En pocas semanas hemos recibido ya muchas enseñanzas del nuevo Papa, León XIV. Los primeros días, sus palabras eran examinadas cuidadosamente por todos, para avizorar las claves y orientaciones de su pontificado.
¿Por dónde guiará a la Iglesia el nuevo pontífice?, queríamos saber. Pues bien, el mismo León XIV ha sido suficientemente explícito al respecto. A sus primeras palabras, desde la logia central del Vaticano el día de su elección, han seguido intervenciones clarificadoras.
Presentamos aquí esas primeras palabras, la homilía en la Misa con los cardenales y el discurso en el posterior encuentro con ellos y, finalmente, la homilía en el inicio del ministerio petrino.
Cristo resucitado trae la paz y la unidad
Como un eco de las de Cristo el día de su Resurrección, las palabras del nuevo Papa liberaron el aliento contenido de todos en la plaza del Vaticano (8-V-2022): “¡La paz esté con todos ustedes!Queridos hermanos y hermanas, este es el primer saludo del Cristo Resucitado, el buen pastor que dio su vida por el rebaño de Dios. Yo también quisiera que este saludo de paz entrara en sus corazones, alcanzara a sus familias, a todas las personas, dondequiera que se encuentren, a todos los pueblos, a toda la tierra. ¡La paz esté con ustedes!”
No se trata de cualquier paz, sino de la paz de Cristo Resucitado: “una paz desarmada y desarmante, humilde y perseverante”, que proviene de Dios, quien nos ama a todos incondicionalmente.
Como Francisco, a quien el nuevo Papa evocó en su primera bendición a Roma y al mundo entero, también León XIV desea bendecir y asegurar al mundo la bendición de Dios y el amor de Dios, y su necesidad de seguir a Cristo:
“El mundo necesita su luz. La humanidad lo necesita como puente para ser alcanzada por Dios y por su amor. Ayúdenos también ustedes, y ayúdense unos a otros a construir puentes, con el diálogo, con el encuentro, uniéndonos todos para ser un solo pueblo siempre en paz. ¡Gracias al Papa Francisco!”.
Agradeció a los cardenales el haberle elegido y propuso “caminar (…) como Iglesia unida, buscando siempre la paz, la justicia, tratando siempre de trabajar como hombres y mujeres fieles a Jesucristo, sin miedo, para proclamar el Evangelio, para ser misioneros”.
Declaró como hijo de san Agustín: “Con ustedes soy cristiano y para ustedes obispo”. Y añadió: “En este sentido, todos podemos caminar juntos hacia la patria que Dios nos ha preparado”. Y saludó especialmente a la Iglesia en Roma, que debe ser misionera, constructora de puentes, con los brazos abiertos a todos, como la plaza de san Pedro.
A Roma ha llegado desde Chiclayo (Perú) donde estuvo ocho años como obispo y lo recuerda –y es recordado allí– con afecto: “donde un pueblo fiel ha acompañado a su obispo, ha compartido su fe y ha dado tanto, tanto para seguir siendo Iglesia fiel de Jesucristo”.
Expresó su deseo de caminar juntos, tanto en Chiclayo como en Roma. Con ello enlazó: “Queremos ser una Iglesia sinodal, una Iglesia que camina, una Iglesia que busca siempre la paz, que busca siempre la caridad, que busca siempre estar cercana especialmente a los que sufren”.
Y terminó invocando a la Virgen de Pompeya, cuya advocación se celebraba ese día.
La Iglesia, “faro en las noches del mundo”
Al día siguiente de su elección (9-V-2025), el Papa celebró la Misa Pro Ecclesia con los cardenales.
En Cristo –destacó su homilía–, por su encarnación, se une el proyecto de una humanidad madura y gloriosa. “Nos ha mostrado así un modelo de humanidad santa que todos podemos imitar”, y a la vez “la promesa de un destino eterno” que de por sí “supera todos nuestros límites y capacidades”.
