Agilización de los procesos de nulidad, no precipitación
El 8 de diciembre ha entrado en vigor la reforma del proceso canónico para las causas de nulidad matrimonial. Se trata de una reforma jurídica y pastoral de largo alcance, que sigue teniendo como fin buscar la justicia y la verdad.
9 de enero de 2016·Tiempo de lectura: 3minutos
El Papa Francisco, conocido ya como el Papa de la misericordia, ha dado recientemente una ley que reforma el proceso canónico que ha de seguirse en las causas sobre la nulidad del matrimonio. Esta nueva normativa se contiene, para la Iglesia latina, en el motu proprio Mitis Iudex Dominus Iesus, que ha entrado en vigor el 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción de María y día de comienzo del Año de la Misericordia.
La coincidencia de fechas no es casualidad; por el contrario, es muy significativo que esta novedosa regulación, muy querida por el Papa, haya nacido en el contexto de la convocatoria del Jubileo extraordinario de la Misericordia y de una celebración mariana.
A nadie se le escapa que el Tribunal eclesiástico, donde deben tramitarse las causas para la declaración de nulidad del matrimonio canónico, ha de ser un lugar de acogida maternal y misericordiosa de aquellos hermanos que han sufrido el dolor de un fracaso matrimonial.
Por ello, la nueva ley nace, sin duda alguna, con una fuerte vocación de servicio pastoral en favor de los fieles que pasan por estas dificultades y también de sus familias, que sufren con ellos. Así se deduce de la reflexión hecha por los obispos en el reciente Sínodo extraordinario sobre la familia convocado por el Papa en octubre de 2014, donde se elevaron voces altas y claras para que el proceso de declaración de nulidad fuese “más rápido y más accesible” para todos los fieles.
En este sentido, en el informe final de la posterior Asamblea general ordinaria del Sínodo, celebrada en octubre de 2015, se recoge la obligación de los pastores de informar a los fieles que han tenido una experiencia matrimonial fallida sobre la posibilidad de iniciar el proceso para la declaración de nulidad, con especial preocupación por aquellos que han celebrado ya una nueva unión o una nueva convivencia. De este modo, podemos decir que el Sínodo ha querido facilitar el acceso de los fieles a la justicia eclesiástica.
El principal reto es, pues, acortar la distancia entre la justicia de la Iglesia y el fiel necesitado de ella. La caridad exige, además, una razonable celeridad, porque una justicia lenta no es justicia, es injusta, ya que genera en el fiel un sentimiento de abandono y de desesperanza que le aleja de la Iglesia y le aboca a tomar caminos no siempre deseados ni mucho menos buscados.
Nadie fracasa en su matrimonio por gusto, es evidente, así como también lo es que no todo matrimonio fracasado esconde un matrimonio nulo, pero en todo caso los fieles tienen derecho a que la Iglesia se pronuncie sobre su validez y dé paz a sus conciencias. De ahí que la reforma incida en la necesidad de que la información sobre la posibilidad de iniciar una causa para la declaración de nulidad de su matrimonio llegue a todos los fieles; en que éstos se sientan apoyados y acompañado; en que la dificultad del proceso sea aliviada por la simplificación de los trámites y por una mayor preparación de los operadores de los tribunales, con mayor cabida para los laicos; y en que, finalmente, los medios económicos de cada cual no sean un obstáculo.
Evidentemente se corre el riesgo de que la opinión pública confunda la agilización de los procesos con su precipitación, o el hacer más breve el proceso con favorecer la nulidad de los matrimonios. Habrá que explicarlo bien. También hay que hacer entender que se debe diferenciar lo que hace la Iglesia, que es declarar que un matrimonio fue nulo si el juez constata, con certeza moral, la inexistencia del vínculo, y lo que no hace la Iglesia, que es anular un matrimonio válido.
Es evidente en este sentido que la declaración de nulidad de un matrimonio no podrá ser jamás entendida como una facultad, es decir, como una decisión que depende de la voluntad de la autoridad eclesial. La declaración de nulidad consiste, como su mismo nombre indica, en declarar el hecho de la nulidad, si se dio, y no en constituirla. Precisamente, para acallar erróneas interpretaciones al respecto, que ya surgieron durante la celebración del mencionado Sínodo extraordinario sobre la familia, el Papa dijo claramente al final de la asamblea que ninguna intervención del Sínodo había puesto en duda las verdades reveladas sobre el matrimonio: la indisolubilidad, la unidad, la fidelidad y la apertura a la vida.
La reforma es ciertamente de largo alcance, jurídico y pastoral, y no arriesgando mucho puede decirse incluso que no tiene precedentes, pero ha de afirmarse sin dudarlo que el fin del proceso canónico sigue siendo el mismo –la salvación de las almas y la tutela de la unidad en la fe y en la disciplina con respecto al matrimonio– y que no han variado los referidos principios que lo sustentan, ni la intención de buscar la justicia y la verdad.
Esperamos, pues, que uno de los primeros frutos de esta reforma procesal sea que los fieles conozcan y, por tanto, confíen en la justicia de la Iglesia, y que la Iglesia se haga consciente a su vez de que la administración de justicia es un verdadero instrumento pastoral que Dios ha puesto en sus manos y que, por tanto, no puede reducirse a complicadas e inasequibles estructuras burocráticas, sino que ha de llegar y estar al alcance de todos los fieles.
Marie-Joseph Le Guillou es un teólogo muy completo. Trabajó en los grandes campos de la teología del siglo XX: eclesiología, ecumenismo, teología del Concilio y teología del misterio; y reaccionó con lucidez ante la crisis posconciliar.
Juan Luis Lorda·5 de enero de 2016·Tiempo de lectura: 7minutos
Marcel Le Guillou nació el 25 de diciembre de 1920 en Servel, pueblecito de Bretaña (Francia), hoy incorporado al municipio de Lannion. Su padre era suboficial de intendencia de la marina (furriel) y su madre servía de costurera por las granjas del entorno. Fue un estudiante brillante (salvo en gimnasia), y ganó una beca para los estudios secundarios. Cuando la familia se trasladó a París, pudo acceder al famoso Lycée Henri IV de esa ciudad, y prepararse para la École Normale Supérieure, centro top del sistema educativo francés. Es fruto, por tanto, del premio al mérito, que es una de las mejores cosas de la República francesa.
Con la guerra y la ocupación alemana (1939), comenzó a dar clases en el seminario menor de Lannion, donde estudiaba su hermano pequeño. Y allí se gestó su vocación, que atribuye, sobre todo, a la piedad de su madre. Decide hacerse dominico. Su padre quiere que termine la carrera, y obtiene la licenciatura de Letras clásicas (gramática y filología). En 1941 comienza a estudiar teología en Le Saulchoir, famosa facultad de los dominicos en París. Allí obtiene la licenciatura de filosofía en 1945 y la de teología en 1949; y enseña Teología moral.
Vocación y trabajos ecuménicos
Desde el primer curso en Le Saulchoir, había asistido junto con Yves Congar a reuniones con teólogos y pensadores ortodoxos. Le interesa muchísimo. Por ese motivo, sin dejar Le Saulchoir, se incorpora (1952) a un instituto que desde 1920 promovían los dominicos, y que se renueva entonces con el nombre de “Centro Istina”. El centro renueva también su revista sobre Rusia y cristiandad (Russie et chrétienté) y le pone el mismo nombre (1954). Probablemente Istina es la revista católica más conocida sobre la teología y espiritualidad oriental (cristiana). Le Guillou colabora con entusiasmo mientras prepara su tesis doctoral en teología, que será al mismo tiempo, de eclesiología y ecumenismo.
En la primera parte estudia la historia del movimiento ecuménico en el ámbito protestante, y las posiciones ortodoxas, hasta la constitución del Consejo Ecuménico de las Iglesias. Le interesan la génesis de ese esfuerzo y la naturaleza teológica de los problemas que surgen. En la segunda parte, estudia la historia de las divisiones y de las controversias confesionales hasta el inicio del diálogo. La Iglesia católica ha debatido para conservar su identidad, pero también pertenece a su identidad y a su misión intentar reconciliar las divisiones. Es preciso estudiar cómo se ha entendido la Iglesia a sí misma en este sentido en la historia. En ese contexto, destaca noción la comunión, que será una de las clave de la eclesiología conciliar.
