La primera lectura de hoy es uno de esos misteriosos episodios del Antiguo Testamento en los que se vislumbra, se insinúa, la Santísima Trinidad. La Trinidad sólo se revela plenamente en el Nuevo Testamento, y es por una buena razón. En un mundo en el que la gente adoraba casi cualquier cosa, Dios tuvo que dejar claro que sólo había un Dios. Pero una vez hecho esto -al menos a Israel- podía revelar la Trinidad, lo que hizo a través de Jesús. Sin embargo, todavía podía dejar algunas pistas a lo largo del camino y preparar el terreno. Y eso es lo que hacemos hoy.
Lo que llama la atención en este episodio es que, porque Abraham es generoso al muestra hospitalidad a estos visitantes desconocidos -¿o era sólo un visitante? – Dios le bendice con el hijo que él y Sara siempre habían anhelado. El Señor se marcha diciéndole que dentro de un año Sara concebirá, y así es. Su generosidad dio fruto, y el mejor fruto de todos, un ser humano. De un modo misterioso, su generosidad dio vida a un niño. Abraham no conocía la Trinidad, pero sin darse cuenta la acogió.
El Evangelio de hoy también nos habla de hospitalidad. Jesús va a casa de Marta y María; Marta está muy ocupada sirviéndole a él y a sus discípulos, mientras María se limita a sentarse a sus pies para escucharle. Cuando Marta se queja de la inactividad de su hermana, en lugar de que Jesús regañe a María, es Marta quien recibe una cariñosa reprimenda.
Este episodio también nos habla de la verdadera naturaleza de la hospitalidad, tan importante en los tiempos bíblicos y en el mundo antiguo. Se consideraba algo sagrado. Quizá hayamos perdido algo de eso en nuestro ajetreado e individualista mundo occidental. Quizá deberíamos estar más dispuestos a mostrar hospitalidad a los demás, generosamente, no a regañadientes. Pero la hospitalidad no consiste sólo en correr a hacer muchas cosas por los invitados, como hizo Marta, aunque eso puede mostrar mucho amor y afecto. se trata de reconocer la dignidad y el valor de quien ha venido a visitarnos.
En el Nuevo Testamento hay un texto en la carta a los Hebreos que dice: “no olvidéis la hospitalidad: por ella algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles” (Hebreos 13, 2). Parece referirse a este episodio de Abraham acogiendo a estos tres hombres. A veces, en el Antiguo Testamento no está claro si se trata de Dios o de un ángel: Dios parece hablar a través de un ángel, pero acaba siendo Él mismo. Cuando acogemos a otros, estamos acogiendo a ángeles, o incluso a Dios. Jesús nos dijo: “cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”.
La razón por la que regañó a Marta fue que ella no se daba cuenta realmente de a quién tenía en casa. No se daba cuenta, al menos todavía, de que Dios mismo había venido a su casa en forma humana. Pero tal vez María sí, y por eso se sentó a escucharle. Sabía que Él tenía palabras de vida eterna. Sabía que nada de lo que pudiera hacer por Cristo podría compararse con lo que él le estaba dando en sus enseñanzas. La verdadera hospitalidad consiste en apreciar la dignidad del visitante y que, en cada visitante, nos visita Jesús, nuestro Señor y Dios.