Así que, por un lado, el proyecto cristiano es un don de Dios y, por otro lado, un camino que corresponde al hombre de dejarse transformar. Estas dos dimensiones se unen en la respuesta de Pedro: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16); y también en la de sus sucesores a la cabeza de la Iglesia, “faro que ilumina las noches del mundo”; y esto, añadió León XIV, “no tanto gracias a la magnificencia de sus estructuras y a la grandiosidad de sus construcciones –como los monumentos en los que nos encontramos–, sino por la santidad de sus miembros”.
Actitudes ante Cristo
Ante la pregunta de Jesús –¿qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? (Mt 16, 13)– el Papa Prevost señaló varias posibles respuestas (Jesús como un personaje curioso al que hay que vigilar, Jesús como un profeta…), entonces y también hoy, con otros lenguajes.
Los cristianos, propuso León XIV, estamos llamados a dar testimonio de la fe como Pedro, tanto a nivel personal (por medio de nuestra conversión cotidiana) como a nivel de la Iglesia, viviendo juntos esa fe y llevándola como Buena Noticia (cfr. Lumen gentium, 1).
Al llegar a este punto de su homilía, el Papa evocó el ejemplo de san Ignacio de Antioquía cuando iba camino de Roma para ser devorado por las fieras del circo. Escribía a los cristianos romanos, hablando de su muerte: “En ese momento seré verdaderamente discípulo de Cristo, cuando el mundo ya no verá más mi cuerpo” (Carta a los Romanos, IV, 1).
Esto, señaló el Papa León XIV, representa el compromiso irrenunciable de quien en la Iglesia ejerce un ministerio de autoridad: “Desaparecer para que permanezca Cristo, hacerse pequeño para que Él sea conocido y glorificado (cfr. Jn 3, 30), gastándose hasta el final para que a nadie falte la oportunidad de conocerlo y amarlo”.
Y, aplicándolo a sí mismo en forma de oración, concluía el Papa:“Que Dios me conceda esta gracia, hoy y siempre, con la ayuda de la tierna intercesión de María, Madre de la Iglesia”.
Tras las huellas del Vaticano II y de Francisco
El sábado 10 de mayo, León XIV mantuvo un encuentro con el colegio cardenalicio. En su breve discurso, mostró lo que entiende por esencia de su ministerio: “El Papa, desde san Pedro hasta mí, su indigno sucesor, es un humilde siervo de Dios y de los hermanos, y nada más que esto”. Porque “es el Resucitado, presente en medio de nosotros, quien protege y guía a la Iglesia”, al “santo Pueblo de Dios” que nos ha sido confiado junto con la para caminar llevando adelante una misión de horizonte universal.
A este respecto, propuso renovar juntos hoy “nuestra plena adhesión a ese camino, a la vía que desde hace ya decenios la Iglesia universal está recorriendo tras las huellas del Concilio Vaticano II”.
Señaló cómo el Papa Francisco ha recordado y actualizado el contenido del Concilio en su exhortación apostólica Evangelii gaudium (2013). Y destacó León XIV seis notas fundamentales en ella: “(1) el regreso al primado de Cristo en el anuncio (cfr. n. 11); (2) la conversión misionera de toda la comunidad cristiana (cfr. n. 9); (3) el crecimiento en la colegialidad y en sinodalidad (cfr. n. 33); (4) la atención al ‘sensus fidei’ (cfr. nn. 119-120), especialmente en sus formas más propias e inclusivas, como la piedad popular (cfr. 123); (5) el cuidado amoroso de los débiles y descartados (cfr.n. 53); (6) el diálogo valiente y confiado con el mundo contemporáneo en sus diferentes componentes y realidades (cfr. n. 84, y const. pastoral Gaudium et spes, 1-2)”.
Por último, respondió al porqué del nombre que ha tomado: León XIV: “Hay varias razones, pero la principal es porque el Papa León XIII, con la histórica Encíclica Rerum novarum afrontó la cuestión social en el contexto de la primera gran revolución industrial y hoy la Iglesia ofrece a todos, su patrimonio de doctrina social para responder a otra revolución industrial y a los desarrollos de la inteligencia artificial, que comportan nuevos desafíos en la defensa de la dignidad humana, de la justicia y el trabajo”.
