¿Por qué necesitamos dejarnos curar y contribuir a curar a los demás? Porque somos vulnerables. Sólo quien carece de experiencia o de conocimiento de sí mismo y de los otros puede desconocer esta necesidad. Las catequesis del Papa León XIV este verano se han centrado en algunos milagros de diferentes curaciones de Jesús en el Evangelio.
Bartimeo: levantarse ante Jesús que pasa y llama
En su camino a Jerusalén, Jesús se encuentra con Bartimeo, un ciego y mendigo (cfr. Audiencia general, 11-VI-2025). Su nombre significa hijo de Timeo, pero también hijo del honor o de la admiración, lo que nos sugiere que “Bartimeo –por su dramática situación, su soledad y su actitud inmóvil, como observa san Agustín– no consigue vivir lo que está llamado a ser".
Sentado al borde del camino, Bartimeo necesita que alguien lo levante y lo ayude a salir de su situación y seguir caminando. Y para ello hace lo que sabe hacer: pedir y gritar. Es una lección para nosotros. “Si realmente deseas algo –nos propone el Papa–, haz todo lo posible por conseguirlo, incluso cuando los demás te reprenden, te humillan y te dicen que lo dejes. Si realmente lo deseas, ¡sigue gritando!"
De hecho, el grito de Bartimeo, “¡Hijo de David, Jesús, ten piedad de mí!” (Mc 10, 47)– se ha convertido en una oración muy conocida en la tradición oriental, que también nosotros podemos utilizar: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, que soy pecador”.
Bartimeo es ciego, pero, paradójicamente, ve mejor que los demás y reconoce quién es Jesús. Ante su grito, Jesús se detiene y lo llama; “perché -osserva il successore di Pietro. no hay ningún grito que Dios no escuche, incluso cuando no somos conscientes de dirigirnos a Él".
Arrojar el manto
Curiosamente, Jesús no se le acerca de inmediato, sino que, para reactivar la vida de Bartimeo, “lo empuja a levantarse, confía en su posibilidad de caminar. Ese hombre puede ponerse de pie, puede resucitar de sus situaciones de muerte”. Él es capaz de hacerlo, pero debe primero arrojar su manto.
Esto significa, señala el Papa, que Bartimeo debe dejar su seguridad, su casa, su prenda defensiva (que incluso la ley reconocía, cfr. Ex 22, 25), y presentarse ante Jesús con toda su vulnerabilidad.“Muchas veces lo que nos bloquea son precisamente nuestras aparentes seguridades, lo que nos hemos puesto para defendernos y que, en cambio, nos impide caminar”.
Es de notar que Jesús le pregunte lo que podría parecer obvio: “¿Qué quieres que haga por ti?”. Porque a veces no queremos curarnos de nuestras enfermedades: preferimos quedarnos quietos para no asumir responsabilidades.
"Bartimeo no solo quiere volver a ver, ¡también quiere recuperar su dignidad! Para mirar hacia arriba, hay que levantar la cabeza. A veces las personas se bloquean porque la vida las ha humillado y solo desean recuperar su propio valor".
En cualquier caso, “lo que salva a Bartimeo, y a cada uno de nosotros, es la fe”. Al curar a Bartimeo, Jesús le devuelve su libertad de movimientos, sin pedirle que le siga. Pero Bartimeo elige libremente seguir a Jesús, que es el Camino.
El paralítico de la piscina: protagonizar la verdadera vida
En otra ocasión Jesús se encuentra, cerca de la puerta del templo, con un hombre que llevaba mucho tiempo (treinta y ocho años) paralítico, en espera de ser curado por las aguas de una piscina llamada Betzatá (“casa de la misericordia”), considerada taumatúrgica (cfr. Audiencia general, 18-VI-2025).
Observa el Papa León que esa piscina “podría ser una imagen de la Iglesia, en donde los enfermos y los pobres se juntan y hasta donde el Señor llega para sanar y donar esperanza".
Aquel hombre ya está resignado, porque no logra sumergirse en la piscina cuando el agua se agita (cfr v. 7) y otros se le adelantan y son curados. “En efecto, aquello que muchas veces nos paraliza es precisamente la desilusión. Nos sentimos desanimados y corremos el riesgo de caer en la dejadez".
