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Herencia y horizonte: León XIII y León XIV

Una reflexión sobre el legado de León XIII y su posible influencia en el pontificado de León XIV, destacando causas y efectos clave de su papado. Examina también el contexto actual y el perfil del nuevo Papa.

Gerard Jiménez Clopés·18 de junio de 2025·Tiempo de lectura: 11 minutos
León XIII

©Wikimedia Commons

“¿León XIV?” Esas fueron las palabras, con cara de sorpresa, que posiblemente más de uno pronunció el día de la elección del papa. Así fue al menos en mi caso, estando con un amigo en la plaza de San Pedro. La mente iba hacia atrás, para recordar a León XIII, y al mismo tiempo no podía dejar de ir hacia adelante, para comprender quién sería Robert Francis Prevost. En efecto, las palabras y gestos del nuevo papa nos darían más pistas acerca de su pontificado.

No sabemos en qué medida León XIV se parecerá a León XIII o en qué lo seguirá, pero el hecho de que en la breve homilía de inicio de su pontificado el Santo Padre volviera a hacer mención de León XIII y lo llamara “mi predecesor” permite pensar que esa decisión es algo más que una remota inspiración. En esa homilía, tras comentar cómo la caridad puede ser fermento de unidad en el mundo, afirmó: «Con mi predecesor León XIII, hoy podemos preguntarnos: si esta caridad prevaleciera en el mundo, “¿no parece que acabaría por extinguirse bien pronto toda lucha allí donde ella entrara en vigor en la sociedad civil?” (Carta enc. Rerum novarum, 20)».

Más allá de la Rerum novarum

Me ha parecido oportuno analizar qué aspectos caracterizan el pontificado de León XIII para ver qué podemos vislumbrar a través del inicio del pontificado de León XIV, y para ir más allá del conocimiento de León XIII como el papa de la Rerum novarum y de la doctrina social de la Iglesia, como fue común definirlo en los primeros momentos tras su elección.

Para comprender qué marcó el pontificado de León XIII y por qué, he estructurado este artículo de este modo: describiré cuatro causas y cuatro efectos del pontificado, para después sacar algunas breves conclusiones. Las causas, como fácilmente se puede deducir, explicarán en buena medida los efectos, que conformarán las líneas de fondo que consideramos que caracterizaron a León XIII.

Como advertencia inicial, permítanme decir que no señalaré muchas fechas ni nombres de encíclicas, pues mi interés recae principalmente en las líneas de fondo de su pontificado. Además, quizá es raro si no empezamos con un breve párrafo sobre la biografía de León XIII, asumiendo el riesgo de trazar más bien una caricatura. No nos queda otra, en beneficio del lector.

Gioacchino Pecci, nacido en Carpineto Romano el 2-III-1810 –no muy lejos de Roma– y fallecido en la Urbe el 20-VII-1903, fue de joven muy aplicado en los estudios y muy dado a la organización. Tras realizar estudios para dedicarse a la diplomacia, fue legado papal (gobernador) de los Estados Pontificios en varias localidades italianas, en especial Benevento y Perusa (en total cinco años), nuncio por poco tiempo en Bélgica (tres años), y sobre todo obispo de Perusa y obispo de Roma, durante más de treinta y veinticinco años, respectivamente. De talante serio y decidido, tenía un fuerte sentido de la autoridad y era poco dado a las familiaridades. Gobernó en pro de la unidad católica y con un fuerte sentido centralizador ante un mundo en profunda evolución, como comprobaremos.

Causa 1: Experiencia personal como delegado y obispo

Como hemos visto en el caso del papa Francisco —y como probablemente también ocurrió con pontífices anteriores— la biografía previa al papado resulta determinante para comprender las decisiones de quien llega a ser sucesor de Pedro. La experiencia acumulada durante décadas, la visión del mundo y de la Iglesia, así como las acciones realizadas antes de asumir el pontificado, marcan profundamente el estilo y enfoque del nuevo papa. Esto fue claramente así en el caso de León XIII.

Gioacchino Pecci estuvo profundamente influenciado por dos factores: su vocación y habilidad para el gobierno y la diplomacia, y los treinta y un años que pasó como obispo de una misma diócesis, la ciudad de Perusa, situada en el interior de Italia, a unos 170 kilómetros al norte de Roma, y a la que llegó a considerar su hogar.

Su etapa como delegado pontificio en diversas ciudades —especialmente Benevento y Perusa— y como obispo de esta última, le otorgó una valiosa experiencia de gobierno y un profundo conocimiento del papel que la Iglesia podía desempeñar en beneficio del pueblo, tanto desde la acción política como desde la eclesial. En aquel tiempo, el cargo de delegado pontificio tenía una función eminentemente política: consistía en administrar un territorio en nombre del Papa, dado que aún existían los Estados Pontificios. Durante esos años, Pecci fue conocido por su incansable actividad pastoral y social, recorriendo personalmente pueblos y ciudades y promoviendo todo tipo de iniciativas asistenciales, educativas y religiosas.

