Vocazioni

Pedro Ballester. Dios sonríe desde una cama de hospital

Pedro Ballester (1996-2018) transformó su lucha contra el cáncer en un testimonio de alegría y fe, ofreciendo su dolor por los demás. A sus 21 años, dejó una herencia de santidad cotidiana que hoy lo convierte en intercesor para mucha gente.

Maria José Atienza-23 de Agosto de 2025-Tempo di lettura: 6 minuti
Pedro Ballester

Acercarse a la muerte es tarea difícil. Más aún si se trata de una persona joven, “con la vida por delante”. Nuestra sociedad parece estar siempre demandando “algo” que queda por hacer: un proyecto, un descubrimiento, un logro personal. Sin embargo, al conocer la vida de Pedro Ballester Arenas que murió a los 21 años en 2018, nadie puede pensar que fue una vida incompleta. 

No son los años los que determinan la plenitud, sino la felicidad vivida, buscada, encontrada o regalada…, la inmensa felicidad del Amor con mayúscula, que podemos experimentar con 3 meses, con 5 o con 78 años. Ese Amor, que procede de Dios, es el que vivió Pedro y el que dejó como herencia… Eso, y un gusto exquisito -aunque fuera poco frecuente su disfrute- por el buen whisky. 

Un español muy british

De padres españoles, Esperanza y Pedro, Pedro Ballester Arenas nació en Manchester, Inglaterra, el 22 de mayo de 1996. Sus padres vivían allí por el trabajo de su padre. Pedro fue el mayor de los tres hijos del matrimonio, a él se sumarían poco después Carlos y Javier. Su nacimiento y crianza en Reino Unido marcaron el carácter de Pedro que, junto a una manera de ser amable y divertida, combinaba una personalidad reflexiva y pausada. 

Ya desde pequeño, manifestó esa capacidad de reflexión y rectitud de carácter. Sin ser  “rarito”, Pedro era especialmente delicado en el cuidado de sus amigos y en mantener la palabra dada como recuerdan sus hermanos. “No entendía la deslealtad”, recuerdan sus hermanos, “mantenía su palabra. Desde jugar al tenis a seguir una vida de piedad y entrega concretas”. “Era una de esas personas sin doblez”, apunta su madre, “cuando leo el pasaje del Evangelio que habla de Natanael, me recuerda a Pedro”.

Amigo de sus amigos

Si hay algo que destaca en la intensa biografía de Pedro Ballester es su lealtad hacia sus amigos. Tuvo muchos a lo largo de su vida y con ellos tuvo detalles de cercanía constantes. “Era muy recto y no le gustaba el ‘tonteo’, de unos días soy tu amigo y otros no”, apunta su hermano Carlos. 

Cuando Pedro iba a cursar 3º de la ESO, la familia se mudó temporalmente a Mallorca, por el trabajo de su padre. Allí Pedro vivió un ambiente escolar muy distinto al de Reino Unido: una clase con menos niños, una educación más personalizada y, en general, un ambiente cristiano. 

“Un día”, recuerda su madre y hermanos, “vino riéndose sin parar del colegio”. Al parecer, al terminar de presentar un trabajo ante la clase, un compañero había acabado con la frase “Pim, pam, pum, ¡bocadillo de atún!”. A Pedro, que venía del reposado y contenido ambiente inglés, le divirtió especialmente ese final, “y muchas veces, al terminar algo, me decía ‘Mamá, Pim, pam, pum, ¡bocadillo de atún!’”, señala Esperanza. 

La vuelta a Reino Unido le costó bastante. Era una época difícil para cualquier chaval. Recuerdan sus hermanos que “en el recreo del colegio, los chicos hablaban de videojuegos. Nosotros no teníamos consola por entonces y era complicado. Pero Pedro siempre mantuvo que era mejor tener menos amigos que malos amigos. Al final del curso tenía más amigos, porque también los demás chavales habían ido madurando”. 