Nuestra vida está en nuestras manos
También Jesús se dirige a este paralítico con una pregunta que puede parecer superficial: “¿Quieres curarte?”. Una pregunta necesaria porque podría faltar la voluntad de sanarse. Esto también se aplica a nosotros: “A veces preferimos permanecer en condición de enfermos, obligando a los otros a ocuparse de nosotros. Es a veces también un pretexto para no decidir qué hacer con nuestra vida".
Jesús le ayuda a descubrir que su vida también está en sus manos. Le invita a levantarse, a alzarse de su situación crónica, y a recoger su camilla. Ese camastro representa su pasado de enfermedad, su historia, que le ha llevado a yacer como un muerto. “Ahora –observa el Papa León– puede cargar aquella camilla y llevarla a donde quiera: ¡puede decidir qué hacer con su historia! Se trata de caminar, asumiendo la responsabilidad de escoger qué camino recorrer”. ¡Y esto gracias a Jesús!
La mujer hemorroísa y la hija de Jairo: sustituir el temor por la fe
Al introducir su catequesis sobre la hemorroisa y la hija de Jairo, señaló León XIV que en Cristo “hay una fuerza que nosotros también podemos experimentar cuando entramos en relación con su Persona” (Audiencia general, 25-VI-2025).
Comenzó observando el cansancio de vivir que nos puede amenazar en nuestra realidad compleja, y que puede llevarnos a apagarnos, adormecernos e incluso sentirnos bloqueados por el juicio de quienes pretenden colocar etiquetas a los demás.
Algo así aparece en el pasaje del Evangelio donde se entrelazan las historias de la hija de Jairo (una niña de doce años a punto de morir) y una mujer con pérdidas de sangre que busca a Jesús para sanarse (cfr. Mc 5, 21-43).
El Papa se fija en “el padre de la muchacha: él no se queda en casa lamentándose por la enfermedad de la hija, sino que sale y pide ayuda”. Aunque es el jefe de la sinagoga, no se impone, no pierde la paciencia y espera;y cuando le vienen a decir que su hija ha muerto y es inútil molestar al Maestro, sigue teniendo fe y continúa esperando.
Su coloquio con Jesús es interrumpido por la mujer que padecía flujo de sangre, que logra acercarse a Jesús y tocar su manto (v. 27). “Con gran valentía –considera León XIV– esta mujer ha tomado la decisión que cambia su vida: todos seguían diciéndole que permanezca a distancia, que no se deje ver. La habían condenado a quedarse escondida y aislada". Esto nos puede pasar a nosotros: “A veces también nosotros podemos ser víctimas del juicio de los demás, que pretenden colocarnos un vestido que no es el nuestro. Y entonces estamos mal y no logramos salir de eso".
Decidirse a buscar a Jesús
Pero aquella mujer reúne en sí misma la fuerza para buscar a Jesús, al menos para que toque sus vestidos. Aunque alrededor del Maestro había una muchedumbre que le apretujaba, solo ella se curó, por su fe, como observa san Agustín: “La multitud apretuja, la fe toca”.
Así sucede con nuestra fe, sostiene el Papa: “Cada vez que realizamos un acto de fe dirigido a Jesús, se establece un contacto con Él e inmediatamente su gracia sale de Él. A veces no nos damos cuenta, pero de una forma secreta y real la gracia nos alcanza y lentamente transforma la vida desde dentro".
Cuando el padre de la niña recibe la noticia de que había muerto, Jesús le dice: “¡No temas, basta que creas!”. Al llegar a la casa, en medio de la gente que lloraba y gritaba, Jesús afirma: “La niña no está muerta, sino que duerme” (v. 39). Entra donde está la niña, le toma la mano y le dice: Talitá kum, “¡Niña, levántate!”. La muchacha se levanta y se pone a caminar.
Ante este gran milagro, señala León XIV: “Aquel gesto de Jesús nos muestra que Él no solo sana toda enfermedad, sino que también despierta de la muerte. Para Dios, que es Vida eterna, la muerte del cuerpo es como un sueño. La muerte verdadera es aquella del alma: ¡de esta debemos tener miedo!".