Entre su etapa como delegado y su episcopado, hubo un paréntesis significativo: tres años como nuncio en Bruselas. Esta experiencia le marcó especialmente en el ámbito intelectual, ya que allí pudo observar cómo el catolicismo se vio obligado a renovarse en el modo de exponer la doctrina para responder al desafío del liberalismo contemporáneo. Aunque este periodo fue menos determinante para las líneas generales de su futuro pontificado, sí contribuyó a afinar su estilo de gobierno, combinando audacia con prudencia.

Causa 2: La caída de los Estados Pontificios

La caída de los Estados Pontificios coincidió, en Perusa, con la mitad del tiempo en el que Pecci ejerció como obispo, aunque el conflicto –denominado como la “cuestión romana”– se alargaría durante muchas décadas. Este hecho fue un golpe muy duro para él, pues acumulaba ya una extensa trayectoria de gobierno, primero en el ámbito político y luego como pastor. Le dolió especialmente porque era plenamente consciente del potencial que tenía la Iglesia para promover el bien común cuando disponía de todas las herramientas para intervenir en la sociedad. Sentía, por tanto, que se estaba perdiendo la capacidad de la Igleisa para realizar un servicio a la humanidad.

Además, la pérdida del poder temporal fue vivida como una humillación: para muchos, incluyendo a Pecci, era inaceptable que el Papa —autoridad suprema espiritual— tuviera que reconocer y someterse a una autoridad civil. Para quienes habían nacido y vivido bajo los Estados Pontificios, aceptar esa nueva situación era comparable a sufrir una invasión bárbara.

No obstante, es importante matizar que Pecci también era consciente de los límites del gobierno político de la Iglesia. Durante su episcopado en Perusa, fue testigo de la sucesión de varios delegados pontificios, no todos ellos dignos del cargo que ocupaban. A pesar de estas experiencias, siempre conservaría una cierta nostalgia por el poder temporal, inspirado por la idea de que la Iglesia podía ser el mejor benefactor de la sociedad, tanto en lo humano como en lo espiritual.

Causa 3: Período nacionalista y colonialista

La caída de los Estados Pontificios coincidió con otra realidad: la exaltación nacionalista de las principales potencias europeas. En el caso de Pecci, dentro de los territorios pontificios, la reunificación italiana provocó una actitud muy agresiva hacia la Iglesia, al menos desde la perspectiva de cómo él la vivió, tanto como obispo como posteriormente como Papa.

Pecci entendía que al Papa se le estaba arrebatando su legítima capacidad operativa. Con el tiempo, fue comprendiendo que existían otras formas, más apropiadas, de ejercer liderazgo e influencia, tanto a nivel nacional como internacional. Sin embargo, esta transformación de enfoque requirió tiempo para ser plenamente concebida y desarrollada. Así, a lo largo de todo su pontificado, lo veremos empeñado en restaurar el papel del Santo Padre y en proteger su soberanía.

Si ese era el desafío en Italia, a nivel internacional León XIII buscó algo similar, pero en un contexto distinto. En ese escenario, defendió con firmeza el reconocimiento del Papa como actor de relevancia social frente a las consecuencias del colonialismo. Esto incluyó intervenir en disputas territoriales entre países, en la manera en que debía propagarse la fe en los territorios coloniales, y en la determinación de quién debía ejercer la autoridad eclesial en los países de misión bajo dominio colonial.

Causa 4: Revolución industrial

Según lo que he podido leer en estos días, este es quizás el aspecto más destacado y conocido del pontificado de León XIII: su lucha incansable por defender la dignidad humana frente a los abusos de los dirigentes empresariales durante la revolución industrial.

En efecto, en el siglo XIX Europa fue testigo de cómo muchas zonas rurales se vaciaban mientras surgían guetos suburbanos en las periferias de las grandes ciudades. En esos lugares se concentraban, en condiciones precarias, miles de hombres, mujeres y niños, dispuestos a contribuir al desarrollo de la industria.

Ya en Perusa, Gioacchino Pecci había demostrado una clara preocupación por mejorar las condiciones laborales de los trabajadores, tarea que emprendió durante su etapa como delegado pontificio y continuó como obispo. Como Papa, mantuvo esa misma sensibilidad por las cuestiones sociales.

Este período industrial estuvo caracterizado por formas reales de explotación y atravesado por crisis económicas que agravaron la situación: aumentaron la miseria, el desempleo y la emigración. Pero no solo eso: la transformación social también aceleró un proceso de descristianización del mundo obrero, y promovió una deificación del dinero, junto con la exaltación del progreso, la ciencia y la técnica.