Tras el Concilio, el término “comunión” será el más usado para definir la Iglesia y como forma de compendiar lo que dice el número 1 de Lumen Gentium: “La Iglesia es en Cristo, como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano”. Pero entonces no era así. Ese término, que tiene un valor canónico, teológico y espiritual, se pone en primer plano como consecuencia del diálogo ecuménico. Le Guillou es uno de los que contribuyen a difundirlo. Obtiene el doctorado (1958) y la tesis se publica en dos volúmenes: Misión y unidad. Las exigencias de la comunión (1960).
Desde 1952, enseña teología oriental en Le Saulchoir, y en 1957 pasa varios meses en el monte Athos, república monástica ortodoxa en Grecia. Allí se hace querer y contempla la ortodoxia en vivo. Todo esto le permite publicar un pequeño libro El espíritu de la Ortodoxia griega y rusa (1961) en una interesante colección de pequeños ensayos (Enciclopedia del católico del siglo XX), traducida al castellano por Casal i Vall (Andorra). El libro, breve y acertado, gustó a los teólogos ortodoxos de París, que se reconocieron en él. Todavía es muy útil (como otros títulos de aquella sorprendente “enciclopedia”).
La teología del misterio y el rostro del resucitado
A Le Guillou le llegan por un lado los ecos de la renovación teológica litúrgica y bíblica; y por otro, el contacto con la ortodoxia. Esto le impulsa a hacer una teología que refleje mejor el sentido del misterio revelado en la Escritura, celebrado en la Liturgia y vivido por cada cristiano. Emprende entonces un gran ensayo de síntesis Cristo y la Iglesia. Teología del Misterio (1963), donde, partiendo de San Pablo, hace un largo recorrido histórico sobre la categoría de “misterio”, para terminar con el misterio en Santo Tomás de Aquino. La verdadera teología no es especulación, es parte de la vida cristiana.
Son años emocionantes. Sigue con interés el desarrollo del Concilio Vaticano II, y asiste como asesor de algunos obispos. Además, da numerosas conferencias. El trabajo de síntesis que acababa de hacer sobre el misterio cristiano le permite contemplar la teología del Concilio con una gran unidad, y prepara un ensayo de conjunto: El rostro del resucitado (1968). El subtítulo refleja lo que piensa: Grandeza profética, espiritual y doctrinal, pastoral y misionera del Concilio Vaticano II. Para Le Guillou, Cristo es el rostro de Dios en el mundo; y la Iglesia lo hace presente; transparentar el rostro de Cristo es un reto y una exigencia para cada cristiano. Todo lo que ha dicho el Concilio se inserta allí.
Años difíciles
Con todo, algo no marcha. Durante el mismo Concilio, observa que hay quien se lo apropia invocando un “espíritu del Concilio”, que va a acabar sustituyendo a la experiencia eclesial y a la misma letra del Concilio. Le disgustan también las celebraciones interconfesionales, donde no se respeta la identidad de la liturgia recibida. Observa la tonalidad fuertemente política e ideológica de algunos. Y con Olivier Clément (teólogo ortodoxo) y Juan Bosch (dominico) escribe Evangelio y revolución (1968).
La “revolución” callejera y estudiantil del 68 viene seguida de la contestación eclesiástica a la encíclica de Pablo VI Humanae vitae; y al disenso teológico europeo se añade la tendencia revolucionaria latinoamericana. Pero el misterio de Cristo no es el de un revolucionario sino el del “Siervo sufriente”: por eso, con cierto tono poético, reivindica la figura de Cristo en El inocente (Celui qui vient d’ailleurs, l’Innocent): la revolución salvadora de Cristo es su muerte y su resurrección. Se apoya en testimonios literarios para mostrar las intuiciones de la salvación (empezando por Dostoievsky), y recorre la Escritura para rescatar la figura de un salvador que ha encarnado la enorme paradoja de las bienaventuranzas.
Urgencias teológicas
En 1969, Pablo VI le incluye en la Comisión Teológica Internacional que acaba de crear. Esto le permite departir con grandes amigos (De Lubac), aunque alguno le sorprende (Rahner). Además le obliga a estar enterado de todos los temas debatidos. A él, que había alcanzado una visión sintética, se le hace patente que está irrumpiendo una transformación del misterio cristiano. Lo ve como una nueva gnosis, una profunda contaminación ideológica.
Y lo siente especialmente, cuando es llamado a preparar el sínodo de los obispos de 1971, dedicado al sacerdocio. Trabaja incansablemente en la preparación de los documentos, hasta dañarse la salud. Y sale convencido de que es necesario contrarrestar la nueva gnosis. Intenta poner en marcha una revista (Adventus) que sirva de contrapeso a Concilium, a la que también había pertenecido, pero se tropieza con la resistencia de los alemanes (von Balthasar) y se pliega. Después, tiene la generosidad de sumarse a la edición francesa de la revista Communio, promovida entre otros por Von Balthasar.
Escribe un apasionado ensayo El misterio del Padre. Fe de los apóstoles, Gnosis actuales (1973). Allí, por un lado, presenta el misterio cristiano como había hecho en El Inocente; y por otro, discierne el carácter ideológico de muchas desviaciones, especialmente las que proceden de la contaminación marxista. Frente a hermenéuticas que disuelven la fe reafirma la “hermenéutica del testimonio cristiano”, presentada por los Padres y los teólogos cristianos (aunque simpatiza poco con la soteriología de San Anselmo). Está seguro de que va a escandalizar, pero más bien queda orillado, porque se considera de mal gusto mencionar que la situación es mala. Todo esto se refleja en sus diarios y anotaciones; en parte publicados (Flashes sur la vie du Père M.J. Le Guillou, 2000).
Espiritualidad
Sin abdicar de ese esfuerzo titánico, no abandona lo ordinario, que para él es la predicación. Desde que se hizo dominico ha tomado conciencia de que su vocación es predicar. Lo menciona muchas veces en sus notas. Da numerosos cursos y empieza a atender a la comunidad de benedictinas del Sacre Coeur de Montmartre. Entre otras cosas, hay que notar un ciclo completo de predicaciones para el año litúrgico (ciclos A, B y C), que también se ha traducido al castellano.
Entiende que la fuerza de la Iglesia es la espiritualidad y que la situación no puede arreglarse sólo en el plano doctrinal o disciplinar. Por eso escribe Los testigos están entre nosotros. La experiencia de Dios en el Espíritu Santo (1976), en la línea de la “hermenéutica del testimonio” de que había hablado. Recorre la Escritura para mostrar que con el Espíritu Santo se nos abre el corazón del Padre, su amor y su verdad: atestiguado por los Apóstoles y los mártires y los santos; experimentado en la Iglesia como fuente de agua viva y ley del amor e impulso de caridad y de discernimiento de espíritus. A veces, se considera este libro junto con el de El Misterio del Padre y El inocente como una trilogía trinitaria.
Últimos años
Desde 1974, con sólo 54 años, se le ha manifestado una enfermedad degenerativa (Parkinson), menos conocida entonces que ahora, que le va limitando poco a poco. Se intensifica entonces su relación con las benedictinas del Sacre-Coeur, a quienes predica y redacta sus constituciones. Con el permiso de sus superiores, se retira finalmente a una de sus casas (Prieuré de Béthanie). Así tiene la fortuna de que su archivo y su documentación quede perfectamente guardada.
Y se crea una asociación de amigos. Con su ayuda, se han podido publicar póstumamente muchos textos de carácter espiritual que tenía guardados. El profesor Gabriel Richi, de la Facultad de teología de San Dámaso, ha puesto en orden ese archivo; y se ha ocupado de la reciente edición castellana de muchas de sus obras. A los prólogos de esos libros y a otros de sus estudios hay que agradecer muchos datos que aquí se recogen.
• El rostro del resucitado. 423 páginas. Encuentro, 2015. Le Guillou ofrece un ejemplo de la hermenéutica de la renovación planteada por Benedicto XVI.
• El inocente. 310 páginas. Montecarmelo, 2005. Presenta el misterio de Cristo: su revolución es su muerte y resurrección.