Finalmente, el Papa se fija en que Jesús dice a los padres de la niña que le den de comer: “una señal concreta de la cercanía de Jesús a nuestra humanidad”. Por eso también nosotros hemos de dar alimento espiritual a tantos muchachos que están en crisis. Pero para esto es necesario que nosotros nos alimentemos del Evangelio.
Curación del sordomudo: dejarse “abrir” por Jesús y comunicarse con los demás
El Papa introduce una cuarta predicación (cfr. Audiencia general 30-VII-2025) sobre las curaciones de Jesús mirando a nuestro mundo, atravesado por un clima de violencia y odio, que se opone a la dignidad humana. La “bulimia” de la hiperconexión y del bombardeo de imágenes, a veces falsas o distorsionadas, nos arrolla y puede someternos a una tormenta de emociones contradictorias.
En este escenario, quizá tengamos el deseo de apagar todo contacto y encerrarnos en el silencio: “la tentación de encerrarnos en el silencio, en una incomunicación en la que, por muy cercanos que estemos, ya no somos capaces de decirnos las cosas más simples y profundas"
El Evangelio de Marcos presenta a un hombre que no habla nioye (cfr. Mc 7, 31-37). Y León XIV se vuelve de nuevo hacia nosotros: “Precisamente como nos podría pasar a nosotros hoy, este hombre quizá decidió no hablar más porque no se sentía comprendido, y apagar toda voz porque se sentía decepcionado y herido por lo que había oído".
Continúa el Papa: “De hecho, no es él quien acude a Jesús para ser sanado, sino que lo llevan otras personas.Se podría pensar que quienes lo conducen al Maestro son los que están preocupados por su aislamiento”. Y añade que la comunidad cristiana ha visto en estas personas también “la imagen de la Iglesia, que acompaña a cada ser humano hasta Jesús para que escuche su palabra”. Además, observa que el episodiotiene lugar en un territorio pagano, lo que sugiere un contexto en el que otras voces tienden a cubrir la voz de Dios.
Como en otras ocasiones, el comportamiento de Jesús puede parecer extraño al principio, pues toma consigo a esta persona y la lleva aparte, con lo que parece acentuar su aislamiento. “Pero, -Il Papa osserva mirándolo bien, este gesto nos ayuda a comprender lo que se esconde detrás del silencio y la cerrazón de este hombre, como si (Jesús) hubiera captado su necesidad de intimidad y cercanía".
Acercarse al que está aislado
El maestro le ofrece ante todo una proximidad silenciosa, a través de gestos que hablan de un encuentro profundo: le toca los oídos y la lengua; no usa muchas palabras, sino que le dice solo: “¡Ábrete!” (en arameo, efatà).
Observa León XIV: “Es como si Jesús le dijera: ‘¡Ábrete a este mundo que te asusta! ¡Ábrete a las relaciones que te han decepcionado! ¡Ábrete a la vida que has renunciado a afrontar!’”, porque cerrarse en uno mismo nunca es la solución.
Un detalle final: tras el encuentro con Jesús, esa persona no solo vuelve a hablar, sino que lo hace “normalmente”. Esto puede sugerir, dice el Papa, algo sobre los motivos de su silencio: quizá se sintió inadecuado, malinterpretado o incomprendido.
Así nosotros:“Todos experimentamos que se nos malinterpreta y que no nos sentimos comprendidos. Todos necesitamos pedirle al Señor que sane nuestra forma de comunicarnos, no solo para ser más eficaces, sino también para evitar herir a los demás con nuestras palabras".
Además, Jesús le prohíbe contar lo que le ha sucedido, como para indicar que para dar testimonio de Él, debe recorrer aún cierto camino.“Para conocer verdaderamente a Jesús hay que recorrer un camino, hay que estar con Él y atravesar también su Pasión. Cuando lo hayamos visto humillado y sufriendo, cuando experimentemos el poder salvífico de su Cruz, entonces podremos decir que lo hemos conocido verdaderamente. No hay atajos para convertirse en discípulos de Jesús".