Por entonces, Pedro acudía a Greygarth Hall, un centro de formación cristiana para jóvenes, dirigido por el Opus Dei en Manchester. Allí tenía muchos amigos, se sentía como en casa: jugaba al fútbol, hacía funciones de teatro y películas de detectives con otros chicos y atendía a clases de formación en virtudes humanas y cristianas. 

Su madre recuerda a un chico que vivía cerca de su casa en Huddersfield, Reino Unido. Este chico, que tenía un carácter complicado, conectó mucho con Pedro y él lo invitó a participar en las actividades de un centro juvenil del Opus Dei que distaba casi una hora y media de su casa. Durante años, este chico fue en el coche con los hermanos Ballester y Esperanza, su madre. Pedro siempre fue así.  “Se volcaba con sus amigos y no tenía miedo a enfrentarse con esos amigos en tema de la fe” recuerda Javier, su hermano. “Eso fue siempre, antes y durante su enfermedad”.

Pedro Ballester
Pedro junto a sus padres y hermanos. ©Cortesía de la familia Ballester Arenas

Vocación: ser quien Dios quiere que seas

Desde muy joven, Pedro vió su vocación como miembro numerario del Opus Dei. Esto le llevó a intentar vivir una vida de piedad y de relación con Dios muy cercana.

La vocación no es cambiar de vida, como recuerda Pedro, su padre: “¿Sabes qué es la vocación? Es ser tú mismo. Ser quien Dios quiera que seas”. Dios quiso a Pedro (hijo) como numerario en el Opus Dei y en unas circunstancias concretas. Su padre apunta que “Dios le pedía a él que hiciera lo que él había pensado para él. Creo que hay reciprocidad, tanto de visión como de respuesta, muy grande. Porque Pedro era muy inteligente. Tenía una inteligencia integral, que le llevaba a tener intereses como la política internacional, pero también a entender mucho a la gente. Luego, con la enfermedad, esa capacidad de ‘entender a los demás’ se agudizó”. 

En ese marco de su vocación cristiana se entiende cómo vivió su enfermedad: desde su decisión de estar en un centro del Opus Dei hasta el cuidado de sus padres. Era feliz con su vocación y lo transmitía a los demás, hasta el final. 

Aparición de la enfermedad 

Al acabar la etapa escolar, en 2014, Pedro fue admitido en el Imperial College London, uno de los centros académicos más prestigiosos de Reino Unido, para estudiar Ingeniería química. Fue a vivir a la residencia Netherhall House, en Hampstead. Había pedido la admisión como miembro numerario del Opus Dei poco antes y, en aquella residencia, podría vivir, formarse y realizar las labores apostólicas propias de esta prelatura personal. “Estaba feliz”, recuerdan sus padres. 

A los pocos meses, en diciembre de 2014, Pedro comenzó a sentir fuertes dolores de espalda. Tras unas revisiones médicas, le diagnosticaron un cáncer avanzado de pelvis. Con este diagnóstico regresó a Manchester para poder recibir el tratamiento y estar más cerca de su familia.

Comenzó su tratamiento médico en enero de 2015 en el Hospital Christie de Manchester. Entre mayo y julio de ese año fue a Heidelberg, Alemania, para recibir un tratamiento novedoso. La enfermedad pareció remitir y, en noviembre de ese año, Pedro pudo cumplir uno de sus sueños: viajar con su familia a Roma y saludar al Papa Francesco

A pesar de esta ligera mejoría, la enfermedad volvió a aparecer y Pedro volvió a la vida de ingresos hospitalarios y sesiones de quimioterapia en el hospital. Durante este tiempo, si algo fue característico de Pedro, fue su alegría y el ofrecimiento a Dios de sus dolores, que eran muchos. Hablaba con frecuencia con amigos, estudiantes del Imperial College como él, residentes de Greygarth… Aquí se puso de manifiesto esa lealtad y esa madurez que ya era característica de Pedro desde sus primeros años.

Todos podemos ser santos 

“Pedro nos ha enseñado que todos podemos llegar al cielo y todos podemos ser santos” afirma su hermano Carlos, “no es que Pedro levitara, porque era normal, era muy normal, pero si tú sigues a Dios, le dices que sí todos los días, le ofreces el sufrimiento, pues llegas a ser un ‘crack’ y ayudas a miles de personas”. 