• Tu palabra es el amor. 232 páginas. BAC 2015. Meditaciones y homilías para el circo C, tomando el misterio de Dios como punto de partida.
Con el comienzo del Jubileo, el Papa abrió la Puerta Santa de la basílica de San Pedro y destaca son los bajos números de participación.
5 de enero de 2016·Tiempo de lectura: 2minutos
Hace unas semanas que Francisco abrió la Puerta Santa de la basílica de San Pedro y uno de los temas que más aparecen en la prensa son los números sobre la (supuesta) poca participación. Es importante hablar de los datos reales, y no crear leyendas: en la ceremonia del día 8 de diciembre participaron 50.000 personas. No fue un eco “masivo”, como hace algunos años. La sensación en el ambiente mediático es la de un “flop”, porque no se han cumplido las previsiones.
Una primera pregunta es: ¿quién hizo esas previsiones, y cómo? Después del sorpresivo anuncio del Papa Francisco en marzo, empezaron las especulaciones sobre los datos: “millones de peregrinos”, Roma “invadida” por fieles de todo el mundo, el riesgo de un desastre organizativo por falta de tiempo… Es decir: la gran expectativa ha sido sobre todo debida a especulaciones, tal vez sin fundamento. Un segundo elemento es lo ocurrido el 13 de noviembre en París, y sus consecuencias en la vida cotidiana alrededor del Vaticano y de las otras basílicas: el miedo a ataques terroristas ha representado una razón para no viajar a Roma. El multiplicarse de controles de seguridad es ahora una dificultad que ralentiza el curso normal de una peregrinación religiosa.
Pero el elemento mas importante es la masiva difusión que el Papa quiso sea el rostro fundamental de este Jubileo: en cada diócesis y santuario se han abierto Puertas Santas: no es necesario ir a Roma para vivir en plenitud el Año Santo. Y por eso Francisco ha querido limitar los “eventos” romanos. El balance final del Jubileo no se hará a partir de los números de los que han pasado por la Puerta de la basílica de San Pedro. Se hará con los números escondidos de los que han vivido este Año de la Misericordia acercándose al confesionario. Y estos, gracias a Dios, no son datos mediáticos; pero son bien conocidos en el Cielo.
“En cuestiones económicas, la Iglesia debe dar buen ejemplo”
“En las cuestiones económicas, la Iglesia debe dar buen ejemplo”. En más de una ocasión el Papa Francisco ha explicado así por qué uno de los aspectos prioritarios de la reforma de la organización de la Curia Romana se refiere a la correcta gestión del patrimonio económico y financiero de la Santa Sede
“En las cuestiones económicas, la Iglesia debe dar buen ejemplo”. En más de una ocasión el Papa Francisco ha explicado así por qué uno de los aspectos prioritarios de la reforma de la organización de la Curia Romana se refiere a la correcta gestión del patrimonio económico y financiero de la Santa Sede, sobre todo en esta época caracterizada por una fuerte crisis financiera y por una evidente degradación moral. Olvidarlo afectaría a la confianza de las personas, y obstaculizaría la misión misma de la Iglesia, que no puede prescindir de los recursos económicos para poder anunciar el Evangelio “hasta los confines del mundo”.
No es casualidad que una de las primeras comisiones instituidas a pocos meses de la elección de Francisco fuera precisamente la encargada de analizar la estructura económico-administrativa de la Santa Sede, llamada en italiano con el acrónimo COSEA. Compuesta en su casi totalidad por laicos y expertos de varios países, ha tenido la tarea –sirviéndose también de consultorías externas– de estudiar en profundidad los departamentos económicos del Vaticano y hacer propuestas para la racionalización de su actividad.
De esta comisión nacieron después una Secretaría para la Economía, hoy dirigida por el Cardenal George Pell, y un Consejo para la Economía, confiado al cardenal Reinhard Marx. Una de las “reformas” más evidentes que han resultado del nacimiento de estos dos organismos consiste, por ejemplo, en la elaboración por parte de cada uno de los organismos administrativos de la Santa Sede de un presupuesto y un balance económico anual, mecanismos que antes no eran obligatorios o al menos, en la mayor parte de los casos, no estaban previstos. Paralelamente se ha ido consolidando también la reorganización del sistema de gestión del Instituto para las Obras de Religión (IOR), entre otras cosas con el fin de obtener el reconocimiento de organismos internacionales en lo relativo a la fiabilidad del mismo Instituto en el ámbito financiero.
En las últimas semanas se han añadido ulteriores piezas. El Consejo de nueve cardenales (C-9) que está ayudando al Santo Padre en el proceso de reforma, en la prevista reunión trimestral celebrada a comienzos de diciembre, ha dado su plácet, entre otras cuestiones –como la posibilidad de aplicar el principio de sinodalidad y una “saludable descentralización”, de las que habló el Papa Francisco al celebrar el 50 aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos en octubre; la creación del nuevo dicasterio para los laicos, la familia y la vida, y del que se ocupará de justicia, paz y migraciones– a la constitución de un nuevo grupo de trabajo encargado de llevar a efecto “una reflexión sobre las perspectivas de futuro de la economía de la Santa Sede y del Estado de la Ciudad del Vaticano”.
Ha sido el cardenal Pell quien ha ilustrado sus características, en su calidad de Prefecto de la Secretaría para la Economía, explicando que este nuevo organismo deberá en cierto sentido supervisar “la marcha y el control global de las salidas y las entradas”. Junto a la Secretaría para la Economía, está integrado por representantes de la Secretaría de Estado, el Governatorato, la APSA (Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica), la Congregación de Propaganda Fide –que tiene una gestión autónoma y se ocupa de todas las tierras de misión–,la Secretaría para la Comunicación y el IOR.
En las mismas horas, el Papa Francisco ha dado también mandato al Secretario de Estado, cardenal Pietro Parolin, para instituir la Pontificia Comisión para las actividades del sector sanitario de las personas jurídicas públicas de la Iglesia, teniendo amplios poderes de intervención sobre hospitales, clínicas y sanatorios propiedad de la Santa Sede, de las diócesis y de las órdenes y congregaciones religiosas. La decisión de instituir este organismo es una respuesta a las “particulares dificultades” que vive la llamada sanidad católica, sobre las cuales el Papa ha “reunido las oportunas informaciones”. También en este caso, aunque no sólo, se dan razones de naturaleza económica, ligadas a una “gestión eficaz de las actividades y a una conservación de los bienes, manteniendo y promoviendo el carisma de los fundadores”. Contará como miembros con seis expertos en las disciplinas sanitarias, inmobiliarias, de gestión, económicas, administrativas y financieras. Esta intervención se ha hecho necesaria tanto para resolver situaciones actuales de crisis como para prevenirlas en el futuro. Siempre en el orden de aquel “buen ejemplo” que están llamadas a dar la Iglesia y todas sus instituciones.
Jornada Mundial de la Paz: superar la “globalización de la indiferencia”
Como se viene haciendo ya desde hace 49 años, el 1 de enero se celebra la Jornada Mundial de la Paz, sobre el tema Vence la indiferencia y conquista la paz. Por otro lado, a finales de mes termina el Año de la Vida Consagrada. ¡Y la Madre Teresa será santa!
Partiendo de las directrices indicadas por el tema Vence la indiferencia y conquista la paz, en el Mensaje escrito para la ocasión el Papa Francisco ha invitado a todos los hombres de buena voluntad a reflexionar sobre el fenómeno de la “globalización de la indiferencia”, que es causa de tantas situaciones de violencia e injusticias. Todo el Mensaje es una muestra de solicitud para que en el mundo finalmente se pueda, en todos los niveles, “realizar la justicia y trabajar por la paz”. Esta, en efecto, “es don de Dios, pero confiado a todos los hombres y a todas las mujeres, llamados a llevarlo a la práctica”, escribe Francisco.
A pesar de todo, sin embargo, la invitación del Pontífice es “a no perder la esperanza en la capacidad del hombre” para superar el mal y no abandonarse a la resignación y a la indiferencia. Las razones para creer en esta capacidad son múltiples, empezando por aquellas actitudes de corresponsabilidad solidaria que están “en la raíz de la vocación fundamental a la fraternidad y a la vida común”. Todos, en efecto, están en condiciones de comprender que fuera de estas relaciones terminaríamos siendo “menos humanos” y que precisamente la indiferencia representa “una amenaza para la familia humana”.