Y concluyó evocando unas palabras de san Pablo VI en el inicio de su ministerio petrino. Deseaba que sobre el mundo pasara “una gran llama de fe y de amor que ilumine a todos los hombres de buena voluntad, allanando los caminos de la colaboración recíproca y que atraiga sobre la humanidad, la abundancia de la benevolencia divina, la fuerza misma de Dios, sin cuya ayuda nada vale ni nada es santo” (Primer mensaje al mundo entero Qui fausto die, 22 junio 1963).
Amor y unidad, fermento de reconciliación
Finalmente, la homilía en el inicio del ministerio petrino (18-V-2005) se desarrolló a partir de la célebre frase de san Agustín: “Nos has hecho para ti, [Señor,] y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti” (Confesiones, 1, 1.1). El sucesor de Pedro confirmó que “el Señor nunca abandona a su pueblo, lo reúne cuando está disperso y lo cuida ‘como un pastor a su rebaño’ (Jr 31, 10)”.
El deseo de los cardenales reunidos en cónclave era elegir un pastor capaz de “custodiar el rico patrimonio de la fe cristiana y, al mismo tiempo, de mirar más allá, para saber afrontar los interrogantes, las inquietudes y los desafíos de hoy”.
Y aquí está el resultado: “Fui elegido sin tener ningún mérito y, con temor y trepidación, vengo a ustedes como un hermano que quiere hacerse siervo de su fe y de su alegría, caminando con ustedes por el camino del amor de Dios, que nos quiere a todos unidos en una única familia”.
León XIV subraya:“Amor y unidad: estas son las dos dimensiones de la misión que Jesús confió a Pedro”.
Ahora bien, se pregunta: “¿Cómo puede Pedro llevar a cabo esta tarea?” Y se responde: “El Evangelio nos dice que es posible sólo porque ha experimentado en su propia vida el amor infinito e incondicional de Dios, incluso en la hora del fracaso y la negación”.
En efecto, la fundamental misión de fortalecer la unidad en la fe y en la comunión, propia del sucesor de Pedro, se basa, pues, en el amor que Jesús le ha ofrecido y el “plus” de amor que le pide como correspondencia.
Con sus palabras: “A Pedro se le confía la tarea de ‘amar aún más’ y de dar su vida por el rebaño”. Su ministerio de Pedro –explicó– deberá caracterizarse por este amor oblativo, que es la razón por la que la Iglesia de Roma preside en la caridad, pues de ahí procede su autoridad. “No se trata nunca de atrapar a los demás con el sometimiento, con la propaganda religiosa o con los medios del poder, sino que se trata siempre y solamente de amar como lo hizo Jesús”.
San Pedro –continuó León XIV– afirma que Cristo es la piedra angular (Hch 4, 11) y que todos los cristianos hemos sido constituidos “piedras vivas”, para construir el edificio de la Iglesia en comunión fraterna, que el Espíritu Santo edifica como unidad en la convivencia de las diferencias. De nuevo una referencia a san Agustín: “Todos los que viven en concordia con los hermanos y aman a sus prójimos son los que componen la Iglesia” (Sermón 359, 9).
Y de modo directo manifiesta el Papa lo que llama su “primer gran deseo”: una Iglesia unida, signo de unidad y comunión, que se convierta en fermento para un mundo reconciliado”. Así se representa en el lema de su escudo, que cita en este momento: “En el único Cristo somos uno” (los cristianos somos una sola cosa con Cristo). Una unidad que desea extenderse a otros caminos religiosos y a todas las personas de buena voluntad.
“Este es el espíritu misionero que debe animarnos, sin encerrarnos en nuestro pequeño grupo ni sentirnos superiores al mundo; estamos llamados a ofrecer el amor de Dios a todos, para que se realice esa unidad que no anula las diferencias, sino que valora la historia personal de cada uno y la cultura social y religiosa de cada pueblo”.
“¡Esta es la hora del amor!”, exclamó el Papa. Y sintetizó su mensaje, para concluir: “Con la luz y la fuerza del Espíritu Santo, construyamos una Iglesia fundada en el amor de Dios y signo de unidad, una Iglesia misionera, que abre los brazos al mundo, que anuncia la Palabra, que se deja cuestionar por la historia, y que se convierte en fermento de concordia para la humanidad”.