Muchas veces escuchamos que hay que vivir lo ordinario de manera extraordinaria, “Pedro hizo al revés”, continúa su hermano, “vivió lo extraordinario de manera muy ordinaria. En la enfermedad, por ejemplo, sufrió mucho, pero muchas personas no lo supieron, no lo veían en ese momento, por la manera que él se ocupaba de los demás. Te preguntaba a ti cómo estabas, o a la enfermera que venía a la habitación. Lo que hizo Pedro fue querer a la gente, sólo eso”, y quizás eso fue lo más extraordinario que hizo Pedro en una sociedad individualista y desvinculada como la nuestra. 

Durante sus estancias en el hospital, el cuarto de Pedro se convirtió en una especie de lugar de paz. Las enfermeras, familiares de otros enfermos y otros internos, lo visitaban, le contaban sus problemas… “Las enfermeras nos decían que les daba paz hablar con él y le contaban sus historias, las cosas que les preocupaban, cosas que les ocurrían en su matrimonio… Y Pedro las escuchaba siempre, sonreía y rezaba”. 

Pedro con varios amigos ©Reinhard Bakes

La vida con Dios es bonita

Los últimos años de Pedro Ballester pasaron entre su casa, el Christie Hospital y Greygarth Hall. De hecho, su familia vivió allí, en Greygarth, durante las Navidades de 2017.  “Fue muy bonito y muy natural”, recuerda Esperanza, “aunque vivíamos cerca de Greygarth, íbamos y veníamos todo el tiempo. En Navidad el director nos animó a ocupar las habitaciones libres de algunos estudiantes y pasamos esos días allí».

Pedro sabía que su familia era el Opus Dei y quería pasar sus últimos días en un centro. Aquella habitación era una fiesta: los residentes subían a estar con Pedro, sus padres… Las veces que pudo, incluso quiso disfrutar de un sorbo de whisky. 

“Ahí se vivía en una familia” afirma Carlos, el hermano de Pedro, “la vida con Dios es muy bonita. Y eso es lo que pasaba con Pedrito y en aquel cuarto, o en casa. En el hospital las enfermeras decían ‘yo quiero ser de esta familia’. En eso tuvieron mucho que ver mi padre y mi madre, que siempre abrieron las puertas a todo el mundo”. 

Esperanza recuerda que “uno de los residentes apenas hablaba cuando iba a ver a Pedro, se ponía en la esquina y simplemente disfrutaba del ambiente. ¿Y cuál era el ambiente? El amor de Dios que se veía. En la familia aceptamos el sufrimiento de Pedrito y dejábamos hacer a Dios y ya está. Si metíamos la pata pues no pasaba nada. Un día le dije: ‘Mira Pedrito, el año que viene podemos hacer esto. Entonces, a él se le cristalizó un poquito el ojo porque sabía que iba a morir, que no iba a tener año que viene. Pues ya está. Cuando tienes una situación así no puedes estar pensando ‘tenía que haber di-cho esto, tenía que haber hecho esto…’ Olvídate, meter la pata es parte de la vida”. 

Cara a cara con Dios

El 13 de enero de 2018, tres años después de que le dieran el diagnóstico de cáncer, Pedro murió en Greygarth, rodeado de sus padres, otros miembros del Opus Dei y algunos otros residentes. Su funeral reunió a cientos de personas en el templo del Santo Nombre de Manchester.

Poco después, cuenta su madre, “empezamos a recibir cartas y testimonios de personas que habían conocido la vida de Pedro y que le encomendaban asuntos de familia, enfermedades”. Son muchas las personas, especialmente jóvenes, para los que la vida de Pedro Ballester es un ejemplo y ven en él un intercesor ante Dios. 

Pedro se suma a nombres como los de Chiara Corbella, Carlo Acutis, Montse Grases o Marcelo Câmara. Jóvenes de hoy que buscaron y encontraron a Dios en medio de sus circunstancias cotidianas y que son, para todos, un ejemplo cercano y natural de la vida cristiana.

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