Evangelio

La ajorca de oro. Inmaculada Concepción (A)

Vitus Ntube nos comenta las lecturas de la Inmaculada Concepción (A) correspondiente al día 8 de diciembre de 2025.

Vitus Ntube·5 de diciembre de 2025·Tiempo de lectura: 2 minutos

En el camino del Adviento nos encontramos con esta hermosa fiesta de la Madre de Cristo: la solemnidad de la Inmaculada Concepción. Hoy contemplamos a nuestra Señora en su hermosura: la belleza de la santidad y la belleza de la gracia. El ángel en el Evangelio de hoy la llama “llena de gracia”: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1, 28). El Papa Benedicto XVI decía que “llena de gracia” es el nombre más hermoso de María, el nombre que Dios mismo le dio para indicar que siempre ha sido y siempre será la amada.

María no solo tiene un nombre hermoso, sino también una personalidad y una identidad bellas. Ha sido bendecida con todas las bendiciones espirituales de los cielos para ser santa e inmaculada. La fiesta de hoy nos permite contemplar esta belleza sin mancha, la belleza de estar llena de gracia, de estar llena de Cristo.

Esta belleza ha sido plasmada en muchas obras de arte. Recuerdo mi breve experiencia pastoral en Valencia. Por primera vez me encontré con una estatua de la Virgen adornada con pendientes. Me llamó la atención porque era algo ajeno a mi sensibilidad. Pero al visitar más iglesias, descubrí que muchas imágenes de María allí —incluida la patrona de la ciudad— estaban ricamente adornadas con pendientes, pulseras, collares y coronas. Aquellos adornos no eran simples objetos de vanidad, sino intentos artísticos de expresar exteriormente el esplendor de la santidad interior de María. La belleza de María necesitaba una expresión a través de esos objetos. Estaban allí para embellecer a la Virgen y, al mismo tiempo, manifestar su hermosura interior. La antífona de entrada de la liturgia de hoy, del profeta Isaías, se puede atribuir a María, cuya alma se regocija porque ha sido revestida con las vestiduras de la salvación y el manto de la justicia: “como novia que se adorna con sus joyas” (Isaías 61, 10).

Al maravillarnos con la belleza de María, recordamos que también nosotros hemos sido hechos hermosos ante Dios con todas las bendiciones espirituales y estamos llamados a ser santos. Mucho depende de si decimos “sí” al plan de Dios como lo hizo María en el Evangelio, o si decimos “no” como Adán y Eva en la primera lectura. También podemos tratar de descubrir la bendición particular que Dios ha dado a cada uno de nosotros para cumplir la misión que nos ha encomendado.

El escritor español Gustavo Adolfo Bécquer, en su leyenda La ajorca de oro, cuenta la historia de una mujer llamada María, que fue a la catedral de Toledo en la fiesta de la Virgen. Mientras rezaba, su mirada no se fijó en la Virgen, sino en la ajorca de oro que adornaba el brazo que sostenía al Niño Divino. Quedó cautivada, codiciosa, incluso obsesionada, por el brillo de la joya, hasta tal punto de que ya no veía a la Virgen que veneraba, sino a otra mujer que se burlaba de ella por no poseer tal tesoro. Para ella, María había dejado de ser modelo del que aprender y se había convertido en una rival.

La Virgen no presume de sus privilegios, ni su belleza y sus gracias deben presentarse como motivo de comparación. Ella no nos ha sido dada como rival. La fiesta de la Inmaculada Concepción nos recuerda que todos hemos sido bendecidos de manera especial para la misión de Dios, y que estamos llamados a corresponder a ese don con nuestro “sí”, al igual que lo hizo María. Sus joyas son dones de Dios y su agradecida aceptación de los dones y la misión inherente a ellos.

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