Entre las diversas formas de indiferencia globalizada, el Papa sitúa en primer lugar la indiferencia “ante Dios, de la cual brota también la indiferencia ante el prójimo y ante lo creado”, que son efectos “de un falso humanismo y del materialismo práctico, combinados con un pensamiento relativista y nihilista”. Se va del no sentirse afectados por los dramas que afligen a los hermanos, porque estamos anestesiados por una saturación informativa que sólo permite conocer vagamente sus problemas, a la falta de “atención ante la realidad circunstante, especialmente la más lejana”. Numerosas veces, denuncia el Papa, “algunas personas prefieren no buscar, no informarse y viven su bienestar y su comodidad indiferentes al grito de dolor de la humanidad que sufre”, volviéndose así “incapaces de sentir compasión”.
Todo ello lleva a “cerrazón y distanciamiento”, y provoca una ausencia “de paz con Dios, con el prójimo y con la creación”, alimentando al mismo tiempo “situaciones de injusticia y grave desequilibrio social, los cuales, a su vez, pueden conducir a conflictos o, en todo caso, generar un clima de insatisfacción que corre el riesgo de terminar, antes o después, en violencia e inseguridad”.
Como ya indica la Evangelii gaudium, ninguna persona debería prescindir del deber de contribuir “en la medida de sus capacidades y del papel que desempeña en la sociedad”. Con frecuencia, sin embargo, esta indiferencia golpea también los ámbitos institucionales, con la realización de políticas que tienen “como objetivo conquistar o mantener el poder y la riqueza, incluso a costa de pisotear los derechos y las exigencias fundamentales de los otros”.
Estas tendencias se pueden invertir solamente a través de una verdadera “conversión del corazón”, escribe el Papa, “un corazón que bate fuerte allí donde la dignidad humana esté en juego”.
Ciertamente, no faltan tantos ejemplos de compromiso elogiable de organizaciones no gubernamentales y grupos caritativos, también no eclesiales, asociaciones que socorren a los migrantes, operadores que informan sobre situaciones difíciles, personas que se comprometen en favor de los derechos humanos de las minorías, sacerdotes y misioneros, familias que educan en los sanos valores y acogen a los que están en necesidad, muchos jóvenes que se dedican a proyectos de solidaridad…, demostraciones todas ellas, escribe Francisco, de cómo cada uno puede “vencer la indiferencia si no aparta la mirada de su prójimo, y que constituyen buenas prácticas en el camino hacia una sociedad más humana”.
El Jubileo de la Misericordia representa una estupenda oportunidad para decidirse a contribuir a mejorar la realidad en la que se vive, empezando por los Estados, a los cuales el Papa en el Mensaje pide expresamente “gestos concretos” y “actos de valentía” hacia las personas más frágiles de la sociedad, entre ellas los detenidos (abolición de la pena de muerte y amnistía), los migrantes (acogida e integración), los desempleados (“trabajo, tierra y techo”) y los enfermos (acceso a los cuidados médicos).
El Mensaje de la Paz concluye con un triple llamamiento a los Estados, para que se abstengan de implicar a “otros pueblos a conflictos o guerras”, que son dañosas desde un punto de vista material, pero también moral y espiritual, para que trabajen en la condonación de la deuda internacional de los Estados más pobres, y para que adopten políticas de cooperación respetuosas con los valores de las poblaciones locales y salvaguarden “el derecho fundamental e inalienable de los niños por nacer”.
Clausura del Año de la Vida Consagrada
Desde el 28 de enero al 2 de febrero será la semana final del Año de la Vida Consagrada, y en esa oportunidad se reunirán en Roma alrededor de 6.000 consagrados provenientes de todo el mundo. Entre los primeras convocatorias comunitarias, en la tarde del 28 de enero se celebrará una vigilia de oración en la basílica de San Pedro, mientras el 1 de febrero se tendrá la audiencia con el Papa Francisco en el aula Pablo VI, con un debate sobre el tema Consagrados hoy en la Iglesia y en el mundo, provocados por el Evangelio. El último día de la semana, el 2 de febrero, solemnidad de la Presentación del Señor, los consagrados vivirán su jubileo de la misericordia, con una peregrinación a las basílicas de San Pablo Extramuros y Santa María Mayor, y por la tarde participarán en la Santa Misa celebrada por el Santo Padre en la basílica de San Pedro para clausurar el Año de la Vida Consagrada.
Entretanto, en las pasadas semanas, la Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica ha difundido un nuevo documento dedicado a la “Identidad y misión del hermano religioso en la Iglesia”, centrado precisamente en esta particular vocación a la vida religiosa laical de hombres y mujeres. Como ha explicado el cardenal Joao Braz de Aviz, prefecto de la Congregación, la vocación del religioso hermano expresa de manera completa en su forma de vida “el rasgo de la persona de Cristo” ligado precisamente a la “fraternidad”. “El religioso hermano refleja el rostro de Cristo-Hermano, sencillo, bueno, cercano a la gente, acogedor, generoso, servidor…” ha añadido. En la actualidad, los religiosos hermanos son aproximadamente un quinto del total de los religiosos varones.
Causas de los santos
En el último mes, la Congregación de las Causas de los Santos ha sido autorizada por el Para a promulgar numeroso decretos referentes tanto a milagros como a virtudes heroicas.
La mayor relevancia ha correspondido sin duda la aprobación del milagro atribuido a la intercesión de la Madre Teresa de Calcuta, beatificada por san Juan Pablo II en 2003, que será canonizada durante este Jubileo de la Misericordia. También han sido aprobados los decretos relativos a los milagros atribuidos a la intercesión de la beata María Isabel Hesselblad, sueca, fundadora de la Orden del Santísimo Salvador de Santa Brígida; del Siervo de Dios Ladislav Bukowinski, sacerdote diocesano ucraniano, muerto en Kazajistán en 1974; y de las Siervas de Dios María Celeste Crostarosa, napolitana fundadora de las Hermanas del Santísimo Redentor y muerta en 1755; María de Jesús (Carolina Santocanale), italiana, fundadora de la Congregación de las Hermanas Capuchinas de la Inmaculada de Lourdes; Itala Mela, oblata benedictina del monasterio de San Pablo en Roma, fallecida en 1957.
El Santo Padre ha autorizado, por otra parte, la promulgación de decretos sobre las virtudes heroicas de los Siervos de Dios Angelo Ramazzotti, que fue Patriarca de Venecia, muerto en 1861; José Vithayathil, que fundó en la India la Congregación de las Hermanas de la Sagrada Familia; José María Arizmendiarrieta, sacerdote diocesano nacido en Markina, en España; Giovanni Schiavo, sacerdote profeso de la Congregación de San José, muerto en Brasil en 1967; Venanzio Maria Quadri, religioso profeso de la Orden de los Siervos de María; William Gagnon, religioso profeso de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, muerto en Vietnam en 1972; Nikolaus Wolf, laico y padre de familia; Tereso Olivelli, laico muerto en 1945 en el campo de concentración de Hersbruck (Alemania); Giuseppe Ambrosoli, de los Misioneros Combonianos del Corazón de Jesús; Leonardo Lanzuela Martínez, del Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas; Heinrich Hahn, laico muerto en 1882; y de las Siervas de Dios Teresa Rosa Fernanda de Saldanha Oliveira y Sousa, que fundó la Congregación de las Hermanas Dominicas de Santa Catalina de Siena, muerta en 1916; María Emilia Riquelme Zayas, también española, fundadora del Instituto de las Misioneras del Santísimo Sacramento y de la Bienaventurada Virgen María Inmaculada; María Esperanza de la Cruz, nacida en Monteagudo (España) y cofundadora de las Misioneras Agustinas Recoletas; Emanuela Maria Kalb, hermana profesa de la Congregación de las Hermanas Canónicas del Santo Espírito de Saxia, muerta en Cracovia en 1986.
Se cumplen cinco años de la creación del primer Ordinariato personal para fieles procedentes del anglicanismo. La Santa Sede ha aprobado su nuevo Misal, y ha nombrado a Mons. Steven Lopes Ordinario de la Cátedra de San Pedro, y le conferirá la ordenación episcopal.