Frente a esta realidad, León XIII optó por un discurso —ya que la acción política directa no le era posible— que buscaba alcanzar tanto a la sociedad capitalista y burguesa como al incipiente movimiento obrero y al socialismo emergente. De ese esfuerzo nacería un magisterio que, casi sin proponérselo, introduciría una concepción moderna del Estado y de la organización social.

Según esta visión, el Estado debía asumir un papel activo frente a los problemas sociales, promoviendo el entendimiento entre trabajadores y empleadores. Debía ser un juez y legislador justo, atento a los derechos y deberes de todas las clases sociales.

Consecuencia 1: El nuevo papel de la Iglesia en la sociedad

Pasamos —sin transición alguna, por razones de brevedad— a describir las consecuencias que estas causas tuvieron en la acción del papa León XIII. Comenzamos por el modo en que se transformó la propia Iglesia. Puede resumirse diciendo que dejó de ser “un Estado más” para convertirse, si se permite la expresión, en una entidad de carácter eminentemente espiritual, con vocación de influjo universal.

Sería ingenuo pensar que esto era algo nuevo: la Iglesia, fundada por Jesucristo, ya tenía y ejercía esa vocación. Sin embargo, la realidad es muy tozuda: gobernar extensos territorios implicaba que gran parte del tiempo y de los esfuerzos se destinaban al manejo de los Estados Pontificios.

Cuando se produjo este cambio radical, la Iglesia —de forma forzada y dolorosa, al menos para León XIII— tuvo que apoyarse cada vez más exclusivamente en su liderazgo espiritual. En palabras sencillas, algunas de las prioridades del papa León XIII fueron: una profunda renovación de la formación intelectual basada en la doctrina de Santo Tomás de Aquino; la revitalización y unificación de las órdenes religiosas, especialmente la franciscana y la benedictina; un gran impulso a las misiones aprovechando la expansión colonial; y un fortalecimiento del control sobre la autoridad eclesial en todo el mundo.

Consecuencia 2: Un actor influyente “por la autoridad moral”

La segunda consecuencia fue de carácter más político. La pérdida del rol temporal con la caída de los Estados Pontificios obligó a la Santa Sede a hacerse respetar tanto en Italia como en el panorama internacional, ya no mediante el poder militar.

Fue un proceso largo, pero fructífero, ya que en vida del propio León XIII se constató cómo el Vaticano era consultado para resolver numerosos conflictos: disputas territoriales y fronterizas entre colonias, cuestiones comerciales y arancelarias entre países, o crisis humanitarias provocadas por conflictos bélicos. No era raro que se llegara a un acuerdo gracias a la intervención de Roma.

Estas acciones político-sociales son solo una muestra del proceso de transformación de la Iglesia. Durante el pontificado de León XIII, se percibe que la Iglesia elevó la mirada más allá de los Estados Pontificios y la dirigió con mayor energía hacia el conjunto del mundo. A través del dolor y de múltiples humillaciones diplomáticas, la Iglesia fue descubriendo una nueva forma de contribuir al bien común, basada en su autoridad moral, y así fue ganando creciente influencia internacional.

Consecuencia 3: Ser defensor de la dignidad del ser humano

La tercera consecuencia se relaciona con la defensa de la dignidad de la persona. Las corrientes políticas y sociales de la época —especialmente el capitalismo, el socialismo y la masonería—, junto con el mencionado proceso de industrialización, llevaron a León XIII a intervenir con decisión para salvaguardar el valor de cada ser humano.

No nos extenderemos demasiado en este punto, salvo para añadir que la motivación última era, como es lógico, espiritual: León XIII valoraba a cada persona por el valor que Cristo le atribuía.

También cabe destacar que, como consecuencia de la pérdida del poder temporal, el papa fue aceptando progresivamente que los católicos intervinieran “autónomamente” en la acción política para defender los valores humanos inspirados por el Evangelio. Aunque al principio se mostró reticente, comprendió en el caso de Italia que esa participación era imprescindible, pues de otro modo el país quedaría en manos exclusivas de liberales y masones. En el resto de Europa, León XIII tuvo menos reparos en fomentar la participación de los católicos en la vida pública. Eso sí, esa “autonomía” debe entenderse entre comillas, ya que siempre aspiró a que los católicos se agruparan en un único partido.

En cualquier caso, este nuevo enfoque de un catolicismo democrático y social generó un gran entusiasmo entre los jóvenes católicos europeos, y constituyó una semilla importante para el futuro.

