El influyente politólogo y escritor Charles Murray, conocido por su posición libertaria y su visión de desigualdad social estadounidense, acaba de publicar su nuevo libro Taking Religion Seriously (Tomando la religión en serio). Murray, licenciado en Harvard y doctorado en el MIT, emprende un viaje intelectual y personal que lo lleva desde el agnosticismo ilustrado hasta una apertura sincera a la posibilidad de Dios.
El autor, célebre por su análisis racional y sus polémicas tesis sobre la cultura occidental, admite que durante décadas se consideró un secularista convencido, pero que una serie de “empujones” —como él los llama— lo llevaron a cuestionar sus certezas materialistas.
Explica que ha tenido una vida lo suficientemente buena como para no haberse visto obligado a creer en un Dios que diera sentido a su sufrimiento: “He vivido mi vida sin alcanzar nunca la profundidad de la desesperación”, explica en un artículo publicado en The free Press y de cuyo contenido extraemos las citas de este texto
La confesión, íntima y honesta, marca el tono de un libro que mezcla filosofía, ciencia, biografía y espiritualidad. Murray reconoce que su formación lo protegió del sufrimiento profundo —y también, paradójicamente, del anhelo de lo trascendente—.
De Tailandia al pensamiento metafísico
El relato se remonta a sus años de juventud en el Cuerpo de Paz en Tailandia durante los años sesenta. Allí practicó meditación trascendental, en busca de una iluminación que nunca alcanzó. “Lo intenté, pero no funcionó. En las raras ocasiones en que me acerqué a un estado meditativo, podía sentir mi propia resistencia”.
Ese fracaso sembró en él una intuición persistente: que las personas tienen diferentes capacidades de percepción espiritual, del mismo modo que unas son más sensibles a la música o al arte. Décadas después, al ver a su esposa Catherine profundizar en el cuaquerismo, Murray pensó que “sufría un déficit perceptivo en espiritualidad”.
La esposa de Murray era una cuáquera piadosa y, según él, no creía por autoengaño, como suelen pensar los ateos. Eso lo desarmó. “Ella tenía un intelecto extraordinario… y no se autoengañaba de ninguna manera. A través de su ejemplo llegué a aceptar que yo era quien tenía un problema”.
El desmantelamiento de su catecismo secular
Murray dedica un capítulo central a desmontar lo que llama su “catecismo secular”, la serie de tres dogmas que había aceptado sin examen durante décadas:
- El concepto de un Dios personal está en desacuerdo con todo lo que la ciencia nos ha enseñado.
- Los humanos son animales… Cuando el cerebro se detiene, la conciencia también se detiene.
- Las grandes tradiciones religiosas son inventos humanos, productos del miedo a la muerte.
Ese conjunto de convicciones, afirma, constituía su zona de confort intelectual, carente de cualquier reflexión profunda. Murray no reniega de la ciencia, pero reprocha al pensamiento moderno su falta de curiosidad metafísica.
El proceso de sus dudas comenzó con pequeños empujones —reflexiones casuales, preguntas ajenas, lecturas— que acabaron minando la estructura de su escepticismo. La pregunta que lo cambió todo: “¿Por qué hay algo en lugar de nada?” “Seguramente las cosas no existen sin haber sido creadas. ¿Qué creó todo esto?”.
Reflexionando sobre esas cuestiones comprendió mejor los límites de la razón. La idea de que la existencia misma exige una causa lo llevó a aceptar que hay un “Misterio con M mayúscula” en el origen de todo. “Lo que Misterio realmente significa es que el universo fue creado por una fuerza creativa incognoscible… un concepto al que Aristóteles se refirió como el ‘motor inmóvil’. Murray confiesa que, por primera vez, ese concepto le pareció una descripción intelectualmente aceptable de Dios.
Desantropomorfizar a Dios
El siguiente paso en su evolución espiritual fue liberarse de la imagen humana de Dios. “Cualquier Dios digno de ese nombre es, al menos, tan incomprensible para un ser humano como yo lo soy para mi perro.”
La comparación sirve para expresar la distancia entre el Creador y la criatura. Su perro lo percibe parcialmente, sin comprender su esencia; del mismo modo, el ser humano solo roza el misterio divino.
Este proceso de “desantropomorfización” lo liberó de las caricaturas infantiles del Dios barbudo y paternalista, permitiéndole una fe abierta al misterio.
Un libro que interpela a los no creyentes
Taking Religion Seriously no pretende ser una obra teológica, sino una reflexión cultural y personal. Murray se dirige especialmente a los intelectuales modernos, aquellos para quienes la religión parecía un residuo del pasado. Su mensaje es claro: la fe, bien entendida, no contradice la razón; la completa.
“En el siglo XXI, es fácil mantenerse entretenido y distraído. Y eso, creo, explica mucho no solo sobre mí, sino sobre el secularismo despreocupado de nuestra época.”
Murray intenta tender un puente entre la mente moderna y la apertura a lo sobrenatural. Reconoce el escepticismo persistente en nuestra cultura, pero invita a sus lectores a reconsiderar que la búsqueda de Dios es una tarea legítima del pensamiento humano, no una huida irracional.
En tiempos en que muchos se preguntan si Occidente atraviesa un “renacimiento religioso”, Murray ofrece su respuesta personal: sí, pero debe comenzar dentro de cada alma que —como él— se atreva a mirar el vacío y descubrir que quizá ese vacío tiene la forma de Dios.