Evangelio

La Aurora de la ternura de Dios. Solemnidad de la natividad del Señor

Vitus Ntube nos comenta las lecturas de la solemnidad de la natividad del Señor correspondiente al día 25 de diciembre de 2025.

Vitus Ntube·22 de diciembre de 2025·Tiempo de lectura: 3 minutos

La liturgia de Navidad nos ofrece la posibilidad de celebrar cuatro Misas en distintos momentos: la Misa de Vigilia, la Misa de Medianoche, la Misa de la Aurora y la Misa del Día. Cada una tiene su propia belleza, pero yo me siento especialmente atraído por la Misa de la Aurora. La Aurora es un momento particularmente hermoso y luminoso del día, y su simbolismo capta el misterio de la Navidad de manera profundamente expresiva.

En el Benedictus de Zacarías se proclama que “por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte”. En Navidad, este sol que nace de lo alto verdaderamente amanece sobre nosotros. Jesucristo es la verdadera Aurora que ha venido. La antífona de la Misa de Vigilia lo retoma: “Y mañana veréis la gloria del Señor” (Éxodo 16, 7).

Otra razón por la cual me gusta la Misa de la Aurora es por la elección de las lecturas. En la carta de san Pablo a Tito leemos: “Cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor al hombre” (Tito 3, 4). Esta es la verdadera Aurora: la ternura y la bondad de Dios reveladas en la persona del Niño Jesús. Esta ternura no es sentimental; nos atrae. Es una fuerza.

La Navidad es el redescubrimiento de la revelación de Dios en el Niño Jesús, de un modo que nos permite acercarnos a Él. Como niño, viene a nosotros indefenso, pobre y vulnerable, para que nosotros podamos acercarnos a Él del mismo modo. Joseph Ratzinger comenta: “En el Niño Jesús se manifiesta de la forma más patente la indefensión del amor de Dios: Dios viene sin armas porque no quiere conquistar desde lo exterior, sino ganar desde el interior, transformar desde dentro. Si acaso hay algo que puede vencer al hombre, su arrogancia, su violencia y su codicia, es la indefensión del niño. Dios la asumió para sí a fin de vencernos y conducirnos así a nosotros mismos”.

Dios viene a nosotros con una ternura radical, y este es el amor que cambia el mundo. El Papa Francisco, desde el inicio de su pontificado, nos animó a no tener miedo de la ternura. No es una virtud de los débiles, sino un signo de fortaleza interior y de capacidad de atención, compasión y amor. Él afirma: “¡No debemos tener miedo de la bondad, de la ternura!”.

Esto es precisamente lo que los pastores se dispusieron a ver en el Evangelio de la Misa de la Aurora. “¡Vayamos a Belén!” Estas palabras de los pastores expresan el verdadero sentido y la actitud de la celebración de la Navidad. Permanecen válidas para todos los cristianos y especialmente en este tiempo navideño. Vayamos a ver lo que el Señor nos ha dado a conocer. Esta debería ser la actitud de la Navidad. Hemos recibido la noticia del nacimiento de un niño; avancemos para ver a ese Niño, para confirmar el signo de la ternura de Dios que se nos ha revelado en un bebé. La invitación a ponernos en camino hacia Belén es una invitación a encontrar la alegría, la bondad y la ternura de Dios, y luego compartirlas.

Queremos comenzar de nuevo en este tiempo de Navidad porque sabemos que el contacto con la bondad amorosa de nuestro Dios siempre nos dará la fuerza, el impulso para continuar nuestro camino. Es la fuerza del amor humilde, como lo expresa bellamente Dostoievski en Los hermanos Karamázov, donde el starets Zósima le dice a Alexéi: “Siempre elijan el amor humilde, siempre. Una vez que lo hayan elegido, siempre tendrán lo que necesitan para conquistar el mundo entero. La humildad amorosa es una fuerza poderosa, la más poderosa, y no hay nada en el mundo que se le parezca.”

Queremos comenzar de nuevo desde esta fuerza poderosa. Hace pocas semanas comenzamos el nuevo año litúrgico, y como señaló Ratzinger, el calendario litúrgico no se desarrolló inicialmente desde la perspectiva del nacimiento de Cristo, sino desde la fe en su resurrección. Fue la Pascua, y no la Navidad, lo que dio el primer impulso a la fe cristiana y a la existencia de la Iglesia. Hoy, este impulso puede redescubrirse a partir de la fuerza de la ternura de un niño. Vayamos a Belén, porque allí “se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor al hombre”. 

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