José María Chiclana·3 de enero de 2016·Tiempo de lectura: 10minutos
El 20 de octubre de 2009, la Santa Sede anunció la creación de una figura jurídica personal para acoger en la Iglesia Católica a fieles provenientes del anglicanismo donde pudieran conservar sus tradiciones litúrgicas, pastorales y espirituales: los Ordinariatos personales. Y el 15 de enero de 2011 fue erigido el primer Ordinariato personal, con el nombre de Our Lady of Walshingham (Nuestra Señora de Walsingham), en Inglaterra.
El quinto aniversario de este acontecimiento, la aprobación de un nuevo Misal para uso de los ordinariatos personales y la decisión de la Santa Sede de nombrar un nuevo ordinario para el Ordinariato personal de The Chair of Saint Peter (Cátedra de San Pedro) en los Estados Unidos, que será ordenado obispo, ponen de nuevo a estas realidades eclesiales en el punto de mira de la actualidad.
Orígenes de los Ordinariatos personales
Aunque el primer Ordinariato personal fue erigido en Inglaterra por el significado que este país tiene en la tradición anglicana, el origen de los Ordinariatos personales hay que buscarlo en los Estados Unidos.
La introducción por votación de cambios en la doctrina, en la liturgia y en la enseñanza moral abrió una fisura en la Comunión Anglicana que fue creciendo a lo largo de los años. El primer paso importante en esta quiebra tuvo lugar en la Conferencia de Lambeth –reunión que desde 1.897 organiza cada 10 años el arzobispado de Canterbury para todos los obispos de la Comunión Anglicana– celebrada en 1.930, que introdujo en la resolución 15 como moralmente aceptable la utilización de métodos anticonceptivos en casos excepcionales, que la misma Conferencia había declarado moralmente ilícitos en 1.908 (resolución 47). Este hizo que algunos grupos comenzaran a plantearse su acercamiento a Roma.
La aproximación empezó a concretarse de forma práctica en 1.976, cuando la Iglesia Episcopal (anglicana) de los Estados Unidos aprobó la admisión de mujeres al ministerio presbiteral, y como resultado, dos grupos de fieles episcopalianos solicitaron en abril de 1.977 a la Santa Sede y a la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos ser recibidos en la Iglesia católica de forma “corporativa”, en una estructura personal en la que pudieran mantuvieran las tradiciones litúrgicas, espirituales y pastorales anglicanas.
En 1.980, con el parecer positivo de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos y desechada la eventual creación de una nueva Iglesia ritual o de una estructura de jurisdicción personal, se aprobó una Pastoral Provision que preveía la creación de parroquias personales católicas de acuerdo con el obispo de cada diócesis, que conservasen y viviesen las tradiciones anglicanas que aprobara la Santa Sede. También se permitía que pastores anglicanos casados recibieran la ordenación como sacerdotes católicos, dispensando de manera excepcional de la ley del celibato y tras un riguroso proceso. Asimismo, en 1986 se aprobó el Book of Divine Worship, un libro litúrgico que contenía parte del Book of Common Prayer anglicano y las cuatro Plegarias Eucarísticas del Misal Romano: se lo denominó Uso Anglicano, nombre que ya se ha dejado de utilizar. Entre 1.981 y 2.012 fueron ordenados 103 sacerdotes de acuerdo con la Pastoral Provision, doce de ellos célibes. En 2.008 el número total de fieles pertenecientes a parroquias regidas por la Pastoral Provision era de unos 1.960, agrupados en tres parroquias personales y en cinco societies o congregations.
Desde 1.996 hasta 2.006, diversos grupos de anglicanos o de fieles acogidos a la Pastoral Provision solicitaron a la Santa Sede la erección de una Prelatura personal para acogerlos; y finalmente, en enero de 2.012, quedó erigido el Ordinariato personal de la Cátedra de San Pedro, en el que se han integrado éstos y otros grupos. Actualmente (según el Anuario Pontificio 2015) ese Ordinariato cuenta con 25 centros pastorales, 40 sacerdotes y unos 6.000 laicos. El menor número de sacerdotes se debe a que muchos de los que fueron ordenados bajo la Pastoral Provision ya están incardinados en una diócesis y desempeñan allí su labor pastoral.
La evolución en Inglaterra
Para entonces, sin embargo, ya existía un Ordinariato personal en Inglaterra. En efecto, cuando el 11 noviembre de 1.992 también el Sínodo de la Iglesia anglicana de Inglaterra votó por escaso margen a favor de la admisión de mujeres al ministerio sacerdotal, algunos grupos de anglicanos de Inglaterra comenzaron a aspirar a ser recibidos de forma corporativa en la Iglesia católica. De diciembre de 1.992 a mediados de 1.993 se celebraron varias reuniones entre católicos y anglicanos en casa del cardenal Hume, lideradas por el propio Hume y por Graham Leonard, obispo anglicano de Londres y figura entonces muy relevante. Esos grupos solicitaron a la Iglesia católica la creación de una figura jurídica del tipo de una Prelatura personal o de una diócesis personal, con el propio Hume como prelado o, al menos, una Pastoral Provision como en los Estados Unidos; en ella, además de ser recibidos en la Iglesia católica, serían atendidos por su mismo pastor, ordenado sacerdote católico. Solicitaban mantener las tradiciones pastorales, litúrgicas y espirituales anglicanas que aprobase la Santa Sede.
Finalmente, el 26 de abril de 1.993 la Conferencia Episcopal de Inglaterra y Gales estimó preferible que la recepción de quienes deseasen ser recibidos en la Iglesia católica se hiciese de forma individual a través de las parroquias católicas; y en el caso de los ministros anglicanos que desearan ser ordenados sacerdotes católicos la cuestión se estudiaría caso por caso, siguiendo un procedimiento aprobado en julio de 1.995 con el nombre Statutes for the Admission of Married Former Anglican Clergy men in to the Catholic Church, aprobado por Juan Pablo II el 2 de junio 1995. Al hacerlos públicos, el cardenal Hume explicó en una carta pastoral que el Santo Padre “ha pedido que seamos generosos, que el permiso de ordenar hombres casados es una excepción y será concedido personalmente por el Santo Padre y por último, que la medida no significa un cambio en la ley del celibato que es más necesaria que nunca”.
Aunque las fuentes no son precisas y no hay datos oficiales, desde 1.992 hasta 2.007, 580 antiguos ministros anglicanos procedentes de la Iglesia de Inglaterra han sido ordenados sacerdotes católicos, de los cuales 120 están casados. Otros 150 han sido recibidos como laicos, cinco pasaron a la Iglesia ortodoxa y otros siete pasaron a otros grupos anglicanos.
Entretanto, la Iglesia de Inglaterra aprobó en 1993 la Episcopal Ministry Act of Synod, donde se creaba una singular figura jurídica de tipo personal a la que podían acogerse las parroquias anglicanas que, tras una votación, rechazasen la admisión de mujeres al ministerio y la permanencia bajo la jurisdicción de un obispo que participase en una ordenación de una mujer o la aceptase al ministerio en su diócesis. Se trataba de los denominados Provincial Episcopal Visitors, con la tarea de atender a esas parroquias pastoral y sacramentalmente, aunque jurídica y territorialmente dependan del obispo diocesano. Esta estructura contribuyó a que muchas parroquias que habían tanteado seriamente la posibilidad de ser recibidas en la Iglesia católica optaran por no hacerlo y acogerse a ese régimen, ante la perspectiva de no poder permanecer unidas. Esta fórmula contribuyó también al nacimiento de los Ordinariatos personales: de hecho, de los cinco primeros obispos anglicanos que serían ordenados sacerdotes en el Ordinariato de Nuestra Señora de Walsingham, tres habían sido Provincial Episcopal Visitors, y muchas de las parroquias que permanecieron entonces en la Iglesia de Inglaterra bajo esta figura forman parte ahora del Ordinariato personal.
