidad.
Los jóvenes tienen preguntas, inquietudes y dudas sobre su cuerpo, sus emociones y sus relaciones. Si no encuentran respuestas en un entorno seguro y educativo, las buscarán en internet, en redes sociales o en conversaciones con sus iguales, donde la información muchas veces es incompleta, sesgada o directamente errónea. El colegio tiene la responsabilidad de ofrecer un marco adecuado para aprender sobre afectividad y sexualidad con profundidad, rigor y coherencia.
Pero no se trata solo de información biológica. Es necesario que esta formación se dé desde una perspectiva integral, que ayude a los estudiantes a entender la belleza del amor humano, el valor del compromiso y la importancia de la autodisciplina y el respeto. No basta con hablar de anatomía y prevención de riesgos; hay que hablar de dignidad, de significado, de responsabilidad y de vocación.
Además, si los colegios católicos tienen como misión educar a la luz del Evangelio, ignorar la educación afectivo-sexual es una omisión grave. La Iglesia tiene una riquísima visión sobre la sexualidad, la familia y el amor humano, que debería transmitirse con la misma naturalidad con la que se enseñan otras materias.
experto en educación afectivo-sexual