Consecuencia 4: Conducir a la Iglesia hacia la modernidad

La última gran consecuencia fue que el papa León XIII condujo a la Iglesia hacia la modernidad en varios de los aspectos mencionados anteriormente. Se dice que los cardenales que lo eligieron —tras el largo pontificado de Pío IX— buscaban a un papa con madurez y cierta apertura, no para agravar el conflicto provocado por la pérdida de los Estados Pontificios, sino para enfrentarlo con mesura y sabiduría.

¿Por qué las aguas estaban tan agitadas? Simplificando al máximo, puede decirse que, por un lado, Pío IX había publicado una encíclica con un “listado recopilatorio de los principales errores de nuestro tiempo”, más conocida como el Syllabus. Con ella, la Iglesia pretendía ofrecer luz en medio de las tinieblas de los errores modernos, pero como consecuencia se generó la impresión de un enfrentamiento total con la modernidad.

Por otro lado, la reciente caída de los Estados Pontificios había dejado a Pío IX en una posición de repliegue, de la cual no deseaba salir si no era recuperando lo perdido.

En definitiva, como se ha mostrado, la Iglesia se vio obligada a reajustar numerosas piezas. Con perspectiva, puede afirmarse que lo hizo con notable solvencia, y lo hizo de la mano de León XIII.

Mirada hacia León XIV

León XIII fue un hombre de enorme energía. Tanto, que se sabe que trabajaba hasta altas horas de la noche, y que la única luz encendida en la plaza de San Pedro era la de su despacho. Por ello, con sentido del humor, se ha dicho que de ese modo hacía honor a su lema papal: Lumen in caelo, “luz en el cielo”. Con esto quiero decir que la síntesis que hemos hecho de su pontificado es casi una mutilación, pues fue extenso en el tiempo y abarcó una gran variedad de frentes y acciones.

Sin embargo, parece razonable afirmar que el hilo conductor del pontificado de León XIII fue el deseo de ver una Iglesia cohesionada y un mundo en el que la persona humana —amada por Dios— esté en el centro de la acción política y social, de modo que la caridad de Cristo sea el principio tanto evangelizador como de promoción humana. En ese mismo espíritu parece inspirarse León XIV.

Además de lo dicho hasta ahora, también podemos constatar lo siguiente: la biografía de Giovanni Pecci antes de ser papa y las circunstancias sociales de su tiempo fueron los dos ejes que más marcaron sus veinticinco años de pontificado. Por eso, si dirigimos nuestra mirada hacia León XIV, no es descabellado afirmar que quien quiera conjeturar sobre los vientos que trae el Espíritu Santo con su pontificado, deberá al menos explorar esos dos ámbitos.

Considero apresurado y aventurado predecir hacia dónde se orientará este nuevo pontificado. Por ello, prefiero no aventurarme demasiado. Pero, dado que la historia muestra que esos dos elementos —biografía personal y contexto social— suelen encerrar la semilla de lo que luego se despliega, digamos al menos lo que parece evidente.

De su biografía —que aún conozco poco y prefiero ir conociendo a través de lo que se publique—, es significativo saber que es agustiniano, que en Chiclayo fue un obispo cercano, con gran capacidad de escucha, amistoso, hombre de misión y, al mismo tiempo, muy preparado intelectualmente. También se destaca en él un pragmatismo característico de su lugar de origen.

En cuanto al momento eclesial y social del mundo actual, el propio papa ya ha mencionado algunos desafíos clave: la necesidad de cohesión en la Iglesia para superar la polarización interna, la unidad de los cristianos, las implicaciones éticas de la inteligencia artificial, las consecuencias de los conflictos armados, y la urgencia de seguir atendiendo especialmente a los más necesitados para evitar toda forma de exclusión social y económica. Por último, y al igual que León XIII, sabemos que León XIV tiene una profunda devoción mariana.

El binomio que resume su proyecto, expresado por el propio papa León XIV, se encuentra condensado en la homilía de inauguración de su pontificado: «Amor y unidad: estas son las dos dimensiones de la misión que Jesús confió a Pedro». De allí brota este deseo: «Una Iglesia unida, signo de unidad y comunión, que se convierta en fermento para un mundo reconciliado».

Para intuir el rumbo de su pontificado, quizá más que indagar únicamente en la historia, lo más sencillo sea escucharlo con la misma atención y con el mismo cariño filial con que hemos seguido a Francisco, Benedicto XVI, Juan Pablo II, y —según cada generación— a los papas que cada uno ha vivido.

Algunas biografías sobre León XIII 

  • Santiago Casas, León XIII: Un papado entre modernidad y tradición, EUNSA, Pamplona 2014
  • Bernardo O’Reilly, Vida de León XIII, Espasa, Madrid 1886
  • J. Martin Miller, The life of Pope Leo XIII, NEB, Omaha 1903
El autorGerard Jiménez Clopés

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