Posteriormente, debido a los cambios doctrinales que seguían ocurriendo en la Comunión Anglicana y en previsión de la posible admisión de mujeres al episcopado, desde 2.005 y hasta 2.009 hubo conversaciones y solicitudes a la Santa Sede por parte de grupos de anglicanos. La primera solicitud provino en 2.005 de la Tradicional Anglican Communion (TAC), que unificaba a grupos de anglo-católicos en todo el mundo, sobre todo en Australia y Nigeria. También hubo contactos con Forward in Faith, un grupo nacido en Inglaterra en 1.992, cuyos líderes eran John Broadhurst, Andrew Burnham y Keith Newton, los tres primeros obispos anglicanos que serían ordenados sacerdotes católicos para implementar el Ordinariato personal en Inglaterra. Se produjeron asimismo conversaciones desde octubre de 2.008 hasta noviembre de 2.009 entre otro grupo de anglicanos (formado por obispos y ministros de Inglaterra) y miembros de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que incluyeron la discusión del contenido concreto y final de Anglicanorum Coetibus, la disposición con la que Benedicto XVI creó en 2.009 la figura de los Ordinariatos personales.
El primer resultado sería la creación en Inglaterra del Ordinariato de Nuestra Señora de Walsingham, el 15 de enero de 2.011.
Cinco años de Ntra. Sra. de Walsingham
En los cinco años transcurridos desde su creación, el Ordinariato de Nuestra Señora de Walsingham ha ido creciendo poco a poco. El Anuario Pontificio 2015 menciona que forman parte de él unos 3.500 laicos y 86 sacerdotes.
El Ordinariato cuenta con 60 comunidades en Inglaterra y 4 en Escocia (con 40 centros pastorales, según el Anuario). Algunas son muy activas; otras, por la distancia, sólo pueden reunirse una vez al mes, y durante la semana acuden a la parroquia diocesana más cercana. Fuentes del Ordinariato señalan que, en general, son bien acogidos y reciben ayuda en las parroquias diocesanas, y que la atención que reciben sus fieles cuando no pueden acudir a una parroquia del Ordinariato es prueba de sintonía con las diócesis.
Pero los números no son el criterio para medir la labor del Ordinariato en estos cinco años, pues hay que mirar más bien a la labor que se va desarrollando en cada parroquia, en cada grupo. El número de personas recibidas en la Iglesia católica a través del Ordinariato se podría asemejar a un goteo pequeño, pero constante. Por otro lado, hay que destacar la influencia que tiene en el anglicanismo en general, y el peso que tiene sobre los otros Ordinariatos lo que se hace o se impulsa desde el Ordinariato de Inglaterra: es el caso de la aprobación del nuevo Misal para uso de los Ordinariatos, que abordaremos enseguida.
Como señala Mons. Keith Newton, su Ordinario, la misión del Ordinariato es la nueva evangelización y la unidad de la Iglesia, y es como un puente a través del cual muchas personas puedan ser recibidas en la Iglesia católica. Trimestralmente, el clero del Ordinariato participa en sesiones de formación; los temas abordados hasta ahora han sido muy variados: desde cuestiones de Teología moral o Patrología, hasta los temas tratados en el reciente Sínodo de la Familia. Con cierta regularidad se organizan los llamados Ordinariate Festival; en el último tuvieron lugar varias sesiones sobre liturgia y la nueva evangelización.
Por otro lado, el Ordinariato ha constituido varias Comisiones para preparar el quinto aniversario y estudiar cómo puede llegarse a una conversión interior de sus fieles con ocasión del Año de la Misericordia, y cómo pueden llegar a más personas con la labor apostólica y de testimonio del Ordinariato. Con apoyo en un documento titulado Growing up Growing out, cada grupo del Ordinariato estudia como crecer, repasa sus relaciones con el obispo diocesano y planea cómo llegar a más personas. En estos años, el Ordinariato en Inglaterra ha adquirido dos iglesias en propiedad; y dos comunidades religiosas anglicanas han sido recibidas como parte del Ordinariato: dato interesante, dada la influencia de la tradición monacal anglicana, que con frecuencia mira a la Iglesia católica en las dimensiones litúrgica y espiritual.
Nuevo Misal para los Ordinariatos
Un hito reciente ha sido la aprobación por la Santa Sede del documento The Divine Worship, provisión litúrgica para la celebración de la Santa Misa y los demás sacramentos en los Ordinariatos personales. Expresa y preserva para el culto católico el digno patrimonio litúrgico anglicano; como señala el Ordinariato de la Cátedra de San Pedro, la manera de celebrar la Santa Misa que señala “es a la vez distintiva y tradicionalmente anglicana en su carácter, su registro lingüístico, y su estructura”; y el Ordinario emérito Mons. Jeffrey Steenson (que antes había sido obispo anglicano) subraya que acoge “aquella parte que nutrió la fe católica en la tradición anglicana y que impulsó las aspiraciones hacia la unidad eclesial”.
Se ha utilizado el nombre de Divine Worship y no el de Uso anglicano para resaltar la unidad con el rito romano, del que es una expresión; por eso en la portada del Misal se lee “conforme al rito romano”. Incluye un Directorio de Rúbricas con instrucciones para aquellas partes en las que diverge del Misal Romano.
Se recomienda a los sacerdotes del Ordinariato que celebren ordinariamente según este misal, tanto dentro como fuera de las parroquias del Ordinariato. Pero no todo sacerdote puede celebrar conforme a él, aunque sí puede concelebrar en una ceremonia donde se utilice el misal, y en casos de necesidad o urgencia se ruega al párroco diocesano que lo haga para grupos del Ordinariato que lo soliciten. Y cualquier fiel católico puede asistir a la Misa celebrada conforme a este misal.
La diferencia más notable con el Misal Romano es que The Divine Worship no incluye un período llamado “Tiempo Ordinario”. El período comprendido entre la celebración de la Epifanía y el Miércoles de Ceniza se llama “Tiempo después de Epifanía” (Epiphanytide); y hay otro tiempo llamado “Pre-Cuaresma” (Pre-lent) que comienza el tercer domingo antes del Miércoles de Ceniza. Después de Pascua, los domingos del tiempo ordinario se denominan colectivamente Trinitytide, hasta la celebración de Cristo Rey. Otras características destacables son: el rito penitencial tiene lugar después de la oración de los fieles; hay dos fórmulas para el ofertorio: la del Misal Romano y la tradicional del Misal Anglicano; se incluyen sólo dos Plegarias Eucarísticas: el Canon Romano y la Plegaria Eucarística II.
De momento, las lecturas que se utilizan son las versiones de la Conferencia Episcopal de Inglaterra y Gales, asumidas por muchas parroquias anglicanas después del Concilio Vaticano II. El rito de la Comunión sigue la misma estructura que en el Misal Romano, con tres incorporaciones procedentes de la tradición anglicana: en la fracción del pan, el sacerdote canta o recita el himno tradicional Christ our Passover is sacrificed for us, con la respuesta del pueblo; después de la fracción, el sacerdote y los que van a comulgar recitan juntos la oración Prayer of humble Access; y al concluir la distribución de la Comunión, el sacerdote y el pueblo hacen una acción de gracias con otra oración de la tradición anglicana: Almighty and everliving God.
Nuevo ordinario obispo
A finales de noviembre la Santa Sede ha nombrado un nuevo Ordinario en los Estados Unidos para el Ordinariato de la Cátedra de San Pedro, a petición del propio Ordinariato. Después de una votación en el Consejo de Gobierno y la presentación de una terna a la Santa Sede, el Papa ha elegido a Mons. Steven Joseph Lopes, sacerdote de 40 años, oficial de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
El nombramiento ha llamado la atención por dos razones. En primer término, no procede del anglicanismo, aunque conoce bien tanto la realidad anglicana como los Ordinariatos personales, ya que pertenecía a la Comisión Anglicanae Traditiones, que supervisa y coordina los Ordinariatos en materia litúrgica y pastoral. Y en segundo lugar, porque será ordenado obispo el 2 de febrero de 2016, lo cual es significativo. Su título de ordenación será el Ordinariato personal, y no una diócesis extinta, como se hace en otros casos; así, aunque el oficio de Ordinario ya contaba con facultades episcopales, ahora podrá también ordenar sacerdotes (hay autores que entienden que se trata de un vicario con facultades episcopales).
Ordinariatos en otros lugares
Va creciendo también el Ordinariato de Nuestra Señora de la Cruz del Sur, Our Lady of The Southern Cross, en Australia, que cuenta hoy con 14 sacerdotes y unos 2.000 laicos (en 2.013 eran 7 sacerdotes y 300 laicos), con once comunidades en Australia y una recientemente creada en Japón.
Si bien sólo se han cumplido cinco años desde la erección del primer Ordinariato personal para fieles provenientes del anglicanismo, como ha señalado Mons. Steven Lopes al poco de ser nombrado ordinario, “estamos a punto de celebrar el 500 aniversario de la reforma protestante. No creo que sea exagerado decir que dentro de 500 años se verá esta idea de Benedicto y Francisco como el inicio del cierre de la brecha de la división en la Iglesia”.
Los Estados se comprometen a cuidar la “casa común”
La Iglesia católica no es ajena al importante reto mundial de revertir los efectos del cambio climático que afecta al conjunto del planeta. El Papa Francisco marcó el camino moral a seguir en su encíclica Laudato si, algunas de cuyas enseñanzas han tenido reflejo en el acuerdo alcanzado en la reciente cumbre de París sobre el clima.
Emilio Chuvieco·3 de enero de 2016·Tiempo de lectura: 9minutos
La reciente encíclica del Papa Francisco Laudato si’traza un marco de gran calado teológico y moral sobre nuestra relación con el medio ambiente, sobre “el cuidado de la casa común”, como subtitula este documento. El texto suscitó un enorme interés de los medios de comunicación y en estudiosos de diversas disciplinas relacionadas con el ambiente. Parte de esa polémica era consecuencia de su claro posicionamiento a favor de considerar un deber moral la adopción de compromisos sustanciales en el cuidado de la naturaleza.
Conversión ecológica
El Papa aboga por una visión nueva del ambiente, lo que denomina “conversión ecológica” (término ya acuñado por Juan Pablo II). La palabra conversión indica en la tradición cristiana un cambio de rumbo. En pocas palabras, el Papa nos está pidiendo en la encíclica una modificación sustancial en nuestra relación con la naturaleza, que llevaría a considerarnos como parte de ella, en lugar de como meros usuarios de sus recursos. “La cultura ecológica no se puede reducir a una serie de respuestas urgentes y parciales a los problemas que van apareciendo en torno a la degradación del ambiente, al agotamiento de las reservas naturales y a la contaminación. Debería ser una mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance del paradigma tecnocrático” (n. 111).
La actitud de muchos católicos ante la encíclica va desde la sorpresa a la sospecha. Se muestran confusos porque piensan que los temas ambientales son marginales, no tienen relevancia frente a otras muchas cuestiones donde se juega el futuro de la familia y la sociedad, y no entienden por qué el Papa les dedica una encíclica. No se atreven a criticarla abiertamente (al fin y al cabo es un texto del Papa, y tiene el mayor rango doctrinal de los que emite la Santa Sede), así que o bien la silencian, o bien la interpreten entresacando del texto lo que ellos entienden como más sustancial (en el fondo lo más tradicional, lo que esperaban leer). Sin embargo, una lectura atenta del texto papal permite comprobar cómo el cuidado de la naturaleza no es ajeno a la tradición católica, ni se trata de un tema marginal, sino que se engarza perfectamente con la doctrina social de la Iglesia, ya que los problemas ambientales y sociales están íntimamente relacionados.
Reconducir el sistema
Aquellos católicos que han criticado más abiertamente la encíclica lo hacen desde posiciones muy variadas, pero que en cierta medida convergen en el desacuerdo sobre la gravedad de la situación ambiental o las causas de ese deterioro. Según ellos no se ha tenido en cuenta la controversia científica, particularmente en el caso del cambio climático, avalando arriesgadamente un planteamiento sesgado de la cuestión. Si los problemas ambientales no son tan serios como describe al Papa, o no es responsable de ellos el ser humano, parece que se anularan las consecuencias morales y la base teológica sobre el cuidado del medio ambiente que supone el principal mensaje de la Laudato si.
Sin embargo, como han subrayado investigadores de gran relevancia, la encíclica muestra una visión bastante ecuánime de lo que sabemos actualmente sobre el estado del planeta, en función de la mejor información científica de que disponemos. En cuanto a las críticas que hace el Papa del modelo económico actual, parece que se identifica la denuncia a los excesos de un sistema con su oposición frontal. El actual modelo de progreso tiene muchos problemas, que los pensadores más lúcidos han denunciado en numerosas ocasiones. Entre ellos, es evidente que no hace a la gente más feliz y que resulta insostenible ambientalmente. No se trata de volver al paleolítico o de avalar el comunismo (que por cierto cuenta con un historial ambiental lamentable), sino de reconducir el sistema capitalista actual, especialmente en lo que atañe al capitalismo financiero, dando prioridad a las necesidades humanas y al equilibrio con el ambiente frente a la acumulación egoísta de recursos que abre la brecha entre países y clases sociales, que descarta por igual a las personas y a los demás seres creados.
Ciertamente el cambio climático es la cuestión ambiental donde se evidencia más la necesidad de adoptar un compromiso moral, que ayude a cambiar drásticamente las tendencias observadas. Por un lado se trata de un problema global que sólo podrá resolverse con el concurso de todos los países, pues a todos afecta si bien con distinto grado de responsabilidad. Por otro lado, implica un ejercicio claro del principio de precaución, que lleva a adoptar medidas eficaces cuando el riesgo potencial sea razonablemente alto.
Finalmente, considera los intereses de las personas más vulnerables, las sociedades más pobres, que ya están experimentando los efectos de los cambios, a la vez que las generaciones futuras.
Medidas contundentes
Al cambio climático le dedica la encíclica párrafos en varias secciones, mostrando la gravedad del problema: “El cambio climático es un problema global con graves dimensiones ambientales, sociales, económicas, distributivas y políticas, y plantea uno de los principales desafíos actuales para la humanidad. Los peores impactos probablemente recaerán en las próximas décadas sobre los países en desarrollo” (n. 25). En consecuencia, nos exhorta el Papa a adoptar medidas contundentes que permitan mitigarlo: “La humanidad está llamada a tomar conciencia de la necesidad de realizar cambios de estilos de vida, de producción y de consumo, para combatir este calentamiento o, al menos, las causas humanas que lo producen o acentúan” (n. 22).
La reciente cumbre del clima de París ha adoptado por vez primera un acuerdo global que implica a todos los países y que tiene un objetivo claro: evitar que se supere el límite de 2 grados centígrados en el aumento de la temperatura del planeta sobre los niveles pre-industriales. Además, se reconoce la diferente responsabilidad de cada país en el problema, instando a los países más desarrollados a que colaboren para generar un fondo (que se cifra en 100.000 millones de dólares anuales) que permita a los menos avanzados hacer progresar sus economías con tecnologías más limpias. Como puntos más discutibles del acuerdo están la falta de compromisos vinculantes en la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) por parte de cada Estado, aunque sí se requiere que tengan planes nacionales de reducción y que informen al comité de seguimiento del acuerdo de las tendencias usando un protocolo común para todos los países.
Para entender mejor la importancia de este acuerdo, conviene recordar que el tratado de Naciones Unidas sobre cambio climático (UNFCC por sus siglas en inglés) se firmó en 1992 en el marco de la cumbre de la tierra de Río de Janeiro. Desde entonces se reúnen las partes firmantes del acuerdo (en la práctica todos los países miembros de la ONU) para evaluar la situación y tomar acuerdos que permiten mitigar los efectos previsibles del cambio climático. De estas reuniones anuales (denominadas COP, conferencia de las partes), la más destacada fue la realizada en Kyoto (Japón) en 1997, donde se firmó el primer acuerdo vinculante de reducción de emisiones, aunque sólo afectaba a los países desarrollados. El protocolo de Kyoto fue ratificado por todos los países del mundo, con excepción de Estados Unidos. Aunque sus objetivos de reducción eran modestos, supuso un primer paso para tomar conciencia de la necesidad de acuerdos globales en esta cuestión. En la cumbre de Copenhague de 2009, se pretendió extender el compromiso vinculante a todos los países, incluyendo las economías emergentes, que ya suponían un porcentaje importante de las tasas de emisiones, pero el acuerdo fracasó, acordándose mantener las negociaciones para proponer un marco más estable que permitiera sustituir a Kyoto, que expiraba en 2012.
Tres bloques
Básicamente las posturas que se mostraron entonces, y que han vuelto manifestarse en el COP de París se pueden resumir en tres bloques: por un lado la Unión Europea y otros países desarrollados, como Japón, partidarios de un acuerdo más ambicioso y vinculante, particularmente en el uso de energías renovables; por otro Estados Unidos y otros países desarrollados, más los productores de petróleo, que no querían adoptar acuerdos vinculantes si no afectaban a los países emergentes, actualmente responsables del mayor incremento de emisiones; y, por último, este grupo de países en gran crecimiento industrial, el llamado G-77, donde figuran junto a China, Brasil, India, México, Indonesia y otras economías en desarrollo, que no disponen todavía de la tecnología o la capacidad económica para alimentar su crecimiento económico sin utilizar sus combustibles fósiles. Indican que no son responsables del problema y que necesitan desarrollar sus economías, mientras Estados Unidos sostiene que, sin un compromiso por parte de esos países, sus esfuerzos serían vanos. En realidad existe un último grupo, el de los países más pobres, que sufren las consecuencias del calentamiento sin ser responsables de su generación y que sufren la falta de acuerdos verdaderamente eficaces.
Tras varias COP donde los progresos fueron muy modestos, la conferencia de París se consideraba clave para promover un acuerdo más duradero que permitiera continuar el protocolo de Kyoto. Finalmente, tras duras negociaciones entre los grupos de países antes mencionados, se ha establecido un acuerdo que puede considerarse global, pues, como antes indicamos, afecta por vez primera a todos los países, no sólo a los económicamente desarrollados. En este sentido, se puede considerar el primer tratado ambiental de características planetarias, lo que da idea de la seriedad con la que se afronta actualmente el cambio climático.
Causas del calentamiento
Ya son muy pocas las voces críticas con las bases científicas del problema, ya que la acumulación de evidencias en muy diversos ámbitos del conocimiento apunta en una dirección consistente. El calentamiento global del planeta se evidencia en la pérdida de la superficie de hielo ártico y antártico (principalmente el primero), en el retroceso de los glaciares, en el aumento del nivel del mar, en la movilidad geográfica de especies, además de en la temperatura del aire y del agua. Las causas del mismo apuntan también en una dirección cada vez más evidente, al descartarse otros factores de origen natural, como las variaciones de la radiación solar o la actividad volcánica, que obviamente fueron protagonistas en los cambios climáticos que ocurrieron en otros periodos de la historia geológica del planeta. En consecuencia, resulta altamente probable que la causa principal del calentamiento sea el reforzamiento del efecto invernadero producido por la emisión de los GEI (CO2, NOx, CH4, etc.), fruto de la combustión del carbón, petróleo y gas, asociada a la generación de energía, así como de la pérdida de masas forestales como consecuencia de la expansión agropecuaria.
Como es bien sabido, el efecto invernadero es natural y clave para la vida en la tierra (nuestro planeta estaría 33º C más frío en su ausencia). El problema es que estamos reforzando ese efecto en muy poco tiempo, lo que implica un desequilibrio de muchos otros procesos y puede tener consecuencias catastróficas si no se toman medidas drásticas para mitigarlo. La tierra ha estado más caliente que ahora, no cabe duda, pero también es clave considerar que esos cambios naturales se han producido en un ciclo temporal muy largo (siglos o milenios), y lo que observamos ahora se produce muy rápidamente, en décadas o incluso años, lo que va a dificultar mucho la adaptación de las especies vegetales y animales.
Si la causa principal del problema son las emisiones de GEI, el mejor remedio para paliarlo sería reducirlas, siendo más eficientes con el uso de la energía o produciéndola con otras fuentes (renovables, nuclear). Como éste es un sector clave del desarrollo económico, se entiende la resistencia de los países pobres a imponerse restricciones cuando ellos no han causado el problema, y la preocupación de los ricos por el impacto que ese esfuerzo tendrá en sus economías. Para la mayor parte de los científicos es imprescindible tomar esas medidas para que la situación no alcance un punto de no retorno, que ponga en peligro la habitabilidad futura del planeta. Esa meta se cifra ahora en 2º C de incremento sobre la temperatura media del periodo industrial. Actualmente se ha constatado un incremento de 1º C, mientras la concentración de CO2 por ejemplo ha pasado de 280 partes por millón (ppm) a superar las 400 ppm. Los impactos previsibles se basan en nuestro mejor conocimiento actual sobre el funcionamiento del clima, que todavía es impreciso. No obstante, los efectos potenciales globales son muy serios y pueden afectar drásticamente a distintas especies, animales y vegetales, así como a las actividades humanas: pérdida de glaciares, que son recursos clave para el abastecimiento de agua de muchos pueblos; subidas del nivel del mar que afectarán principalmente a las grandes aglomeraciones urbanas costeras; mayores sequías en zonas ya semiáridas; inundaciones más intensas en algunos lugares, o incluso, paradójicamente, un enfriamiento del clima en el norte de Europa, por la alteración de las corrientes oceánicas. Regionalmente, puede haber también impactos positivos, como la mejora en los rendimientos agrícolas en zonas frías de Asia Central o América del Norte, pero el balance global se puede considerar muy preocupante, con posibles efectos de retro-alimentación que podrían llegar a ser catastróficos.
Compromiso común
El acuerdo de París es en realidad una “hoja de ruta” que indica el acuerdo sobre la gravedad del problema y la necesidad de colaborar globalmente para resolverlo, o al menos mitigarlo. Supone un compromiso común de todos los países para realizar acciones eficaces de cara a una transición económica hacia una menor dependencia de los combustibles fósiles. Todavía será necesario tomar compromisos más ambiciosos, pero al menos muestra tres elementos muy positivos: 1) voluntad de colaboración entre países desarrollados y en desarrollo, 2) reconocimiento de la distinta responsabilidad ante el problema por parte de unos y otros, y 3) aceptación de que los intereses particulares necesitan ponerse por detrás del bien común.
Estos tres principios están en la esencia de la Laudato si. Aunque no se diga explícitamente, no cabe duda, en mi opinión, de que el Papa Francisco también es parte del éxito del acuerdo de París. Su indudable liderazgo moral y la claridad con la que se ha manifestado sobre esta cuestión han hecho meditar a muchos líderes sobre la necesidad de dar un paso más, de aparcar los intereses particulares y buscar un consenso basado en la búsqueda honesta del bien común. En este sentido, afirma en la Laudato si: “Las negociaciones internacionales no pueden avanzar significativamente por las posiciones de los países que privilegian sus intereses nacionales sobre el bien común global” (n. 169). Se trata de un compromiso, además, que reconoce la responsabilidad diversa, ya que las aportaciones al fondo común del clima serán proporcionales a la riqueza de cada país, como también recomendaba el Papa Francisco: “Es necesario que los países desarrollados contribuyan a resolver esta deuda limitando de manera importante el consumo de energía no renovable y aportando recursos a los países más necesitados para apoyar políticas y programas de desarrollo sostenible […]. Por eso, hay que mantener con claridad la conciencia de que en el cambio climático hay responsabilidades diversificadas” (n. 52). El impacto sobre los países más pobres y las generaciones futuras no puede obviarse: “Ya no puede hablarse de desarrollo sostenible sin una solidaridad intergeneracional” (n. 159).
Estoy seguro de que el Papa Francisco se habrá alegrado enormemente del acuerdo de París, y estoy seguro también de que recordará en el futuro la importancia de cumplirlo y de seguir avanzando en esta línea para mitigar las amenazas que los impactos del cambio climático pueden acarrear sobre las sociedades más vulnerables. Estoy seguro también de que se habrá alegrado de esta noticia su predecesor, Benedicto XVI, que también había hablado con gran claridad y contundencia sobre esta cuestión. Y no sólo hablado, sino también actuado, convirtiendo en 2007 a la Ciudad del Vaticano en el primer Estado del mundo neutro en emisiones de CO2, al cubrir toda la superficie de la sala Pablo VI con paneles solares. La Iglesia no solo predica sino que intenta poner en práctica lo que recomienda.
El autorEmilio Chuvieco
Catedrático de Geografía de la Universidad de Alcalá.
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